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Qué es lo que nos enseña sobre el autocontrol la prueba del malvavisco

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Benjamin Davidson | Flickr CC

Katarzyna Kozak - publicado el 22/05/17

El autocontrol no es solo un rasgo genético. Puede aprenderse y desarrollarse usando estos consejos

El autocontrol, es decir, la capacidad para controlar el comportamiento y las reacciones de uno mismo, es una gran ventaja y tiene un gran impacto sobre cómo lidiamos con las sorpresas de la vida. Hasta hace poco, se pensaba que la genética determinaba el nivel de fuerza de voluntad de cada uno. El psicólogo estadounidense Walter Mischel no piensa lo mismo: en su opinión, el autocontrol puede aprenderse.

La idea se puso a prueba en el centro de educación preescolar Big Nursery School, de la Stanford University, en California. El psicólogo Walter Mischel decidió observar cómo se enfrentaban niños de preescolar, de entre cuatro y cinco años, a tener que resistir una tentación particular.

Cada niño era conducido a una Habitación Sorpresa, donde había un malvavisco, una nube de azúcar, sobre la mesa. El niño podía comerse el malvavisco en seguida o podía esperar 15 minutos, en cuyo caso recibiría un premio en forma de dos malvaviscos u otro capricho de su propia elección. Si el niño decidía esperar, se quedaría solo en la habitación junto a la tentación. Si necesitara comer antes el malvavisco, podía tocar un timbre para llamar al investigador y el experimento llegaría a su final.

La pequeña Inez parecía sufrir una tortura en cuanto la dejaron a solas. Al principio miraba a la nube de azúcar con expresión triste. Luego se acercó al timbre y casi lo tocó, pero retiró la mano en el último minuto. Después, empezó a reír con fuerza, como si hubiera hecho algo divertido. Durante unos pocos minutos estuvo jugando: trataba de tocar el timbre con una mano y se tapaba la boca con la otra, como para no reír demasiado fuerte. De vez en cuando susurraba “No, no, no”, como si intentara impedirse hacer lo que de verdad quería hacer.

Resistió todo el tiempo y recibió dos galletas Oreo como premio. Javier también consiguió no comer su malvavisco. En vez de centrarse en el dulce, jugó con el timbre. Monica mantuvo una conversación con ella misma, durante la cual se explicaba por qué no debía comer la nube.

De los varios cientos de niños examinados, solo el 30% fue capaz de resistir a la tentación. Mischel continuó siguiendo a los participantes en diferentes etapas de sus vidas mientras estuvieron en la escuela y más tarde al principio de la vida adulta.

Resultó que a los niños de 4 y 5 años que lograron resistir la tentación de comer el malvavisco les fue mucho mejor en la vida que a aquellos que lo comieron de inmediato. Tenían mejores notas en las pruebas de razonamiento SAT, eran menos propensos a desarrollar una dependencia a las drogas, ganaban más dinero y estaban físicamente más sanos.

¿Quiere decir esto que nuestro futuro está escrito en un malvavisco? Nada más lejos de la verdad. Mischel insiste en que la fuerza de voluntad no es un simple rasgo genético. Podemos desarrollarla notablemente y fortalecerla con el tiempo.

“Las técnicas de autocontrol —tanto cognitivas como emocionales— pueden asimilarse, desarrollarse y usarse de forma activa hasta que queden automáticamente activadas cuando las necesitemos”, escribe en su libro El test de la golosina.

Además, se puede aumentar la fuerza de voluntad usando algunas estrategias clave que los niños usaron de forma intuitiva en el experimento.

1. Sosiégate ‘ahora’, anímate ‘luego’

Los niños que resistieron y no se comieron el malvavisco a menudo empujaban la tentadora golosina hasta el otro extremo de la mesa y le daban la espalda para no poder verla. Al mismo tiempo, nunca olvidaban el objetivo principal: dos malvaviscos.

Según Mischel, esta es una de las estrategias básicas para posponer una gratificación inmediata.

