No falta mucho para que puedan iniciarse causas de nuevos santos contemporáneos de América
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Este 24 de agosto se cumplirán 400 años del fallecimiento de santa Rosa de Lima, religiosa nacida en el entonces virreinato del Perú y considerada la primera santa oriunda de América. Apenas 53 años después, en 1671, Clemente X la proclamaba santa. Durante el siglo XVIII llegaron las canonizaciones de santo Toribio de Mogrovejo y de san Francisco Solano, obispo y misionero, respectivamente, del nuevo mundo.
Y pese a que algunos nombres se fueron sumando en el siglo XIX, se llegó a un siglo XX con relativamente pocos santos americanos.
Con excepción de Perú, por el fehaciente registro de sus primeros grandes santos, y México, donde en su historia se encuentran claros ejemplos de martirio por la persecución religiosa, hay por país latinoamericano uno o dos santos canonizados, cuando en España, por poner un ejemplo, hay más de 500.
Acaso el que el Viejo Continente lleve de ventaja 1500 años de historia cristiana sea el argumento que zanje esta cuestión. Pero hay otros motivos que ayudan a entender una nueva oportunidad histórica para reconocer la santidad de nuestros americanos que nos precedieron en el camino al cielo.
Las misiones jesuíticas pueden ayudar a echar luz sobre este tema. No es que entre los misioneros jesuitas no hubo otros santos como san Roque González y sus compañeros, martirizados en 1628. Pero el que su canonización recién se haya dado en el siglo XX, y ante la visita del papa Juan Pablo II al Paraguay, refleja una realidad que demoró la beatificación y canonización de numerosos santos americanos: la falta de documentación fehaciente bien conservada en centros urbanos con interés y tiempo para presentar y seguir los procesos de beatificación y canonización. Ante la falta de información, puede haber lugar a la desinformación sobre el testimonio de los santos.
Es la fama de santidad la que sostuvo durante años el testimonio de los santos, fama que sobrevivió en los siglos transcurridos entre el fallecimiento y la beatificación.
Ocurrió por ejemplo con José de Anchieta, nacido en Tenerife en 1534 pero fallecido en Brasil, donde fue considerado el apóstol del país. Contemporáneo con santa Rosa de Lima, fue beatificado recién en 1980 por san Juan Pablo II. La canonización, realizada por “canonización equivalente”, le llegó en 2014.
El primer comunicador del gran milagro americano, san Juan Diego, pasó por un proceso similar. Sostenido por una religiosidad popular que siempre creyó en él, pasaron siglos hasta que el papa Juan Pablo II le beatificó en 1990, y le canonizó en 2002. Muchos ponían en duda su propia existencia, como ocurre con otros contemporáneos especialmente humildes, cuyas vidas quedan registradas en pocas actas.
Pero además de la documentación, quedan otros argumentos que por años demoraron muchas beatificaciones y canonizaciones. Los procesos han costado siempre muchos recursos humanos dedicados. Las investigaciones a realizar demandan meses y años de trabajo, que luego deben ser trasladados y sostenidos por gestiones en Roma.
Eso explica que gran parte de los primeros santos americanos sean miembros de grandes familias religiosas. No porque cuenten con recursos de sobra, sino por poder tener presencia de comunidades hermanas en la Ciudad Eterna acostumbradas y disponibles para colaborar con los a veces tediosos procesos de las causas.
Muchas causas iniciadas a nivel diocesano no han podido sostenerse de manera activa por las dificultades de hacer sostenible la dedicación en el tiempo.
Normas introducidas recientemente en la Congregación para la Causa de los Santos simplifican algunos procesos, los dotan de mayor transparencia, y se organizan de manera tal que se puedan reducir los costos, que de cualquier manera pueden ser apoyados por un fondo de solidaridad existente.
“Las causas de canonización son un gran don; presentan hombres y mujeres para imitar. El santo papa Juan Pablo II nos alentó para trabajar en ellas como parte de un plan pastoral; la santidad es un camino pastoral fecundo, sin ninguna duda. Y es importante que se entreguen personas y fondos para alcanzar esa gracia que tanto bien hace a la Iglesia y al mundo.
Las causas que llegan a su fin, son gracia de Dios y trabajo, gestión y oración de su pueblo, con un trabajo intenso de obispos, sacerdotes, laicos, postuladores, historiadores, etcétera.”, explicó el obispo Castrense de la Argentina, Santiago Olivera, co-autor de la causa de canonización del Cura Brochero, primer santo no mártir de la Argentina, y vicepostulador de la causa de beatificación de la beata Mama Antula.
Con las nuevas normas, no falta mucho para que puedan iniciarse causas de nuevos santos contemporáneos de América, laicos, sacerdotes y religiosos por igual, testimonio de que este continente sigue siendo el “continente de la Esperanza”, sigue siendo un continente del Evangelio.