Pierdan, por favor, el miedo a poner a sus hijos – y a sus parejas – normas familiares a respetar
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El estudiante de bachiller se dirige a la madre de su novia en tono de reclamación: —Señora, ¿acaso no me tiene confianza, y por ello me niega el permiso para andar a solas con su hija a ciertas horas de la noche? Si es así… entonces a su hija, que usted ha educado, tampoco se la tiene.
Me extraña —siguió diciendo—, pues ha sido ella quien me puso una serie de condiciones que he aceptado, como el solicitar permiso para visitarla como novio, recato en nuestras manifestaciones de afecto, las reglas de conducta de la casa…
La madre responde: —Te equivocas, a ti te tengo confianza, a mi hija también le tengo confianza… a los que ya no les tengo confianza es a los dos juntos solos, y menos a horas de la noche, y si realmente valoras a mi hija, debes entender que las reglas son las de la familia y garantía de la dignidad de quien puede ser con el tiempo tu esposa y la madre de tus hijos.
Novio —Pero… solo por andar a solas considera usted la posibilidad de que su hija y yo… disculpe, ¿eso no es exagerar en desconfianza?
Conversaciones como esta entre una madre y el novio de la hija, con acusaciones de “estar chapado a la antigua” de por medio, ya son menos habituales que antes. Pero aunque las virtudes ya no estén de moda, siguen siendo indispensables para quienes se esfuerzan por obrar con rectitud de intención.
Muchos dicen que los tiempos han cambiado y roto paradigmas, que se ha ganado en libertad, en autenticidad, abatido prejuicios; solo porque se han relajado costumbres y peor aún: admitido la banalidad en las relaciones afectivas y sexuales para dar carta de naturalidad a innegables realidades, como: padres y madres adolescentes, enfermedades de trasmisión sexual, rompimientos, tristeza… todo un menú de miserias porque se ha dejado de poner en juego lo mejor de nuestra condición humana.
Novio —Es verdad, tengo algunos amigos y amigas que piensan así, y además, bueno… no me parece nada bien cómo se comportan. Si usted supiera… tiene usted mucha razón.
En la adolescencia y la juventud, las relaciones sexuales y actitudes promiscuas son el paso para entrar al tenebroso mundo de situaciones muchas veces irreversibles. Por eso es un deber de los padres hablar a los hijos sobre el tema, para que adquieran consciencia del enorme costo antes de incurrir en el error, o si ya lo están cometiendo. Por incómodo o difícil que esto sea.
Temas como:
- Las enfermedades de trasmisión sexual.
La mayoría de estas enfermedades afectan tanto a hombres como a mujeres, pero en muchos casos los problemas de salud que provocan pueden ser más graves en las mujeres. Si una mujer embarazada las padece puede causarle graves problemas de salud al bebé.
Que el virus que transmite el SIDA es 3 veces más pequeño que el virus que transmite el herpes, 6 veces más pequeño que la espiroqueta que causa la sífilis, y 450 veces más pequeño que el espermatozoide y, por tanto, 50 veces más pequeño que los poros del condón de látex de mejor calidad.
- De los hijos no deseados, donde ronda el aborto con sus secuelas de grave daño moral, emocional, psicológico que duran toda la vida.
Solo es cuestión de escuchar el honesto testimonio de una jovencita que ha abortado.
- La realidad de un futuro de baja autoestima al tratar de rehacerse afectivamente.
Sobre todo cuando conozcan y amen a alguien realmente valioso.
- De pobreza, al no poder proseguir los estudios académicos.
No todos los padres o familiares están dispuestos o tienen capacidad económica para ayudarlos.
- De estigmas sociales que provocan en ciertos medios el desprecio, el acoso.
Sobre todo cuando prevalece una cultura machista.
- La frustración y depresión graves que pueden llevar al suicidio en la adolescente embarazada y/o herida.
- La perversión y tendencia a entrar en la telaraña de la promiscuidad y prostitución. Porque la mujer como el hombre, al intentar una separación entre su sexo y su persona, se autodestruye.
- Del cargo de conciencia.
Aparecerá en la factura de una adultez, que inevitablemente los habrá de confrontar con la dura realidad de ser los responsables de unos hijos sin padre o madre, como inocentes que han de pagar con consecuencias imprevisibles, las culpas de otros.
Prevenir con el esfuerzo de la educación, es mejor que lamentar.
Autoridad: Los padres deben ejercer su autoridad desde el plano de su prestigio personal apoyados en su estatura moral, y en el acompañamiento e involucramiento en los afanes, intereses, inquietudes y problemas de los hijos, sobre todo en las etapas de la pubertad, adolescencia y juventud.
Ejercer la autoridad en ocasiones no es cómodo, pero es un derecho y un deber de servicio a los hijos, una función de gobierno que en momentos exige dureza al poner condiciones que pueden producir agobio.
Una actitud que se opone al dejar hacer dejar pasar, producto del temor al conflicto, indiferencia, comodidad, flojera de los padres. Por las que los hijos pueden terminar pagando un alto precio.
Perder el temor para imponer algunas condiciones no negociables como: trato con amistades o noviazgos inconvenientes; horarios para el regreso a casa; no a tareas en casas solas; no al consumo de alcohol; exigir respuesta académica; que ayuden ayudar en tareas domésticas; reglas familiares con el uso del internet sobre todo por las noches.
Amor y acompañamiento: Tener manifestaciones afectivas con los hijos: el beso, la caricia, el elogio sincero, pues al no carecer de ellos evitara que busquen, descubran y reciban de personas que los pueden dañar.
El acompañamiento cercano, con mucho cariño, evita que los hijos generen problemas de baja autoestima que traten de resolver con un novio, grupos de amigos o pandillas, pues el principal referente de identidad: el familiar, será sólido.
Por Orfa Astorga de Lira, Máster en matrimonio y familia, Universidad de Navarra.
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