Llamamos ‘planeta’ a nuestro planeta de origen, pero ¿es así? Aleteia habla con dos científicos que podrían ofrecer respuestas para un debate en curso.
Por extraño que suene, algunos miembros de la comunidad científica aseguran, por diferentes razones comúnmente desconocidas por los no científicos, que la Tierra podría no ser exactamente un planeta.
Según la definición defendida por la Unión Astronómica Internacional (IAU, en sus siglas en inglés) desde agosto de 2014, la Tierra sería, estrictamente hablando, un planeta enano, puesto que todavía no ha “limpiado” la vecindad de su órbita. Esto es precisamente lo que sucedió con el “planeta” Plutón en 2015. Esta definición establece que, para que un cuerpo celeste se considere un planeta, debería cumplir con los siguientes requisitos:
- Está en órbita alrededor del Sol,
- Tiene suficiente masa para que su propia gravedad supere las fuerzas de rigidez del cuerpo, de manera que adquiera una forma en equilibrio hidrostático (prácticamente redonda), y
- Ha limpiado la vecindad de su órbita.
Plutón no consiguió cumplir con el tercer requisito, ya que carece de lo que generalmente se conoce como “dominancia orbitacional”. Al formar parte del llamado cinturón de Kuiper –un grupo de cuerpos celestes pequeños y helados más allá de la órbita de Neptuno–, Plutón fue degradado al rango de “planeta enano”.
El caso es que, según defienden algunos, se aplicaría lo mismo a la Tierra, a causa de un asteroide. Les presentamos al asteroide 2016 HO3, que orbita un poco demasiado cerca a nuestro planeta como para ser considerado un auténtico satélite. Esto sería prueba de que la Tierra, como Plutón, todavía no ha limpiado su vecindario. De repente, nuestro planeta es enano. Pero, ¿es así realmente?
Según Alexandra De Castro, doctora en Física teórica con más de catorce años de experiencia como investigadora, profesora y antigua asociada de la Universidad de Sidney, la definición de la IAU “que tenía intención de precisar más, terminó siendo más vaga y confusa. ¿Qué se supone que tenemos que hacer con los cuerpos celestes que no orbitan alrededor de nuestro Sol, como el [sistema planetario] recién descubierto Trappist?”.
“[La misión espacial] New Horizons (NS)”, continúa De Castro, “duda de si deberíamos llamar también planetas a todos los demás cuerpos celestes –además de las estrellas– fuera de nuestro sistema solar, que pertenecen a otros sistemas solares o que vagan por el espacio, o si la designación de la IAU de ‘exoplanetas’ es suficiente.
Personalmente, creo que debe hacerse esta distinción entre planetas y exoplanetas, aunque principalmente para mantener la noción de cuáles objetos permanecen bajo la influencia del campo gravitacional del Sol y cuáles no”.
Aunque, también, prosigue, “el manifiesto de New Horizons propone que la definición de planeta debería centrarse en las características intrínsecas de los objetos en lugar de contemplar las complejidades de lo que conocemos como mecánicas celestes. De hecho, ellos utilizan criterios geofísicos.
Para la NS, un planeta es ‘un cuerpo de masa subestelar que nunca ha experimentado reacciones nucleares de fusión y que posee suficiente autogravitación para adquirir una forma esferoidal que se puede describir adecuadamente mediante un elipsoide de tres ejes independientemente de sus parámetros orbitales’”.
Esto significa, básicamente, según explica De Castro, que “dejaríamos de tener 8 ó 9 planetas en nuestro sistema solar, sino unos 100. Personalmente, creo que ambas variables deberían considerarse: las características intrínsecas del objeto tanto como su interacción con otros”. Como ya puede verse, la clasificación astronómica de cuerpos celestes se está convirtiendo cada vez más en “una cuestión multidisciplinar”.
Entonces, ¿estas cuestiones están exclusivamente relacionadas con la nomenclatura? ¿Qué consecuencias podría tener el hecho de que la Tierra dejara de considerarse un “planeta”?
“Aunque las sociedades científicas siempre han entablado debates”, declara De Castro, “el consenso científico mundial bajo normas estrictas es algo relativamente nuevo. La IAU ofrece directrices, acepta propuestas, las debate y finalmente las aprueba o no, a través de procesos democráticos entre sus miembros. En ese sentido, las nomenclaturas son, en efecto, convenciones, aunque son aprobadas por un grupo de expertos.
Lo que es indiscutible es que la clasificación es una herramienta esencial que permite progresar los estudios científicos. Por este motivo, la nomenclatura debería caracterizar lo mejor posible los objetos de estudio y sus relaciones entre sí. En cuanto a las consecuencias de considerar la Tierra un planeta o no, no son algo pura y enteramente científico: también está relacionado con el entendimiento del público general sobre su entorno.
Sin duda es un elemento importante que tener en cuenta, y seguro que la IAU lo considerará, antes de despojar a la Tierra de su designación de ‘planeta’. De hecho, la NS también es consciente de ello y, aunque su definición de planeta devolvería a Plutón su estatus de planeta, adoptar más de 100 cuerpos y llamarles de repente ‘planetas’ puede ser incluso más difícil de digerir”.
Por lo tanto, es fundamental preguntarse por qué estas definiciones, aparentemente básicas, siguen siendo objeto de debate e incluso controversia.
Así lo cree el doctor Marcio Meléndez, científico que trabaja en el telescopio espacial James Webb, en el Centro de vuelo espacial Goddard de la NASA. En su opinión, el hecho de que estas discusiones sigan abiertas “es siempre importante, ya que la ciencia no es monolítica, sino bastante flexible y adaptable y se ajusta al ritmo de crecimiento del conocimiento humano acumulado”.
Sin embargo, en el caso de Plutón, por ejemplo, el investigador admite que “el término ‘planeta’ trasciende los límites de las definiciones científicas y se plantea como una etiqueta sentimental. Es un sentimiento con el que estamos intrínseca e incontrolablemente relacionados, ya que hablamos desde nuestro propio hogar, orbitando al Sol, pero también porque durante más de 80 años Plutón ha sido siempre ‘el último planeta’ en nuestras clases”.
No obstante, añade también que, “debido a la creciente complejidad de nuestro sistema solar, no es extraño que muchos astrónomos no coincidan, total o parcialmente, con estas definiciones recién adoptadas”.
De hecho, la definición de la IAU y los criterios 1, 2 y 3 antes mencionados “incluyen a Mercurio, Venus, la Tierra” —a pesar, por el momento, de nuestro querido asteroide 2016 HO3— “Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, Plutón como ‘planeta enano’ pero con Ceres y Eris uniéndose como enanos en vez de asteroides”.
De hecho, y abordando precisamente el asunto del asteroide 2016 HO3, Marcio explica que “el requisito de la ‘limpieza de la órbita’ no incluye cuerpos pequeños, asteroides, cometas o remanentes de la formación del sistema solar, que pueden seguir orbitando la Tierra (o cualquier otro planeta)”.