Es un infierno en donde nadie querría vivir. Sin embargo, en la “Joseph colony”, en Lahore, hay 3 mil personas, amontonadas en casitas de arcilla, a menudo de una sola habitación, que albergan a varios núcleos familiares. Sin agua, electricidad, drenaje. Un “slum” con todas sus letras, ubicado en una zona industrial y rodeado completamente por fábricas.
Lahore es la capital del Punjab paquistaní y es la ciudad históricamente más importante del país. Allí florece la cultura, es cuna de la inteligencia, es brillante desde el pnto de vista económico y político. Como en todas las megalópolis (hoy tienen once millones de habitantes), en Lahore no faltan insediamentos abusivos y cinturones de miseria. Pero entre los “slums”, la “Joseph colony” tiene una peculiaridad: en ella viven solo cristianos. «Desde hace 38 años, es decir desde que nació la colonia, viven en condiciones inhumanas, en la degradación absoluta. Pero nadie se interesa por ellos”, dice Philip John, párroco del barrio.
Otro joven sacerdote, Asif Sardar, de 28 años, cada domingo celebra misa en la improvsada capilla dentro de la colonia para las cien familias católicas que ahí viven. Hay también una sala de culto protestante y una pequeña escuela de la que se ocupa una ong. «Todos son gente pobre. Las mujeres trabajan limpiando casas, los hombres trabajan a jornada, en empresas de limpieza, como obreros, mensajeros, Están aquí porque no tienen alternativas. Es uno de los barrios más pobres de Lahore», narra Asif.
La calidad del aire y del terreno es muy mala. El agua llega una sola vez al día, gracias a una cisterna. En ese momento el ambiente se anima: las mujeres limpian la casa, enjuagan la ropa y ls platos, mientras los niños se lavan en la calle, entre los callejones. «Nadie debería vivir en estas condiciones», observó amargamente.
Las colonias son guetos monoreligiosos que reúnen a la mayor parte de los cristianos paquistaníes, el 3% de la población (que en total tiene 200 millones de habitantes). Fueron puestos en marcha con otras intenciones por los misioneros capuchinos belgas que a finales del siglo XIX llevaron el Evangelio a esta zona del subcontinente hindú. Los primeros bautizados, entonces, necesitaban desarrollar un sentido de solidaridad recíproca y que reforzaran su identidad cristiana, en un ambiente musulmán, permaneciendo unidos. A más de un siglo después, se suma el problema de la inseguridad y de la protección que las familias cristianas advierten en Paquistán. Prefieren tener al lado correligionarios, sobre todo si tienen hijas adolescentes que pueden convertirse en presa fácil de hombres musulmanes: los secuestros para obligarlas a casarse y convertirlas al islam son una realidad muy difundida. Los que no forman parte de la “umma” pueden sufrir abusos. En la mentalidad más difundida, sobre todo entre la gente con menor educación, los miembros de las minorías religiosas son vistos como seres inferiores. Se trata de una herencia de la antigua concepción de castas, puesto que las comunidades cristianas e hindúes que se quedaron en Paquistán (después de la separación de India en 1947) pertenecía a las franjas sociales más bajas. Ese estigma todavía se advierte en la actualidad y los no musulmanes son ciudadanos de segunda clase, incluso porque los cambios a la Constitución, aprobados a lo largo del tiempo, han institucionalizado la discriminación.
Entonces, la “Joseph colony” fue un blanco muy fácil cuando en marzo de 2013 una multitud de musulmanes la quemó, con el objetivo de impartir un castigo masivo a los cristianos. Todo por un supuesto caso de “blasfemia” que, como explica Parvez Paul, laico católico que vive en la colonia, «fue un pretexto después de una discusión entre dos jóvenes que estaban borrachos»: el cristiano Sawan Masih y el musulmán Shahid Imran. El segundo fue a la mezquita que se encuentra cerca de la zona para denunciar el presunto vilipendio del islam. A partir de allí, gracias a la instigación del clero islámico, el paso hacia el asalto fue breve. Es cierto que la policía evacuó la colonia, evitando una masacre, pero después no impidió que la zona fuera saqueada e incendiada. Además de los daños llegó la condena: Sawan Masih fue condenado a muerte por haber ofendido al Profeta. Los autores del incendio doloso siguen en libertad. Emmanuel Yousaf, presidente de la comisión “Justicia y paz” de los obispos católicos, revela que «la policía se hizo la sorda ante los llamados de la sociedad civil. Pocos han tenido el valor de protestar contra esta parodia de la justicia». Pobreza, discriminación, injusticia, hoy alimentan un fenómeno nuevo: el éxodo. Según cálculos de las ong, en el último 14 mil cristianos paquistaníes pidieron asilo en varios países del Asia oriental y en el sureste asiático.