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San Felipe de Jesús es el patrono de Ciudad de México y también uno de los 26 mártires de Japón; pero empezó su vida siendo un joven bastante frívolo y entró reacio en el camino del sacerdocio.
Nació en 1572, en Ciudad de México, y años más tarde se unió a una nueva orden de franciscanos, los Franciscanos Reformados de la Provincia de St. Didacus, fundada por san Pedro Bautista. Sin embargo, no mucho más tarde, perdió el interés por la vida religiosa y abandonó la comunidad en 1589.
Entonces se convirtió en mercader y navegó por el mar hasta llegar a Filipinas. Un año después de su llegada sintió de nuevo la llamada de los franciscanos y volvió a entrar en la orden, en Manila.
Una tormenta decisiva
Por aquel entonces no había nadie que lo ordenara en Filipinas así que, cuando Felipe estaba preparado para recibir las santas órdenes, sus superiores lo mandaron de vuelta a México.
Rumbo a su hogar en un navío de guerra español, junto con otros cuatro frailes a bordo —otro franciscano, un dominico y dos agustinos—, el barco desvió su rumbo por una terrible tormenta, se adentró en aguas japonesas y terminó encallando en la isleña provincia de Tosa.
Las autoridades se apoderaron del barco y no tardaron en desconfiar de los misioneros católicos puesto que el barco estaba cargado de armamento militar.
El capitán cometió el error de ensalzar al rey de España y decir que los misioneros estaban preparando la llegada de la conquista española.
Enfurecido, el emperador japonés ordenó el arresto de Felipe y sus compañeros misioneros, junto con el fundador de su orden, Pedro Bautista, que llevaba años trabajando en Japón.
Apresaron también a 17 terciarios franciscanos japoneses y al jesuita Pablo Miki, junto a sus dos sirvientes.
Una larga y horrible tortura
El 3 de enero de 1597 obligaron a Felipe y a sus compañeros misioneros a desfilar por las calles de Kyoto, todos con las orejas rebanadas.
Dos semanas y media más tarde fueron llevados a Osaka, y luego a Nagasaki, donde fueron crucificados en la cima del que ahora se conoce como Monte de los Mártires.
Los colocaron a todos de pie en un travesaño con los brazos atados al madero horizontal, mientras su cabeza se mantenía erguida con un collarín de hierro fijado en el madero vertical. La tortura incluía arponear al crucificado por ambos lados de su pecho, tras lo cual la muerte se producía rápidamente.
Fray José Aguilar, un jesuita mexicano que vivía en la residencia para jesuitas cerca del Museo de los 26 mártires, en Nagasaki, explicó al periódico The Catholic Sun en 2013 cómo murió Felipe: el madero que lo sostenía de pie en la cruz se rompió, así que el franciscano empezó a ahogarse colgado del collarín de hierro.
De inmediato se dio la orden de su ejecución, y así se convirtió en el primero de los 26 mártires cristianos en Japón, además del primer mártir mexicano.
Devoción al santo patrono de la Ciudad de México
El papa Pío IX declaró santo a Felipe el 8 de junio de 1862 y fue nombrado patrono de la Ciudad de México.
Durante la guerra cristera, que empezó en 1926 y duró tres años, muchos rogaron por la intercesión de Felipe.
La devoción hacia él era muy ferviente en México; tanto que, llegado el momento de la construcción del Museo de los 26 mártires y el santuario dedicado a ellos en Japón, muchos obreros y artesanos de México acudieron a ayudar en la labor.
En la inauguración del santuario en 1962 había más de 600 mexicanos presentes.
Las semillas de los más de 250 mil mártires japoneses aún están por dar fruto en forma de una fe extendida en Japón, pero la pequeña iglesia cerca del Museo de los 26 mártires, dedicada a san Felipe, permanece como un conmovedor recordatorio de la heroica virtud del santo patrono de Ciudad de México.