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Victoria de Trump: ¿Volveremos a creer en las encuestas, después de esto?

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Jaime Septién - publicado el 09/11/16

Crónica de una noche que ni el equipo ganador soñaba con ver hecha realidad

El mundo entero no volverá a creer en las encuestas. Si Gran Bretaña o Colombia fallaron en prevenir el “sí” y el “no”, el país más poderoso del mundo, con varias decenas de súper compañías encuestadoras, falló estrepitosamente: Donald J. Trump será presidente de Estados Unidos de América a partir del 20 de enero de 2017.

Como en la película de Volver al Futuro, cuando el protagonista comprueba que el actor Ronald Reagan era entonces presidente de la Unión Americana, así hubiera reaccionado cualquiera que hace dos años vislumbrara la película que ayer por la noche vivió este país. Un país inmenso que ya no volverá a ser el mismo.

La guerra sucia, la intervención de un presidente extranjero –y para mayor inri el de Rusia—así como los insultos, el racismo, las descalificaciones y los comentarios morbosos sobre las mujeres, sobre los hombres, sobre los mexicanos (“bad hombres”, dijo Trump en el tercer debate) o los musulmanes, han provocado que el planeta entero haya visto con susto lo que ocurría en los últimos instantes de la elección.

Nadie podía creer lo que estaba viendo en su televisor. Nadie. Ni siquiera el equipo de Trump. Menos los Demócratas.

Pero el clavo en el ataúd de Hillary Clinton lo dio su jefe de campaña (el de “la primavera católica” que mostró Wikileaks) John Podesta, cuando salió como un malabarista de circo, con una cara de felicidad que se veía a leguas más falsa que el hueso de la patata. Les dijo a los seguidores de Clinton. “Todavía podemos esperar un poco más, hay varios Estados todavía por contar, así que no haremos más declaraciones esta noche. Mañana tendremos algo más que decir”. En buen español: tomen las de Villadiego que este arroz ya se coció.

Luego, sí, Clinton le habló a Trump. Y Trump se dirigió a “América” con un lenguaje algo más modoso que lo que acostumbra. Había recibido, además, otros mensajes de aliento. El de Marine Le Pen le habrá llegado al corazón: “Félicitations au nouveau président des Etats-Unis Donald Trump et au peuple américain, libre!”.

Y para Clinton, la marea de votantes latinos no llegó nunca. Mucho menos en la Florida, el Estado crucial que definió las elecciones.

Estados Unidos se despierta hoy con un sabor agridulce en la boca. Partido en dos mitades. Pero donde el batacazo ha sido monumental – además de entre los demócratas — es en México. El vecino país del sur cuyo pulmón derecho respira en el otro lado del Río Bravo.

De inmediato el peso alcanzó su mínimo histórico frente al dólar estadounidense. Y los millones de mexicanos indocumentados (cerca de 5 millones de trabajadores) así como los centroamericanos, se han puesto hoy en estado de angustia total.

Trump no consideró necesario dirigirse a ellos en el discurso de la victoria. Habló de empleos, de inversiones multimillonarias en infraestructura, de ayudar a los veteranos de guerra e impulsar el crecimiento económico. Dijo que la ciudadanía “volverá a soñar”.

Quizá eso sea para la ciudadanía blanca. Pero para las minorías, sobre todo los hispanos y los musulmanes, no hay, por ahora, tal sueño. Y sí hay el principio de una pesadilla. Trump prometió dos cosas: repatriar a 11.5 millones de “ilegales” y construir un muro de 3,200 kilómetros entre México y Estados Unidos.

Antes había duda. Se pensaba que eran promesas de campaña. Pero a partir del próximo enero, tendrá en sus manos al Congreso y a la Cámara de Representantes. Podrá hacer y deshacer sin demasiadas restricciones, salvo las que imponga un país en el que las instituciones todavía funcionan.

También prometió liquidar el Acuerdo de Libre Comercio con Canadá y México y el Acuerdo Transpacífico. Exigir a los países de la OTAN que paguen sus cuotas y poner de patitas en la calle a todos los inmigrantes “que no amen” a EE.UU.

Desde luego, la humanidad entró hoy en una zona de turbulencia severa. No solamente los mercados financieros, sino el concepto mismo de equilibrio nuclear, cooperación internacional, bloques de poder, democracia y cuanto tema haya dado prestigio o solidez a Occidente.

Un hombre con nula experiencia en la política –por eso ganó—se sentará en el sillón de la Oficina Oval en la Casa Blanca. Con el botón nuclear muy cerca de su mano. Que Dios nos ayude.

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