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Hola Dios, no te amo

señal Dios

Jeffrey Bruno - publicado el 12/11/15

¿Qué hace un ateo ex católico cuando quiere probar que Dios no existe?

¿Te has preguntado alguna vez si Dios realmente existe?

Poniendo de lado las cuestiones de Iglesia, los rituales, la comunidad, ¿qué constituye a una religión, a la fe? Es muy posible tener una especie de “religión” sin Dios: crear un club, hacer cosas buenas por la tierra o la comunidad, crear reglas, sacramentos y “correcciones” (penitencias), reconocer una autoridad y ya está. Ahí tienes una religión.

Mira la historia, mira todos los falsos dioses que se han inventado para dominar o aplacar a las masas, ¿qué hace que este Dios, Jesucristo, sea el verdadero? ¿Cómo puedes estar seguro?

Son preguntas que asustan, sobre todo a las personas que dicen creer pero dentro de sí tienen dudas. Son incluso más aterradoras para las personas que practican la fe sólo porque es lo que hace la familia o la cultura. Pero ¿es una religión “real” si crees por miedo o porque tienes demasiado miedo para no creer?

¿Sabes quién no se asusta para nada con estas preguntas? Quien no cree. Lo sé porque no me asustaba nada responder a cualquier pregunta. Me daba curiosidad pero no tenía miedo, y no era ni siquiera particularmente serio.

Sin embargo, hace muchos años, las preguntas se volvieron serias, y asustaban un poco, mientras sopesaba la hipótesis de “desperdiciar dinero” mandando a mis hijos a una escuela católica.

Preocupaciones económicas aparte, qué tendría que hacer – yo, que no creía en ningún Dios, más que en el cristiano– cuando mis hijos vinieran a mí con preguntas? ¿Mentir? ¿Desviar el tema? No.

Como típico católico-perdido-ateo, tenía una conciencia de base de los mecanismos de la fe suficiente para saber que si había un Dios me habría ido de todos modos al infierno, pero no podía mentir.

Sabía algo con certeza. No “amaba” a Dios. Dudaba de su existencia, pero en el caso de que existiera no lo amaba. Pero tenía que saber con certeza si Dios existía, porque no tiene sentido no amar lo que no existe.

Hice lo que hace cualquier incrédulo con sentido común para probar que Dios no existe: fui a misa. Comencé a ir a misa cada día, sin ninguna expectativa. Cada día decía: “Hola, tú sabes que no te amo, y probablemente no importa, porque tú probablemente no existes, pero estoy aquí. Amén”.

Este extraño esfuerzo continuó durante más de 80 días, y luego repentinamente algo sucedió.

Lo único que puedo decir es que Dios me tocó. Me arrodillé para decir mi habitual: “Si estás ahí, no te amo…” y ¡boom! Todo era distinto.

Las palabras son completamente inadecuadas para describir esa experiencia. Sentí una presencia que congeló completamente mis sentidos y experimenté el amor, la alegría, la paz – ¡plenitud! -, y todo era tan intenso que pensaba que me desmayaría.

Después de la misa salí tambaleante de la iglesia y no sabía qué hacer. Soy fotógrafo, el mundo me parecía diferente. Dios existe. Era como pasar de la vida en blanco y negro a la vida en colores.

Estoy sentado en el autobús mientras escribo esto, y estoy viajando con un grupo de periodistas de regreso de Maqueronte, Jordania –el lugar en que Salomé bailó para Herodes y Juan el Bautista fue decapitado– y ahora entiendo por qué las arenas de Oriente Medio son tan ricas de la sangre de aquellos que prefirieron sacrificar su vida antes que negar a Dios.

Una vez que se ha tenido el encuentro, se cambia para siempre. Decidí seguir a Jesús. No se vuelve atrás, no se vuelve atrás.

Por eso este es mi consejo no solicitado: si no crees en Dios o piensas que no existe, búscalo. Pon de lado tus facultades intelectuales por un momento y búscalo genuinamente.

No les digas a tus amigos ateos que lo estás haciendo, pero empezar esa búsqueda te lo debes a ti mismo, porque si encuentras a Cristo conocerás la alegría. Te remodelará de forma que no habrías podido imaginar.

Y si crees en Dios pero a veces dudas, díselo. Sé perseverante y no te preocupes. Todos tenemos momentos de debilidad en la vida de la fe, y yo viví uno, pero aquí en Jordania he sido tranquilizado: Él se te revelará cuando realmente lo necesites.

Lo que aprendí ese día en misa, que puedo reafirmar ahora en la parte trasera de este autobús, es esto: Dios es real, y de verdad no hay nada más importante que estar con Él y servirlo de cualquier pequeña manera que me sea posible.

A propósito: Hola, Dios, sé que estás aquí, y ¡te amo!

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