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¡No estresemos a los niños!

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Mathilde De Robien - publicado el 06/02/17

Es peligroso para su salud, su cerebro puede dañarse

Es difícil saber si los niños de hoy en día están más estresados que los de las generaciones precedentes, pero lo que sí parece evidente es que las fuentes potenciales de estrés se multiplican a gran velocidad en la sociedad actual.

Estrés ligado al entorno

El estrés que siente un niño puede provenir de factores ambientales, como la amenaza terrorista, el cambio climático, la contaminación (un niño de nivel de infantil me dijo, y les aseguro que es cierto, que correr era peligroso para la salud ¡porque se respira demasiada polución!); factores contra los que no se puede hacer gran cosa, además que tranquilizarles y evitar hablar de ellos demasiado a menudo delante de los niños o mostrarles un documental alarmista.

Estrés ligado a la familia

El estrés también puede sentirse en el seno familiar debido a plagas como el desempleo, la precariedad laboral, la desintegración del núcleo familiar, la violencia de género,… Un estrés especialmente tóxico, ya que la amenaza está próxima al niño y se padece de manera continuada.

Estrés ligado a factores sociales

Por último, el estrés puede ser fruto de elementos sobre los que sí tenemos control: agenda sobrecargada, presión escolar, presión consumista (vestir determinada marca, tener determinado videojuego,…), presión de los compañeros por hacer una u otra cosa,…

Un reflejo

El estrés es una reacción reflejo del organismo, psicológico y fisiológico, que responde a un estímulo, de menor (una reprimenda en el colegio) o de mayor importancia (una mudanza), positivo (una fiesta) o negativo (un conflicto), excepcional (una operación médica) o constante (jornada sobrecargada), previsto (un examen) o imprevisto (un accidente).

Céline Alvarez, en Les lois naturelles de l’enfant, (Las leyes naturales del niño; un libro en el que relata su experiencia pedagógica inspirada en Maria Montessori en una clase de maternidad en Gennevilliers, Francia, y en el que descifra los grandes principios científicos que subyacen en el aprendizaje y el desarrollo), explica que en un principio el estrés es una reacción sana del organismo que nos permite hacer frente a una situación difícil.

La secreción de cortisol y de adrenalina vuelven al organismo más hábil y eficiente, siempre y cuando el estrés sea de corta duración.

Sin embargo, actualmente las causas de estrés son tan múltiples que el niño, cuyo córtex prefrontal no está todavía maduro y, por tanto, es incapaz de gestionar su reacción emocional (al contrario que un adulto), puede enfrentarse a auténticas “tempestades emocionales”.

Entonces el cortisol, secretado de forma continua y en gran cantidad, daña el cerebro del infante: ataca los circuitos fundamentales y destruye neuronas (sobre todo las alojadas en el hipocampo, zona de la memoria, y en el córtex prefrontal, zona del análisis y autocontrol).

La autora, con el apoyo de estudios científicos en neurociencia, advierte de que el estrés es tóxico para el desarrollo del cerebro de un niño.

¿Cómo proteger a nuestros hijos?

(Respuestas extraídas de Lois naturelles de l’enfant)

Evitar exponerles a situaciones violentas, ya sean físicas o verbales: gritos, humillaciones, insultos, peleas delante de ellos, todavía más si son situaciones recurrentes.

Ayudarles a gestionar su estrés. ¿Cómo? Comiencen por tranquilizarles con su presencia cariñosa y reconfortante, tomándoles en brazos o cogiéndoles de la mano. El contacto físico permite la secreción de oxitocina (hormona del amor), que a su vez detiene la secreción de cortisol. Eliminar de esta forma el estrés entraña también la secreción de endorfina, serotonina y dopamina, hormonas que generan bienestar, serenidad y entusiasmo.

Una vez que el niño esté calmado, ayúdenle identificar sus emociones: ¿es ira, tristeza, frustración, miedo…? Identificar lo que se siente tranquiliza. Luego, propongan una solución al “problema” causante del estrés.

Nuestra responsabilidad con respecto a nuestros hijos es aún mayor dado que el estrés, según recientes estudios en neurociencia, tendría repercusiones en la edad adulta.

Según la doctora Catherine Guéguen, “un estrés significativo en la primera infancia actúa sobre el córtex prefrontal y puede resultar en la destrucción de neuronas. También dificulta su maduración y disminuye su volumen” (Para una infancia feliz hay que replantear la educación a la luz de la neurociencia).

Como consecuencia, el ser humano adulto tendría grandes dificultades para apaciguar sus emociones y sus impulsos y para gestionar su estrés.

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