Aunque casi todos los visitantes necesitan binoculares para verla, ha estado allí desde los años 80 del siglo pasado, cuando se construyó la torre noroeste
Algunas fuentes atribuyen el uso de gárgolas a una leyenda vinculada con la vida de san Romano, obispo de Rouen del siglo VII. Según la leyenda, san Romano habría logrado someter a un dragón –de nombre Gargouille, “garganta”- sólo mostrándole la cruz, y lo llevó atado apenas con una cuerda al cuello hasta el centro de Rouen.
Allí, el dragón fue muerto y quemado, pero la cabeza y el cuello de la bestia no pudieron ser consumidas por las llamas. Así, san Romano decidió colgarla de una de las paredes de la catedral, a modo de advertencia, para recordar a todos que el mal acecha, y sólo puede ser vencido por la cruz.
Desde luego, esto es sólo una leyenda. Otros autores apuntan que el uso de gárgolas en las catedrales tiene una función pedagógica: los dominios del mal están fuera de la iglesia, metafórica y literalmente, y que el mal huye del templo -“sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y las puertas del Hades no prevalecerán sobre ella”-. Es una manera de representar gráficamente lo que se lee en la Escritura, en tiempos en los que eran pocos los que podían leer y escribir.
Así, no es extraño que en una catedral contemporánea consigamos, entre las gárgolas, a la que quizá sea una de las representaciones del mal más conocidas (y temidas) de nuestros tiempos: Darth Vader, el otrora jedi que decidiese entregarse al lado oscuro.
Pero ¿cómo llegó el personaje de La Guerra de las Galaxias a la torre noroeste de la Catedral Nacional (Episcopalista) de Washington?
En un concurso para niños organizado por la National Geographic, Christopher Rader ganó el tercer premio, por su dibujo de Darth Vader. Justo entonces, el escultor Jay Hall Carpenter estaba diseñando las gárgolas y quimeras que formarían parte del sistema de desagüe (y de la decoración) de la torre noroeste de la Catedral Nacional de Washington, en Estados Unidos.
La idea es que, al llover o al derretirse la nieve, el agua caiga por estas esculturas, evitando así que se filtre por las paredes de la catedral o, peor aún, que se estanque en los techos. Carpenter vio el dibujo del joven Rader, y lo incluyó entre los demás diseños de sus grutescos, entre los que figuran además un hombre con grandes dientes y una sombrilla, y una niña con trenzas.