De profesor de lengua y literatura a músico católico
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Cecilia ha extrevistado en exclusiva al músico Jesus Cabello.
¿Quien fue la primera persona que te habló de Dios?
Mi madre siempre ha tenido una fe muy fuerte, forjada a base de superar dificultades. Ella fue la que compartió conmigo el tratamiento contra mi leucemia. Recuerdo que me hablaba de Dios con la naturalidad del que habla de su familia. Dios siempre ha estado en mi casa como uno más.
Mi padre, personaje de gran carácter, se emocionaba cada vez que recordaba estos episodios de mi infancia, y creía firmemente en que mi repentina recuperación se debió a un milagro por intercesión de la Virgen.
¿Existe alguna anécdota de tu infancia/adolescencia que te haya acercado a la música?
Mi abuelo materno, al que apenas conocí, aprendió a tocar el piano y la guitarra de forma autodidacta. También dicen que cantaba muy bien. Todos mis hermanos tocaban la guitarra y me molestaba mucho que no me dejaran acercarme para que no la rompiera.
A los diez años me propusieron en el colegio formar parte de una rondalla escolar y comencé tocando el laúd. Aquello me pareció superaburrido. El curso siguiente dejé la música y me apunté a balonmano.
Poco tardé en coger la guitarra de mi casa, casi en secreto, y aprendí a tocar prácticamente solo.
¿Te fue fácil descubrir la vocación al matrimonio?
Recuerdo que siempre he sido muy enamoradizo. Me quedaba prendado de muchas chicas. Eso me hacía pensar que tenía vocación de casado.
Pero por otro lado, nunca podía iniciar una relación con ninguna de ellas, mientras el sentimiento religioso se acentuaba, más si cabe con la ordenación de sacerdote de mi hermano mayor. A los dieciocho años estaba decidido a dar un paso adelante para ser cura.
¿Cómo conociste a tu esposa?
El verano de los dieciocho años, justo antes de empezar la licenciatura en la universidad (mientras maduraba la idea de ser sacerdote), fui a unos ejercicios espirituales para jóvenes que se celebraron en Granada, cerca de Córdoba. Fue una semana en silencio, de oración.
Una noche me senté a cenar con gente que no conocía de nada, de otras provincias. Justo enfrente de mí había una chica de ojos grandes y brillantes. Nos miramos, nos sonreímos. Antes de saber su nombre, tenía la certeza de que me iba a casar con ella, y así fue.
Sentí mucha paz, algo así como un “¡te encontré!”. Siete años después, Paloma y yo nos casamos en esa misma casa de espiritualidad.
¿Te gustaría compartir algo gracioso que haya pasado en un concierto?
Bueno, me ha pasado casi de todo: se me han roto los pantalones, me han invadido el escenario casi cien personas, se me han roto cuerdas de la guitarra, se ha ido la luz, se me han olvidado letras de canciones, he actuado con fiebre… La experiencia es un grado.
Sabemos que estuviste en Polonia en la JMJ ¿Cómo ves a la Iglesia joven hoy en día? ¿Cuáles son sus necesidades?
En Polonia pude ver una Iglesia joven que necesita ser escuchada. Creo que la pastoral juvenil y la pastoral familiar son dos campos de trabajo urgentes.
El papa Francisco también ha entendido esta necesidad como una llamada del Espíritu.
Hay que diseñar espacios parroquiales o interparroquiales donde los jóvenes y las familias puedan relacionarse en clave de fe.
Ahí, la música católica contemporánea es una gran aliada, enriquece la comunidad y afianza nuestros valores.
¿El que canta ora dos veces?
La música de Dios es el silencio. Esa es la fuente de inspiración para todo el que quiera hacer canciones católicas.
Aparte de eso, cantar música espiritual nos ayuda a interiorizar aquello en lo que creemos, lo hace vida en nosotros; y al cantarlo en público, se proclama, que es el fin último de la Palabra de Dios.
Me han preguntado muchas veces por qué hago música católica. La respuesta es muy sencilla: la vida es demasiado corta como para no cantar lo más importante.
¿Tienes algún mensaje para los jóvenes que quieren hacer música con contenido religioso?
Muchos comienzan a cantar música católica porque no son escuchados en otros ámbitos. Esto es muy peligroso porque podemos acabar teniendo una doble vida.
El cantante cristiano debe tener una historia con Dios, una relación constante de acercamiento y perseverancia. De lo contrario, podemos cantar como los ángeles pero no llegaremos al corazón de los que nos oyen.
Dios sólo es el que puede cambiar las vidas, no un músico. Si quieren hacer música católica, aprendan a hacer oración.
Por Jonatan Narvaez para Cecilia