Si la atractiva tentación está cerca, nuestras ideas “se animan” –“¡Lo quiero ahora!”– en nuestra cabeza. “La dominación de este pensamiento ‘acalorado’ probablemente servía de mucho a nuestros ancestros en su entorno natural, pero hoy en día nos empuja por instinto a ceder a nuestras tentaciones, haciendo que personas inteligentes actúen de forma no tan inteligente”, explica Mischel en su libro.

Distanciarse físicamente del objeto de deseo y centrarse en las consecuencias a largo plazo nos da tiempo para sosegarnos y funcionar con un sistema “enfriado” –“Voy a esperar”–. El hecho de esperar activa el córtex prefrontal, que nos ayuda a centrar nuestra atención en el futuro.

En años siguientes, Mischel estudió el irresistible deseo ante el tabaco y la comida. Cuando los fumadores compulsivos se centraban en las consecuencias a largo plazo de fumar –“Podría sufrir cáncer”–, su deseo de fumar se volvía más débil. De forma similar, centrarse en las consecuencias de comer de forma excesiva –“Podría ganar demasiado peso”– redujo eficazmente su apetito.

2. Tener preparada la estrategia de respuesta

En otro experimento, Mischel llevó a los niños a una habitación con una ‘Mr. Clown Box’ [Una “caja señor Payaso”, un dispositivo con aspecto de payaso que interactúa con los niños según los intereses del estudio psicológico, N. del T.] que animaba a los niños a hablar con él y a jugar con él ahora, en vez de terminar su trabajo primero y jugar después.

Antes de entrar en la habitación, los investigadores decían a los niños de qué forma podían lidiar con el señor Payaso para no caer en su distracción. “Si el señor Payaso hace ruidos y te pide que le mires y juegues con él, entonces simplemente mira a tu trabajo y no a él, y dile ‘No, no puedo. Estoy trabajando’. Esta estrategia que respondía a una situación concreta ayudaba a los niños a ceñirse a sus objetivos, continuar trabajando y resistir la tentación de jugar con el payaso.

Según Mischel, esta estrategia basada en la construcción “si pasa esto… entonces yo haré…” puede ayudarnos a controlar nuestro comportamiento en la vida diaria. “Si nos preparamos y probamos un plan con antelación, entonces el autocontrol se activará automáticamente por el estímulo al que está asociado. (“Si paso junto al frigorífico, entonces no abriré la puerta. Si veo un bar, cruzaré a la calle contraria. Si suena una alarma a las siete, entonces iré al gimnasio”). Cuanto más repitamos y practiquemos estos planes, más se automatizan y reducen el esfuerzo del proceso”, explica Mischel.

3. Mirarse a uno mismo con otra perspectiva

Los niños no usaron este mecanismo, pero es necesario dominar el autocontrol en ciertas situaciones. Según Mischel, el estrés, sobre todo el estrés crónico, inhibe el autocontrol. Hace que el sistema “acalorado” domine y disminuya la función del sistema “enfriado”.

Como resultado, se produce un círculo vicioso que lleva a la intensificación del estrés y a incrementar sus efectos tóxicos psicológicos y biológicos. En estas circunstancias, es muy difícil poder trabajar en el autocontrol y cambiar al sistema “enfriado”.

¿Qué podemos hacer? “Una vez más, observemos la experiencia dolorosa no con nuestros ojos, sino como si la miráramos desde la distancia, como si fuéramos una mosca en la pared. Adoptar una perspectiva diferente cambia nuestra valoración e interpretación de la experiencia. Al incrementar la distancia psicológica que nos separa de la situación, mitigamos el estrés, nos sosegamos y entonces podemos usar el córtex prefrontal para reinterpretar lo sucedido, entender la experiencia, encontrar una conclusión y seguir adelante”, aconseja el psicólogo.

Nota: si decides realizar el experimento del malvavisco con tu hijo, recuerda que el resultado depende de muchos factores y que podría ser diferente en una situación en la que un desconocido dirigiera el experimento. Si el niño se come de inmediato el dulce, es un indicio de que probablemente deberías plantearte enseñarle autocontrol. Si el niño no se siente tentado durante varios minutos, ¡fantástico! Pero eso no es garantía de un futuro maravilloso. En cualquier caso, desarrollar el autocontrol es una tarea constante que solo trae beneficios.

Este artículo se publicó originalmente en la edición polaca de Aleteia.

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