A partir de un caso real que ha llegado al consultorio de Aleteia, nuestra experta propone pautas para que la crisis económica no destruya tu mejor tesoroMi esposo y yo nos casamos y tratamos de alcanzar el mismo nivel de vida que lograron nuestros padres después de toda una vida de esfuerzo y trabajo. Para ello nos endeudamos fuertemente desde un principio. Fueron años en que nuestros ingresos solo alcanzaban para pagar deudas y vivir con cierta estrechez que, sumada a gastos no previstos, nos cansó e hizo que nuestra relación de esposos se tensara.
Quisimos entonces resolver esa crisis como si fuese una crisis solo económica, por lo que nos arriesgamos a hipotecar la casa con inversiones en las que anticipamos una visión de futuro tan promisoria que lo resolvería todo. Pero luego nuestras previsiones, planes y promesas no se realizaron como esperábamos, lo que nos hizo quedar más endeudados.
La cuesta arriba
Rondando ambos los cuarenta años admitimos que no era nada irreal pensar que nuestros mejores años estarían invertidos en saldar deudas. Se instalaron entonces en nuestra relación miedos, irritabilidad, culpa, resentimientos, obsesiones cual negros fantasmas.
Esos fantasmas fueron estrechando nuestra capacidad de amarnos y guiar juntos nuestro matrimonio. Así, nos encontramos al final de un oscuro callejón en el que de pronto nos cerraba el paso la realidad de que no era posible dar marcha atrás en el tiempo ni cambiar un ápice del pasado.
Sabíamos que por la familia, no había más opción que volver a empezar subiendo la empinada cuesta de la responsabilidad, pero ahora con el agravante de que nos habíamos vuelto más pesimistas e inseguros… ¿Y si uno de los dos enferma? ¿Si se pierde el trabajo? ¿O tal o cual decisión, será otro error?, ¿ Y si…?
Para empeorar las cosas nos aferrábamos absurdamente al mutuo reclamo de: deberías haber hecho esto o aquello, dicho esto o lo otro. Hurgábamos en el pasado sin dejar de lamentarnos y nuestra relación de esposos se deterioró, ahora sí rápidamente.
Lo nuestro era una inseguridad psicológica que enfermaba nuestra relación porque, lastrados por el pasado y preocupados enfermizamente por el futuro, dejamos de vivir un presente en el que como esposos no encontrábamos puntos de coincidencia, de apoyo mutuo. Sin dejar de amarnos, llegamos a hablar de divorcio, algo muy doloroso que nos decidió a pedir ayuda.
De esa manera empezamos a cambiar, a movernos dolorosamente.
Vivir el presente
Comprendimos: debíamos dejar de reaccionar nerviosamente arrastrados por los acontecimientos; sí en cambio pro accionar para crear las posibilidades de que las cosas buenas pudieran suceder.
Así decidimos recomenzar soltando amarras para asumir que lo pasado, pasado era, y que el futuro no sabíamos si llegaría ni de qué manera. Que a fin de cuentas el presente era lo único que nos pertenecía, y que solo en este nos podíamos plantear actos libres en los que aplicáramos toda nuestra inteligencia y voluntad.
¿Cómo? Previendo y planeando las cosas en un auténtico contacto con la realidad, “a Dios rogando y con el mazo dando” bajando a un modesto nivel de vida que nos permitiera un respiro, mientras pagábamos.
Nos propusimos que esos actos libres debían ser enfocados más al ser que al tener para salvar nuestro matrimonio y que para ser felices realmente necesitábamos poco.
Entregamos nuestra casa al banco para saldar deudas y alquilamos una modesta y digna vivienda. Para nuestra sorpresa, descubrimos excelentes y económicos colegios, las ofertas en el supermercado y muchas cosas que fueron rompiendo nuestros paradigmas de status socioeconómico.
Sin añorar el pasado
Nos reeducamos así para aprender a vivir cada día, sin la sensación ya de vacío o frustración por carecer de esto o aquello por vivir en el pasado (entre lamentos y decepciones) o en el futuro (cargados de temores o vanas esperanzas). A vivir el momento presente, viviendo y no esperando vivir cuando tal o cual cosa se lograran, tal o cual problema se resolviera.
Los nuestros fueron propósitos muy claros y firmes que nos dieran las bases para poner orden en nuestras ideas, acciones y emociones, recuperando el disfrute de una nueva libertad.
Algunos propósitos como:
- Aprender y manejar un presupuesto familiar mensual/ anual.
- No crearnos necesidades por compromisos sociales: en el vestido, las diversiones, las escuelas, etc.
- Estimular en el estudio y trabajo a nuestros hijos. Gracias a ello, obtuvieron becas.
- Cultivar una espiritualidad, un hobby, leer, reflexionar.
- Abrirnos a quienes en las mismas circunstancias de vida nos pudieran enseñar y dar buenos ejemplos.
Recuperar el tiempo del amor
Una bancarrota en lo material, no tiene por qué serlo necesariamente en el matrimonio, por lo que lo más importante fue que pudimos reconstruir nuestro proyecto de vida matrimonial, recuperando la sensibilidad hacia nuestros defectos y faltas de correspondencia como esposos, para poco a poco recuperar el tiempo y espacio de nuestro amor. Una verdad infinitamente más profunda que el simple cruzarse de dos vidas en los vaivenes de la existencia.
Ahora vivimos con la alegría y esperanza puestas en el futuro pero sin que la falta de respuesta impida la plenitud de nuestra existencia diaria, porque más allá de nuestras ignorancias y errores sobre nosotros mismos, confiamos en que es la Providencia divina quien corrige nuestro destino.
Que si fuera solo lo que a nosotros se nos ocurriera, muy mal nos iría.
Ahora todo lo que nos sucede nos lo apropiamos, interiorizamos y trasformamos en una historia que solo a nosotros pertenece, y en la que sin excluir la realidad de todo lo que nos envuelve, no arriesgamos en nada el poder restaurar, conservar y acrecentar nuestro amor.
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