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Monseñor Romero y la historia de signo martirial de Latinoamérica

Oscar romero

© Jose CABEZAS / AFP

Procesión recuerda el asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero

Jaime Septién - publicado el 26/03/15

Reabrir su causa es reconocer una larga y dolorosa historia, según el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez

Publicado en www.LaRepublica.pe, portal perteneciente al Grupo La República Digital de Lima, en la sección de Sociedad el 24 de marzo de 2015, un artículo del sacerdote y teólogo Gustavo Gutiérrez –El testimonio de Monseñor Romero—ha echado una nueva luz sobre el sentido “novedoso” introducido por el Papa Francisco en cuanto al sentido del martirio en la beatificación de quien fuera nombrado por el obispo y poeta Pedro Casaldáliga “San Romero de América”.

El padre Gutiérrez, considerado por muchos el más influyente en el tema de la Teología de la liberación, recuerda en su artículo que el proceso de beatificación de monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez no fue fácil.

No obstante “el pueblo salvadoreño y latinoamericano, en general, vio rápidamente su santidad y su entrega (…), hubo resistencias y dilaciones de parte de quienes aducían que, todavía, no era prudente hacerlo; lo veían como una persona incómoda, o no comulgaban con el sentido de su predicación”.

Sin embargo, piensa el padre Gutiérrez, la decisión del Papa Francisco de reabrir la causa ha derivado en volver a descubrir “una larga y dolorosa historia, de signo martirial, vivida por muchos en el continente desde hace 50 años; y a la que nuestro propio país (Perú) no ha sido ajeno”.

Permaneció al lado de los suyos

“Romero no buscó el martirio, lo encontró en el camino de su fidelidad a la entrega de Jesucristo”, escribe el padre Gutiérrez en su reflexión.  

Para el sacerdote peruano, Romero pudo haber salido de El Salvador, pero se negó a dejar a su pueblo. Y el pueblo respondió en sus funerales y en su entierro, aun a costa de la represión en su contra.

Romero fue ante todo un predicador, preparaba  –y escribía– sus homilías con sumo cuidado; las tenemos hoy recogidas en varios volúmenes. Una voz escuchada en todo el país. Su prédica reclamaba una sociedad justa, respetuosa de todos sus ciudadanos, dado que sólo así, según la Biblia, puede haber paz, pero con un importante acento en los derechos de los pobres y oprimidos, como lo hizo Jesús”, escribe en esta evocación el padre Gustavo Gutiérrez.

Para el teólogo, la prédica de Romero, su testimonio y presencia estaban ya en la línea de “una Iglesia pobre y para los pobres”, recordada por el Papa Francisco unas cuantas horas más tarde de haber sido elegido por los cardenales el 13 de marzo de 2013.

En opinión del padre Gustavo Gutiérrez, querer una Iglesia pobre y para los pobres, es un propósito que “tiene la frescura del Evangelio, pero puede ser muy costoso. La muerte del arzobispo fue resultado de un asesinato, crimen provocado por su firme actitud de pastor que no calló ante el maltrato a un pueblo víctima de injusticias y vejaciones cotidianas, un pastor que el día anterior suplicó –y ordenó– a los soldados que no disparen contra el pueblo”.

Monseñor Romero y Papa Francisco

Haciendo un evidente parangón con la propuesta del Papa Francisco, Gutiérrez detalla que monseñor Romero “no intentó ponerse por encima de todo y de todos proclamando una pretendida universalidad del amor de Dios, colocándose en una cómoda abstracción, en un ángulo muerto de la historia para verla pasar sin comprometerse con ella”.

Esto derivaría en una evasión de la realidad, una huida del Evangelio y un testimonio sin fuerza, sin molestar al mundo, como el propio monseñor Romero declaraba: “una palabra muy espiritualista, una palabra sin compromiso con la historia, una palabra que puede sonar en cualquier parte del mundo, porque no es de ninguna parte del mundo”. 

Pastor cercano a su pueblo, monseñor Romero, según Gustavo Gutiérrez, “no tomó ese camino; su palabra quiso encarnar el Evangelio en la vida de su pueblo, en la de todos nosotros”. El arzobispo de San Salvador quiso una Iglesia como una comunidad “que haga sentir como suyo todo lo humano y quiera encarnar el dolor, la esperanza, la angustia de todos los que sufren y gozan, esa Iglesia será Cristo amado y esperado, Cristo presente”.

El mártir de esta hora es el que insiste en la justicia, el que entiende que esta es la parte capital del mensaje cristiano. No tener ello en cuenta, “no practicarla, es rechazar una afirmación bíblica fundamental”.  Finalmente, el teólogo peruano lanza un elogio velado al Papa Francisco quien, reconociendo “el testimonio martirial de Oscar Romero” amplió y enriqueció “la noción clásica del martirio”.

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