Mensaje para la Cuaresma de este 2017: Es tiempo de escuchar a Dios, vivir los sacramentos y abrir la puerta a los pobres
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Corruptos, envidiosos, buscapleitos y desconfiados, todos se alimentan de un mal: “La codicia del dinero” que es “la raíz de todos los males”. El papa Francisco, en el mensaje para la Cuaresma de este 2017, reitera que la riqueza sin humanidad enferma hasta llegar al “pecado que nos ciega”.
La Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo.
Un tiempo para la conversión
Multitudes de solitarios alimentados por el propio yo, encerrados en sí mismos, miopes frente al sufrimiento del otro: “El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación”.
El Papa había arremetido recientemente contra las ‘migajas’ de los ricos que hacen filantropía y no conocen de comunidad y no tocan a las personas. Para Cuaresma insta a que el dinero no llegue a “dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico”.
El mensaje forma parte de la preparación de los 40 días, desde el comienzo del Miércoles de Ceniza, en que los cristianos se preparan a una conversión antes de la fiesta de la Pascua, el domingo de resurrección de Jesús, que murió en la cruz.
En este contexto, el Papa asegura que el “dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz”. Por el contrario, insta a ver las riquezas como instrumento “a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás”.
En este sentido, indica que la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31) “nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir”. Es un hombre que esconde “un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62)”.
Sucesivamente, el Papa explica que la soberbia está en el peldaño más bajo de la “decadencia moral”.
El hombre rico que hoy vestiría vestidos de sastres y grandes firmas del lujo para indicar su poder, es ese hombre que simula ser dios, en la parábola, “olvidando que es simplemente un mortal”.
“Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención”, indica.
El Pontífice vuelve al mensaje de Jesús quien condena con tanta claridad el amor al dinero: “Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero” (Mt 6,24)”.
Ver al otro como un don
En este sentido, la Cuaresma es un periodo de conversión para ver al otro como un don. Por eso, señala: “Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor”.
En este caso, “incluso el pobre en la puerta del rico no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido”.
Así, la Cuaresma es “un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo”.
Francisco recuerda que la parábola enseña el “verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo”.
Por ello, invita a que el Miércoles de Ceniza sea un volver a “la Palabra de Dios” que es “una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios”.
Servir a Cristo en los necesitados
“Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano”, escribe.
El Papa recuerda que Jesús “en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador: nos muestra el camino a seguir”.
Así, insiste que en pedir para que el “Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados”.
Para que “aumente la cultura del encuentro en la única familia humana”, y por último, anima a manifestar “esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo”.
“Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua”.