Se despidió del básquetbol sin lujos, junto a sus amigos y abrazando a su hijo
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La temporada pasada ya había sido lo suficientemente dura para el básquet mundial con el retiro de Kobe Bryant. Y entre su magno adiós, con un partido para el recuerdo, y la coronación de una auténtica epopeya de Lebron James, para los aficionados de la NBA la noticia pasó casi desapercibida. Como él quería.
Tim Duncan, sin pedirle permiso a la historia, dejó de jugar profesionalmente al básquet, antes de que el básquet lo deje a él. Lo hizo en gran nivel. Y lo anunció con un breve comunicado y una entrevista grabada en su casa por su esposa.
Estrella de San Antonio Spurs, cinco veces campeón con ese equipo en 19 años de desempeño, tuvo finalmente, meses después, su merecido reconocimiento y homenaje. No fue con una transmisión especial comercializada a todo el mundo. No fue con estrellas de Hollywood invitadas a la primera fila. Fue en su casa, el estadio de los Spurs, tras un encuentro que vio como uno más, con las palabras de sus amigos, y él, sentado, callado, abrazando a su hijo.
Si Tim Duncan fue el tributo a lo que un ala pivot puede rendir, también lo fue por su bajo perfil. Duncan nunca hizo alarde de sus fortunas, nunca transparentó de más su vida privada, y apenas exponía la grandeza de sus logros deportivos. La única entrevista tras su anuncio fue a una radio de las Islas Vírgenes, islas de apenas cien mil habitantes que le vieron nacer.
En el parquet nunca un lujo de más, nunca una cargada al rival, nunca un insulto y una agresión desmedida.
Aún en el festejo, siempre medido, como queriendo que las estrellas fuesen sus compañeros.
El argentino Manu Ginobili tuvo la responsabilidad de acompañarlo durante gran parte de su carrera, y de dirigirle unas palabras en el AT&T Center de San Antonio en la ceremonia de retiro de la camiseta de Duncan. Nadie nunca más en los Spurs usará el número 21.
Manu recordó que Duncan, aún siendo el mejor de la NBA, entrenaba como nadie. Más aún después de alguna derrota por las que él asumía responsabilidades o tras partidos en los que creía que no estaba “afilado” como hubiese querido. Entrenaba por horas desde bien temprano mostrándole a todos cómo se debían comportar, recordó Manu.
Pero además de la competitividad, Manu resaltó que era un gran compañero con una anécdota. Tras fallar un tiro que hubiese significado una importante victoria, el argentino se recluyó en su cuarto y desconectó su teléfono, angustiado. No quería hablar con nadie. Duncan lo persiguió hasta que Manu atendió el teléfono del baño, y lo convenció para que vaya con él a cenar. Por horas hablaron de todo menos de básquet. Y el argentino se fue a dormir mejor. “Gracias por tus lecciones, que nunca quisiste dar, pero las diste. Gracias por tu amistad”, cerró Manu en un discurso que arrancó las lágrimas del estadio entero ilustrando cómo el gigante de las Islas Vírgenes “hacía mejor a todos”.
Además de haber sido campeón de la NBA en cinco ocasiones, Duncan es uno de los únicos tres jugadores de la historia de la NBA en haber obtenido más de mil victorias en su carrera. Nadie jugó la cantidad de minutos que él jugó en los Playoff, los partidos decisivos. Será recordado por sus méritos profesionales, pero también por ser el hombre de la palabra justa, de ningún escándalo, de la discreción, del gesto preciso. El tímido Tim ya está en la historia.