Las abadías nacieron con el monaquismo del siglo IV en Oriente, antes de extenderse de manera impresionante durante la Edad Media en Occidente. Dirigidos por abades o abadesas (la palabra viene del asirio ‘abba’, padre), estos edificio religiosos forman los principales establecimientos de las órdenes monásticas. A partir del siglo XI, en plena edad de oro del monaquismo, tienen un desarrollo notable. Las abadías son monasterios integrados por monjes o canónigos que respetan la regla de una orden monástica (siendo las principales las órdenes de benedictinos, cistercienses y cartujos).
Sus edificios se conforman a una regla arquitectónica precisa que puede variar ligeramente en función de las diferentes órdenes.
El edificio central de la abadía es su iglesia abacial, en torno a la cual se estructura el conjunto del monasterio. A continuación encontramos el claustro, por lo general contiguo, luego las salas comunes, la sala capitular, la enfermería, el noviciado, la biblioteca, la bodega, el locutorio…
A estos diferentes espacios se añaden los edificios y los terrenos necesarios para la explotación agrícola que garantiza la autonomía de la abadía.
Como es obvio, las abadías son lugares de una intensa espiritualidad. Tienen una notable influencia, ya que son centros de reclutamiento para el episcopado y reservorios de misioneros.
Pero también fueron una principal potencia temporal en la Europa medieval. Por su tamaño, su número y su superficie, así como por el trabajo incansable de los monjes, desempeñaron una función económica central en la economía de la Edad Media.
Trabajadores insaciables, los monjes realizaban todos los oficios: campesinos, pastores, artesanos, algunos incluso trabajaban en minas. Las abadías también han contribuido de manera decisiva al desarrollo económico del continente europeo.
A esta dimensión de las abadías se añade la de ser transmisoras y conservadoras de conocimiento. Así, Philippe Méry, autor del libro Abbayes, prieurés et couvents de France [Abadías, prioratos y conventos de Francia] las califica incluso como “crisol de civilización”; lugares de transmisión cultural por sus numerosos monjes copistas, en un tiempo que no conocía la imprenta.
La música también tuvo cabida aquí y llegó a las cumbres de la armonía con el canto gregoriano. La medicina también se practicaba y transmitía, a través del uso de plantas que los monjes cultivaban en el jardín de simples (o jardín medicinal) reservado al cultivo de plantas medicinales.
La organización de las abadías está muy jerarquizada, una condición necesaria para la viabilidad de estas comunidades. Por debajo del abad encontramos al prior encargado de ayudarle, los decanos que tienen una función de consejo, el cillerero se encarga de la administración, el condestable administra las cuadras, el hospitalario recibe a los viajeros de paso, el capellán distribuye la limosna para los pobres…
Las abadías más poderosas, como la abadía de Cluny, pudieron contar con hasta mil monjes. Para extender su influencia tanto religiosa como económica, crearon los prioratos dependientes del establecimiento madre. Los prioratos son pequeñas comunidades monásticas de 20 a 30 miembros aproximadamente. Algunas de las abadías más ricas podían contar con hasta 200 ó 300 prioratos.
En la sociedad feudal, los abades y abadesas se repartían con los señores y los obispos la soberanía sobre el territorio europeo y se inscribieron plenamente en este sistema de soberanía que regía entonces todas las relaciones de poder. Así pues, disponían de una autonomía jurídica y económica que hacía de las abadías mucho más que unos simples monasterios.
Entre los siglos XIV y XVI, sin embargo, conocieron un lento declive al abandonar su papel social en una economía que comenzaba a urbanizarse. Su modelo económico, casi exclusivamente agrícola, fracasaba frente a este desarrollo. Entonces, en el siglo XVII, asistimos a un cierto renacer del monaquismo francés y de sus abadías, antes de que la Revolución francesa de 1789 les dedicara un duro golpe y transformara un gran número de abadías en edificios públicos (prisiones, escuelas…) o privados.
A pesar de todo, la vida monástica ha perdurado hasta nuestros días y las abadías, aunque evidentemente han perdido su esplendor, siguen siendo consideradas como importantes lugares de espiritualidad católica.