La intención de Sebastián del Amo ha sido la de reivindicar una figura icónica del humor mexicano a través de un extraordinario Óscar JaneadaNo creo que, desde nuestra perspectiva actual, sea nada fácil transmitirle al público más joven el nivel de estrellato internacional que llegó a alcanzar Mario Moreno “Cantinflas” durante los años que se mantuvo activo en el cine, esencialmente desde finales de los años 30 hasta principios de los años 80.
El ritmo de llegada de las oleadas culturales es cada vez más rápido, y la importancia de determinadas figuras se difumina a velocidad de vértigo, de ahí que yo pertenezca a una de las últimas generaciones que se crió con películas de Cantinflas proyectándose de forma casi continua por televisión, y por lo tanto mamando, y aprendiendo a disfrutar –a pesar de las diferencias culturales, y del desconocimiento, desde España, del argot mexicano–, de su inimitable forma de hacer humor, basada en la improvisación y un dominio instintivo, y absolutamente prodigioso, del timing cómico.
Nada puede objetarse, precisamente, a la ambición de Cantinflas de revindicar a la que, guste más o menos, se considere que su comicidad ha envejecido mejor o peor, ha sido una figura fundamental para la comedia hispanohablante. Sin embargo, la eficacia del retrato requería de un equilibrio (casi) impecable entre el lado humano de Mario Moreno y su importancia como icono cultural mexicano, y da la sensación de que ni el director Sebastián del Amo ni su coguionista, Edui Tijerina, han sabido asimilar semejante responsabilidad. La ficción que han construido se mueve entre ambos terrenos, pero eludiendo enfangarse demasiado en ninguno, siempre desde lo superficial, y aludiendo de forma constante al estatus icónico de Moreno –algo remarcado, en gran parte, a través de la subtrama de la producción de La vuelta al mundo en 80 días, versión Michael Anderson– sin llegar, en realidad, a profundizar de verdad en su auténtica importancia como cómico.
Sin embargo, tras las imágenes de Cantinflas se parapeta un relato paralelo, casi una película alternativa, construida sobre la extraordinaria interpretación de Óscar Janeada. No solamente por la aparente facilidad con la que ha sido capaz de asimilar los ademanes, el ritmo y la esencia cómica de Moreno –sin intentar reproducir tal cual sus gestos: es fiel a su sentido del humor, pero sin intentar vampirizarlo–, sino por su capacidad para no dejarse arrastrar por la mera mímesis, por la pura imitación, para construir a un ser humano que evoluciona a lo largo del metraje, precisamente, en relación a Cantinflas.
Así, si al principio de la película, Janeada deja que, en momentos puntuales, el personaje cómico se filtre a través de los gestos cotidianos de su creador –que, al fin y al cabo, estaba concibiéndolo, puliéndolo en aquella época–, en cambio, cuando éste alcanza la fama, deja radicalmente de cantinflear en su vida privada, volviéndose mucho más circunspecto, más seco. Entre líneas, más allá del melodramático trazado argumental, el actor catalán –imagino, con la complicidad del director– deja entrever la progresiva desconexión de Moreno respecto a su propio público, y la pérdida de mordiente de un sentido del humor, inicialmente, con cierta carga subversiva.
Tampoco se le puede pedir más a un largometraje que arranca, precisamente, con un retrato de Hollywood repleto de luz y colores subidos de tono: a través de ese planteamiento visual, Del Amo nos confiesa, desde el primer momento, que lo que vamos a presenciar es un retrato idealizado, filtrado desde las formas del biopic clásico, de lo que, al fin y al cabo, fue un ser humano con sus defectos, sus miserias y sus limitaciones. La mayor parte de las cuales se eluden en Cantinflas –más allá de cierto egoísmo profesional y las insinuaciones de adulterio, hay que decir que notablemente tibias–, precisamente porque el director pretende darle a la narración un espíritu épico, un sentido de la irrealidad puramente hollywoodiense, concebido para no soliviantar ánimos ni levantar ampollas.