Una cosa es segura: no cayó del cieloEl cristianismo sin la Biblia es difícil de imaginar. Pero en realidad, durante los primeros 300 años de la Iglesia, la Biblia (como compilación única que contiene todos los textos sagrados para el cristianismo) no existía.
La creación de la Biblia fue un largo proceso. Los líderes de la Iglesia primitiva cribaron numerosos manuscritos y discernieron, bajo la guía del Espíritu Santo, qué libros guardar y cuáles reservar.
El proceso de establecer un canon de la Escritura difería para el Antiguo y el Nuevo Testamento.
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Formación del Antiguo Testamento
El Antiguo Testamento es básicamente una antigua compilación de las Sagradas Escrituras judías. Estos textos sagrados se desarrollaron con el tiempo y fueron transmitidos oralmente de generación en generación hasta que finalmente fueron escritos y conservados.
Alrededor de 200 años antes del nacimiento de Jesús surgió una traducción griega de los textos hebreos que fue ampliamente aceptada como una traducción legítima (incluso inspirada).
La tradición relata cómo el rey Ptolomeo II de Egipto ordenó una traducción e invitó a ancianos judíos de Jerusalén a preparar el texto griego. Setenta y dos ancianos, seis de cada una de las 12 tribus, llegaron a Egipto para cumplir la petición.
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Otra tradición relata cómo los traductores fueron puestos en habitaciones separadas y se les pidió que produjeran cada uno su propio texto. Cuando la tarea fue completada, los traductores los compararon todos y se descubrió que cada uno era milagrosamente idéntico a los demás.
El resultado se hizo conocido como la Septuaginta (de la palabra griega para 70) y fue especialmente popular entre los judíos de habla griega.
Esto llevó a la Septuaginta a convertirse en una fuente primaria para los escritores del Evangelio y muchos otros primeros cristianos.
Al formular el canon oficial de la Escritura, la Iglesia miró a los Setenta para discernir qué libros conservar.
El canon católico del Antiguo Testamento también incluye algunos textos y adiciones a libros (por ejemplo, los Libros de Judit y Tobit, Sabiduría y Sirach) originalmente escritos en griego, no en hebreo, y por lo tanto no se consideran parte de las Escrituras judías, aunque son respetadas y leídas por los judíos.
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Formación del Nuevo Testamento
Inspirados por el Espíritu Santo, varios escritores anotaron en los años siguientes a la muerte de Jesús las muchas historias que circulaban sobre el Mesías. Estos escritores eran apóstoles, o amigos de apóstoles que conocían muy bien a Jesús.
Ellos fueron testigos de los acontecimientos o entrevistaron a personas que lo fueron, y trataron de preservar la vida auténtica de Jesucristo y sus muchas enseñanzas.
A medida que avanzaba el tiempo se difundieron copias de estas obras y varias comunidades cristianas las reunieron para ser leídas durante la celebración dominical de la Misa. Copias de las cartas de san Pablo también fueron difundidas y consideradas por las comunidades como inspiradas por el Espíritu Santo.
Ya en el tiempo de san Ireneo (año 130 a 202) se menciona el Evangelio “cuadriforme”, que se refiere a los cuatro Evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan.
Durante el siglo IV surgió la necesidad de codificar oficialmente la Biblia, que ya estaba empezando a unirse. Algunos historiadores creen que parte de la motivación para producir un canon oficial vino del emperador Constantino que comisionó 50 copias de las Sagradas Escrituras para el obispo de Constantinopla.
La aprobación de los libros a incluir comenzó con el Concilio de Laodicea en 363, se continuó cuando el papa Dámaso I encargó a san Jerónimo que tradujera las Escrituras al latín en 382, y se estableció definitivamente durante los sínodos de Hipona (393) y Cartago (397).
El objetivo era desechar todas las obras erróneas que circulaban en ese momento e instruir a las Iglesias locales sobre qué libros se podían leer en la misa.
La Iglesia siempre ha creído que este largo proceso fue guiado por el Espíritu Santo. Como explica el Catecismo, “la santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia“.
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