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La noche en que me di cuenta de que me estaba convirtiendo en fariseo

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Jeffrey Bruno - publicado el 25/03/16
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¿Quién soy yo para juzgar quién es digno o no de ser evangelizado?

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Una noche, ya muy tarde, mientras paseaba a mi perro Malla por el barrio, en la distancia emergió de entre las sombras una figura oscura y encapuchada.

Varón, veintipocos, iba colocado de algo y se dirigía directamente hacia mí, fumando y dando tumbos al caminar.

Se adentró en la luz de una farola y escuché: “Muy buenas, Señor Bruno...”.

Entonces le reconocí. Era uno de los lugareños. Un buen chaval, pero hecho polvo y metido en toda clase de asuntos que no le llevarían más que a la sala de urgencias del hospital. Le saludé y continué mi camino, dejándolo atrás.

Según mi experiencia, los que van borrachos o colocados siempre tienen ganas de hablar, y yo lo que tenía ganas era de acostarme. Bromeé conmigo mismo pensando que ¡Quizás debería ir a hablarle de Jesús!

Me hizo gracia la idea y me ensimismé en recuerdos de cuando tenía su misma edad.

¿Casos perdidos?

Con veintipocos años yo estaba viviendo en Alemania con otros tres chicos. Éramos músicos contratados para colaborar con una banda de heavy metal alemana durante una gira.

Todos teníamos las pintas correspondientes y vivíamos y actuábamos como correspondía a la situación.

Yo tenía el pelo largo, fumaba, bebía y disfrutaba de todo lo que la “vida” podía ofrecerme.

Usando la lógica que apliqué al chico con el que me encontré en la calle, si mi yo de hoy viera a mi yo de ayer, probablemente se habría reído ante la idea de hablarme a mí mismo sobre Jesús. ¡Y menudas risas que me habría echado!

Y entonces me asaltó una idea: ¿cuántas personas considero que son un “caso perdido” porque creo saber cómo son? ¿Es que sólo intento evangelizar a los que son “cómodos”?

La trampa de juzgar

Jesús no actuaba así. Él iría directo a mi yo de veintipocos años y también directo al chico encapuchado que caminaba solo y colocado de noche.

Había caído en la trampa. Me estaba convirtiendo en un fariseo, juzgando quién era “digno” de mi evangelización: los “objetivos fáciles”, por así decirlo.

Jesús nunca tachó de imposibles a los pecadores y marginados; de hecho, eran ellos precisamente de quienes se rodeaba, con quienes compartía su comida y a quienes salvó. Su desdén era hacia los fariseos. “Ay de vosotros...”.

Entonces empecé a hacer una lista de todos los que yo pensaba que no tenían remedio: ¿Lady Gaga? ¿John el Yihadista? ¿Ozzy Osborne?

El guitarrista que tocaba en el disco No More Tears de Ozzy, Zakk Wylde —un icono de la comunidad metal, un maniaco total— se convirtió en... prepárate... católico.

Si piensas en los tíos más radicales de la comunidad metalera, él estaría en la lista “Top 10" de los que nunca confundirías con un católico, y aun así lo es.

De hecho, el jugador de béisbol Mike Piazza (miembro del hall of fame de Nueva York y un devoto católico) es el padrino de uno de sus hijos.

Jesús siempre sorprende

No hay que dejarse guiar por las apariencias. Wylde va a misa regularmente; lleva casado, milagrosamente, 29 años con su mujer Barbaranne (tienen cuatro hijos); tuitea “bendiciones” para todos sus admiradores y nunca oculta su fe.

La vive con orgullo en medio de uno de los ambientes más tóxicos espiritualmente hablando, y camina, habla y huele “como una oveja”.

Así que, si el guitarrista de Ozzy no era un caso perdido, y yo tampoco era un caso perdido, y el tipo que me crucé en la calle tampoco es un caso perdido... ¿quién lo es?

Bueno, tal vez sea yo, después de todo: perdido porque juzgo demasiado. Sin remedio porque al ver a alguien no soy capaz de ver al hijo o hija de Dios que en realidad es.

Perdido porque confundo sus circunstancias con su identidad. Sin remedio porque no les amo sin importar lo mal que yo pueda pensar de ellos.

Perdido por no mostrar la misericordia que Dios me ha mostrado a mí... sin remedio ninguno.

Aun con todo, me sigue sorprendiendo cómo Dios continúa ofreciéndome oportunidades para redimirme.

En su infinita y paciente misericordia, me indica que yo también puedo cambiar y recuperarme.

Hay esperanza

Gracias a Dios. Si no lo hiciera, no tendría ninguna oportunidad de crecer en la dicha de tener una relación con Él, que sinceramente valoro más que cualquier otra cosa.

Así son las cosas, hermanos y hermanas míos: aún hay esperanza para todos. Recordad a quiénes vino a salvar Jesús, y si consideráis que alguien es un “caso perdido”, entonces acabáis de identificar exactamente con quién deberíais estar hablando, por quién deberíais rezar, por quién ayunar, etc.

Porque los grandes pecadores del mundo, aquellos que os ofenden, los que sacan vuestro odio y aversión, son los mismos que Jesús nos pidió que amáramos.

Nadie es un caso perdido. Ni siquiera un fariseo. ¿Recordáis a san Pablo?

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