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¿Por qué las flores tienen tanta importancia en el arte cristiano?

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Roberta Sciamplicotti - publicado el 10/05/15
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Descubre qué flores han sido las más pintadas o cantadas, y por qué

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Desde la antigüedad, las flores han sido ampliamente usadas en las celebraciones rituales. Ha sido así para las civilizaciones mediterráneas pre-cristianas, como el mundo egipcio, el cretense y el grecorromano, prosiguiendo en los siglos posteriores, cuando con la Edad Media, el uso de las flores se llevó también a la medicina y la terapia en los antiguos Herbarios, condición indispensable para comprender cómo el valor “sanador” de algunas flores se transfiriera a la Virgen y a los santos.

Un libro recién publicado en Italia (Sara Piccolo Paci, Rosa sine spina. I fiori simbolo di Maria tra arte e mistica, ed. Ancora) ayuda a recorrer la historia de la importancia de las flores durante los siglos y su relación con las imágenes sagradas, sobre todo las de Cristo y su Madre.

El Cantar de los Cantares

Entre las expresiones más altas de la mística y de la poética bíblica encontramos el Cantar de los Cantares, en que la Esposa es descrita de muchas formas, a menudo con flores. Ella misma dice así: “Yo soy la rosa de Sarón, el lirio de los valles”, mientras que el Esposo habla de ella diciendo: “Oh Esposa mía, tu eres un jardín cerrado, una fuente sellada”.

Las imágenes evocadas por estas descripciones han sido objeto de profundas meditaciones por parte de exegetas, comentaristas, poetas y artistas de todos los tiempos. La Esposa ha sido identificada con la Iglesia y con la Virgen, y el Esposo con Cristo. De aquí las innumerables representaciones de la Virgen dentro de un hortus conclusus, junto a una fuente, rodeada de rosas o sentada en un prado lleno de flores.

En los Laudes y en las letanías, como símbolos de las virtudes de María, se encuentran también los títulos de Vaso espiritual, Vaso honorable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística y Reina del santísimo rosario, todos ellos términos fácilmente convertibles en imágenes (no es casualidad la rica presencia de vasos, con flores o no, en las imágenes de la Anunciación o de la Virgen en el trono).

En uno de sus sermones marianos más conocidos, Bernardo de Claraval hablaba así de la Virgen: “Oh María, tu santísimo vientre es el jardín de las delicias del que cogemos con gran alegría la flor, que por todo el mundo difunde una multitud de dulzuras. Tu eres el hortus conclusus, oh Madre de Dios, en el que nunca entró el pecado”.

De Corona Virginis

De Corona Virginis es un pequeño tratado atribuido al obispo Ildefonso de Toledo, que vivió en el siglo VII. El texto, descriptivo y simbólico, analiza un conjunto de plantas, “planetas” y piedras preciosas, imaginándolas como ornamento de la Virgen María, definida “amabilis velut rosa”. Aquí las flores se utilizan en sentido alegórico y simbólico, por su color o sus propiedades terapéuticas.

Entre las flores “de Ildefonso” encontramos algunas ya usadas antiguamente para las diosas femeninas, como el lirio, el azafrán o la rosa y la violeta, pero también otros nuevos, como la caléndula y la manzanilla.

La Rosa

La rosa es la flor mariana y mística por excelencia, capaz de conservar secretos e intuiciones espirituales: “blanca y sin espinas, porque no tiene mancha de pecado; rosa, por el misterio de la Encarnación; roja, por el amor y la caridad con que consintió a la llamada del Padre y por el dolor sufrido al ver al Hijo en la cruz”.

La rosa roja se convirtió también en símbolo del Amor perfecto, pudiendo asociarse también a Cristo; la de oro, finalmente, en el de la gloria de la Asunción – y, por asociación, a la felicidad del paraíso, hasta el punto que Dante imaginó a los bienaventurados como una rosa alrededor de Dios.

Una rosa para cada fase de la vida de María. Así, según Piccolo Paci, nació probablemente también el rosario, o sea, la “corona de rosas”, “práctica devocional que contiene oraciones intercaladas con reflexiones sobre los principales misterios de la vida de la Virgen y de Cristo, como se recoge un ramo de rosas”.

El cardo

Otra flor asociada con el simbolismo doloroso es el cardo, que era conocido por su uso alimentario y terapéutico. Sus propiedades tónicas, antioxidantes y galactógenas (estimulaban la producción de la leche) la hacían una planta preciosa, a menudo usada por las puérperas y los ancianos como integradora y regeneradora.

Las pequeñas manchas blancas que se encuentran en las hojas y los usos galactógenos dieron origen a la leyenda sobre las gotas de leche de la Virgen, que le cayeron mientras amamantaba a Jesús en la fuga a Egipto.

La presencia de las espinas la llevaron a representar los dolores de María, además de evocar la imagen de la corona de espinas en la crucifixión.

El lirio

En su Vallis Liliorum, el místico alemán Tomás de Kempis cita el Cantar de los Cantares: “Yo soy el lirio de los valles”; “Esa es la palabra con que Cristo se dirige a su Iglesia en general, y más especialmente a cada alma piadosa. Cristo es el esposo bellísimo de la católica Iglesia […], la flor de todas las virtudes, el lirio de los valles […] quien quiera servir a Cristo y agradar al celeste esposo, procure despojarse de sus vicios, recoger los lirios de la virtud”.

Jacopone da Todi, en Il Pianto della Madonna, hace decir a María: “Oh hijo, hijo, hijo / Hijo, amoroso lirio, / hijo, ¿quién da consejo / al corazón mío angustiado?”.

“Si la unión entre rosas y lirios en las representaciones religiosas subraya el vínculo místico entre Madre e Hijo”, dice Piccolo Paci, “allí donde se enfatiza la presencia del lirio, asociado con otra flor, como la campanilla por ejemplo, se quiere mostrar la soberanía y el destino doloroso y necesario del Salvador”.

El tulipán

Entre las primeras plantas en ser directamente importadas en Europa con éxito estuvieron las del Oriente Próximo, en particular bulbos de Turquía. Entre estas se debe recordar la inmensa fortuna del tulipán, cuya pasión llevó, en menos de 50 años desde su aparición en Europa, en 1554, a una de las fiebres lucrativas más devastadora: sobre todo en las Provincias Unidas del norte de Europa (la actual Holanda) los preciosos bulbos valían más que el oro, y la clase mercantil los convirtió en un auténtico status symbol.

El tulipán encarnaba los conceptos de monarquía y de vida cortesana, era expresión de paz y de renovación y, al mismo tiempo, de búsqueda espiritual. El tulipán, especialmente el rojo, parecía la llama mística en la que inmolarse para alcanzar a Dios, era la expresión perfecta para representar el amor divino.

Nobles o sencillas, todas las flores son un don y forman un jardín. Sara Piccolo Paci termina su libro con este pensamiento de santa Teresita del Niño Jesús:

“Jesús se dignó instruirme acerca de este misterio. Puso ante mis ojos el libro de la naturaleza. Y comprendí que todas las flores creadas por él son bellas, que la belleza de la rosa y el candor del lirio no quitan nada a la pequeña violeta o a la sencillez de la margarita. Comprendí que si todas las pequeñas flores quisieran ser rosas, la naturaleza perdería su belleza primaveral, los campos ya no estarían llenos de distintos colores”.

“Lo mismo acontece en el mundo de las almas, que es el jardín de Jesús. Él ha creado a los santos grandes, que pueden compararse a las azucenas y a las rosas. Pero ha creado también a otros más pequeños… La perfección consiste en cumplir su voluntad, en ser lo que él quiere que seamos”.

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