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Los 5 tips de un fariseo moderno

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Theresa Noble - publicado el 12/11/15
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"Gracias a Dios, no soy como esa gente..."

Me parece frustrante cuando la gente habla de los fariseos como si fueran sólo un ejemplo histórico de lo que no hay que hacer.

Algo que no tiene nada que ver con nosotros.

De hecho, muy a menudo, cuando la gente habla de los fariseos, en realidad habla como ellos: “¡Gracias a Dios, no soy como esa gente!”.

Sí, es obvio que Jesús no se limitaba a considerar a esos hombres como ejemplos de lo que no hay que hacer.

Por ejemplo, muchas veces estaba con ellos. Iba a sus casas. Comía su comida. Perdía el tiempo con ellos, respondía a sus preguntas.

Jesús amaba a los fariseos.

No creo que él les hubiera hablado tan duramente si no les amara. Es más bien como si Jesús les estuviera mostrando su frustración, “¡ya estáis llegando! ¡sólo seguidme un poco más de cerca!”.

San Pablo era fariseo, lo que evidencia que el celo y la escrupulosidad mal dirigidas pueden orientarse hacia un asombroso celo por la evangelización y la santidad.

Por esto creo que es importante que los fieles cristianos pongan atención a los fariseos y a la crítica de Jesús hacia su conducta.

Si vamos a la iglesia, conocemos nuestra fe y ponemos a Dios en primer lugar, entonces todos corremos el peligro de comportarnos como los fariseos.

De hecho, podemos estar bastante seguros de que vamos a actuar como ellos en un momento u otro.

Si logramos darnos cuenta de cuándo nuestro comportamiento es similar al de ellos, en sentido negativo, entonces podremos tratar de convertirnos en una persona que observa la fe cristiana con la intensidad y el equilibrio que Pablo mostró y que Jesús alentó.

Teniendo esto en mente, he aquí cinco signos de un fariseo moderno, según las Escrituras:

1La levadura del desasosiego

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Jesús nos dice que tengamos cuidado “con la levadura de los fariseos” (Mc 8, 15).

Es interesante considerar el papel de levadura o de la fermentación en la fabricación de pan. Comienza pequeña, pero infecta todo el pan. De hecho, una de las definiciones de la palabra fermento es "incitar o provocar (problemas o trastornos)".

Cuando nos comportamos como los fariseos, creamos problemas entre los fieles. A menudo, nuestras intenciones son buenas. Pero nuestras acciones causan gran malestar, un fermento insano y poco santo en la mayor parte de los fieles.

Podemos discernir si el desasosiego es saludable mediante el análisis de sus frutos.

Si el fruto de la “levadura” de una persona es el miedo, el enfado, el desasosiego, en lugar de la paz, el amor, la alegría y el resto de frutos del Espíritu, tenemos que estar en guardia.

El Señor no actúa allí donde los frutos del Espíritu no están presentes. Y especialmente, no está presente allí donde el fruto de las acciones de una persona es el temor: “No hay temor en el amor” (Jn 4, 18).

Cuando nuestro comportamiento es un fermento santo, lleva a los demás a desear la santidad, a acercarse a Dios y a actuar con caridad.

2 Expertos en vigilancia

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Hay un evangelio que me hace reír a carcajadas cada vez que lo leo. Jesús está caminando por el campo con sus discípulos en sábado, y los discípulos arrancan trigo porque tienen hambre. Los fariseos (¡que debían estar escondidos en los campos!) aparecen e inmediatamente se enfrentan a Jesús porque sus discípulos están violando el sábado (Mc 2, 23–24).

Los extremos a los que llegan los fariseos para decir que Jesús y sus seguidores estaban equivocados son de verdad absurdos.

Variaciones de la frase “estaban vigilándole” pueden encontrarse por todas partes en los evangelios. Mientras Jesús está ocupado curando, haciendo milagros y predicando el reino de Dios, los ojos de los fariseos están siempre encima suyo, no para aprender de él sino para encontrar algo que esté haciendo mal.

Rara vez hay un comentario en internet que no sea básicamente "Sí, pero ...". Nos encanta pasar el arado en todas las cosas buenas para encontrar justo esa parte en la que hay algo que no va bien.

