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¿Cuál es tu nivel de tolerancia a la frustración?

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/05/16
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Nadie puede controlar completamente la realidad que lo rodea, ni siquiera a sí mismoTal vez, cuando uno está cansado de la vida y teme el futuro, lo que quiere es cambiar, ir a otro lugar, hacer algo diferente. Pero a veces Dios nos pide que nos quedemos donde estamos. Ahí quietos. Haciendo lo que sabemos hacer. Cuesta esa espera. Cuesta tener paciencia con Dios.

Decía santa Teresa: Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”. El amor sabe perseverar. No es impaciente. No desespera nunca.

¡Qué común es ver hoy la desesperación en los ojos de los hombres! Muchos desesperan en el camino. ¡Cuánto cuesta enfrentar la frustración y el fracaso!

El otro día leía: “Muchos hombres se sienten frustrados, o desalentados, o incluso derrotados cuando se encuentran frente a una situación o un mal contra el que no pueden hacer mucho. Todo puede generar una amarga frustración y, a veces, un sentimiento de absoluta desesperanza”[1]. El corazón se turba y no ve una salida.

Me gustaría tener siempre una mirada de cielo. Una mirada positiva sobre la vida. No dramatizar en exceso. No hundirme ante las contrariedades del camino.

¿Dónde se encuentra mi nivel de tolerancia a la frustración? Podemos tener baja tolerancia a la frustración sin saberlo. Cuando gestionamos negativamente nuestros sentimientos en las situaciones de estrés. ¿Soy de los que se ahogan en un vaso de agua? Puede ser.

Cuando no acepto los fracasos, que las cosas no salgan como yo quiero, ¿cómo reacciono? La inmadurez del alma se muestra en esta incapacidad de afrontar las frustraciones.

El otro día leía: Sentir ansiedad nos remite al misterio de la vida. Nos hace presente nuestra fragilidad, pero también el espíritu de búsqueda, de exploración. Y sobre todo nos hace tomar conciencia de algo tan importante como que ninguno de nosotros puede controlar completamente la realidad que lo rodea, ni siquiera a sí mismo y menos aún a los demás. Una cosa parece cierta: no es fácil, incluso en ocasiones resulta imposible, dominar la ansiedad[2]. La ansiedad ante lo que no controlamos. Ante lo que escapa de nuestro poder.

No podemos asegurarnos ni siquiera una hora más de vida. Nada es seguro en este camino. Y las pocas certezas que nos acompañan a veces caen cuando nos turbamos ante un fracaso y nos hundimos al no saber manejar la frustración con una cierta altura.

Es necesario asumir que somos inmaduros. Que tenemos una baja tolerancia de la frustración y que con facilidad nos ponemos ansiosos. Es necesario porque es la única forma de crecer, de madurar. El que piensa que ya lo sabe todo y lo controla todo corre más peligro de perderse y no crecer. El que reconoce su debilidad está en el lugar perfecto para iniciar un camino de conversión.

Aceptar la realidad tal como es y besarla con humildad es el verdadero camino de la santidad al que estamos llamados. Jesús me lo recuerda: No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad”.

El futuro genera ansiedad en mi alma. El futuro incierto. Las mil variables que no controlo. Jesús me pide que confíe en su amor, en su presencia y que no quiera manejar todo en mi vida. Que me deje llevar, que me abandone. Tal vez es la única manera de no vivir ansioso. De no vivir lleno de miedos, angustiado por temer que mi vida se pierda.

 

[1] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros.

[2] Stefano Guarinelli, El sacerdote inmaduro, un itinerario espiritual, 57

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