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Ante lo que te duele o te ofende, ¿es mejor aguantar, o explotar?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/09/17

Reprimir lo que uno siente no es bueno: ¿cómo sacarlo sin causar estragos?

Me gustaría saber siempre cuándo hablar y cuándo callar. Cómo hacer para que mis palabras no produzcan daños inevitables. Quiero aprender a medir más mis gestos y mis miradas. Mis silencios y mis palabras. No sé bien cuándo guardar silencio y cuándo decir a los cuatro vientos lo que pienso, lo que siento, lo que sé.

Hay una palabra que me gusta aunque no esté reconocida por la RAE, “implotar”. Significa que algo explota hacia dentro por la presión exterior. Pienso que muchas veces exploto hacia fuera. Por rabia, por impotencia, por indignación, por frustración.

Mis palabras entonces exceden la prudencia y digo lo que no quiero decir. Luego me arrepiento. A veces demasiado tarde. He hecho daño a alguien, o a mí mismo. La explosión deja heridos. Eso suele pasar.

Pero al mismo tiempo, al explotar, no me guardo la rabia, ni el enfado, ni la furia que llevo dentro. Otras veces lo que sucede es que la explosión tiene lugar en mi interior, en mi alma, en mi corazón. Exploto hacia dentro. Imploto en silencio.

Y el resultado es que me guardo mi rabia, mi queja, mi disconformidad. Sufro sin que nadie sepa. Cuando mi tendencia habitual es la de implotar, me acabo haciendo daño. El principal herido soy yo, y conmigo el resto que no saben lo que pasa en mi interior.

Puede ser que si imploto no causo heridos. Eso es cierto. Pero yo mismo me voy rompiendo por dentro. Y al final me hago daño a mí mismo y puedo acabar haciendo daño a otros.

¿Cómo se hace para que no me quiebre y a la vez no deje heridos? No tengo que esperar tal vez a que la presión sea excesiva. Busco medios para ir sacando fuera la presión que siento dentro.

Hay tendencias del alma, lo sé. Formas distintas de reaccionar ante la presión de la vida. Conozco personas que implotan siempre. Y otras que explotan de forma habitual.

¿Qué es lo más sano? ¿Dónde está el punto medio? Miro mi corazón y me pregunto: ¿Cómo reacciono ante las circunstancias de la vida? ¿Cómo manejo las situaciones de stress y de conflicto? ¿Cómo enfrento las contrariedades que sufro?

La presión exterior a veces es muy grande. Cada uno sabe cuánto puede aguantar. Esa presión no la puedo cambiar. La del trabajo. La de la familia. La de las crisis. La de las personas difíciles que no me dejan sacar lo mejor de mí mismo.

¿Cómo vivo la presión que viene del exterior? Puedo implotar muchas veces. Pero eso, a la larga, no es sano. No me ayuda. Prefiero explotar pero sin dejar heridos. Explotar y sacar lo que llevo dentro. No guardarlo y decirme a mí mismo en silencio: “No es para tanto, no pasa nada, no es tan importante, soy fuerte”. No, no soy fuerte. Lo he comprobado. Y sí que es para tanto, y sí que pasan cosas, y sí que importa lo que me ocurre.

Lo otro son mentiras que me hacen daño. Porque no puedo guardarlo todo como si no pasara nada. Al final sí que pasa. Y cuando guardo y guardo, implotando día tras día, cuando ya no pueda más y explote, tal vez sea demasiado tarde y los daños sean aún mayores.

¿Cómo lo hago entonces? Tendré que mirar mi alma con más frecuencia. Pasar por las manos de Dios las cosas que me superan. Las heridas, los juicios recibidos, las críticas, las ofensas, los contratiempos, los fracasos. Y no vivir como si no estuvieran ahí. Me duele el alma por dentro. Lo tengo que reconocer.

No quiero guardármelo todo. Tampoco quiero sacarlo siempre hiriendo sin remedio. Hay más caminos. Quiero ser honesto y verdadero al contemplar mi alma a la luz de Dios. Él la ilumina. Me muestra cómo hacer para no estallar. Me da herramientas para no guardarlo todo y herirme en una implosión imprevista. Quiero recorrer ese camino en el que me voy conociendo mejor, más cada día.

Leí el otro día: “La contrariedad o la polaridad es esencial al hombre. No llega el hombre a su plenitud si no consigue integrar las contradicciones en lugar de eliminarlas. Cuantos más esfuerzos se hacen por eliminar lo reprimido tanto más aparece en los sueños”[1].

Quiero aprender a aceptar las contrariedades y contradicciones de mi alma. No quiero reprimir. Me miro en la presión externa que sufro y acepto mi vida como es. No reprimo. No quiero implotar.

Quiero mirar con paz lo que siento. Lo que me duele. El rencor enquistado. El miedo recurrente. La rabia y el odio. Sin dramatizar. Sin quitarle el peso a lo que siento. Valorando lo que Dios deja crecer en mi alma. Permitiéndome no ser perfecto. En eso estoy. Caminando.

[1] Anselm Grün, La mitad de la vida como tarea espiritual, 90

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