Nos convertimos en fariseos cuando siempre miramos hacia afuera con un ojo crítico. Nada es nunca lo suficientemente bueno para el fariseo. Y nada merece regocijo, a menos que sea la caída de los demás.

3Gracias a Dios no soy como…. (quien sea)

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Florencia Cárcamo-CC

Todos nos acordamos del fariseo de la Escritura que estaba de pie y rezaba diciendo, “Te doy gracias Señor porque no soy como este y este” (Lc 18, 11).

Este fariseo de verdad creía que la oración adecuada suponía reconocer todo lo que hacía bien. Este es el peligro de estar cerca de lo derecho: empezamos a creernos algo por ello.

Nos fijamos en otros que están haciendo las cosas mucho peor, y asumimos que escapamos de ese camino porque algo de lo que somos nos hace mejores.

Pensamos, mis pecados pueden ser malos, pero gracias a Dios no son tan malos como los de esa persona. Gracias a Dios no soy como ese liberal que todo lo acepta, ese estirado tradicionalista, ese progresista hereje, ese carismático loco, ese conservador atrapado en el pasado o ese católico ignorante.

O incluso estás leyendo esto y pensando, ¡gracias a Dios no soy un fariseo!

El problema con esta manera de pensar, y es evidente en la conducta de los santos, es que la verdadera santidad se fija en lo que necesita mejorar en uno mismo. Y si los santos podían encontrar en sí mismos muchas cosas que mejorar, esta es la actitud que deberíamos tener.

4Relación insana con la autoridad

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Roman Samborskyi | Shutterstock

Es interesante observar que Jesús dice a la gente que se someta a la autoridad de los fariseos. Les dice de “hacer todo lo que dicen” aunque les advierte que no deben seguir su ejemplo (Mt 23, 3).

Cuando lo pensé por primera vez, me sorprendí. Ahí está el Hijo de Dios, aceptando la autoridad de los fariseos, porque su autoridad en la tierra representa la autoridad del Padre.

Los fariseos, por su parte, se indignan cuando ven a Jesús actuar con autoridad. Jesús demostraba su poder mostrando qué prácticas eran superfluas y qué era esencial según la ley.

En respuesta a la autoridad divina de Jesús, los fariseos planean su muerte. Jesús reconoce la autoridad legítima, pero los fariseos, mientras que están al tanto de un aspecto de la misma, son ciegos a la fuente de la propia autoridad.

Como seres humanos pecadores, tenemos una relación ambigua con la autoridad desde el principio. Es difícil para nosotros reconocer la autoridad de Dios, no digamos la de sus mediadores en la tierra.

Es verdad que la rebelión y el cuestionamiento saludable pueden ser algo bueno. Pero abusamos de esta verdad cuando desobedecemos cuando pensamos que sabemos más que Dios o cuando la crítica a los demás se convierte en una obsesión que nos lleva a hacer de la desobediencia un estilo de vida.

5Exactitud despiadada

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En la parábola del fariseo y el publicano, mientras el fariseo se da palmaditas en la espalda, el publicano suplica misericordia. Es una dinámica interesante.

El fariseo cree que está bien y que no necesita misericordia. Pero el publicano sabe que está enfermo, y que necesita a Dios.

Esta dinámica interna en uno mismo a menudo se extiende a los demás. Si nos vemos a nosotros mismos como poco necesitados de misericordia, no daremos misericordia a los demás.

Si sabemos que necesitamos gran cantidad de misericordia de Dios, entonces extendemos esa misericordia a los demás.

¿Por qué es esto?

Porque cuando sabemos que estamos necesitados de la misericordia, nos acercamos a Dios y él nos acuna en sus brazos.

Cuando hemos experimentado este amor absoluto e incondicional del Padre, dudamos menos en dar el mismo amor a los demás. Lo conocemos, lo hemos experimentado, y nos desborda.

En todos los corazones crece a veces la frialdad del fariseo. Todos tenemos dificultad para sentir compasión por ciertas personas.

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Cuando esto sucede, pide ayuda al Señor que te ayude a ver tu propio pecado con mayor claridad, no para hundirnos en la culpa, sino para poder ver tu propia necesidad de aceptar la misericordia de Dios y extenderla a otros.

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