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¿Qué diferencia hay entre magia blanca y magia negra?

Magia adivinación

© Maya Kruchankova/SHUTTERSTOCK

Jose Luis Vázquez Borau - publicado el 28/02/15

Un recorrido por el origen de la magia y su vinculación con la religión

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La palabra latina, magia, que deriva a su vez del griego mageia, de igual significado que en español, probablemente del antiguo persa magush, que contiene la raíz magh, «tener poder», hace referencia a la antigua casta sacerdotal persa. Es el arte con el que, mediante creencias y prácticas basadas en la idea de que existen poderes ocultos en la naturaleza, se les pueden conjurar para conseguir un beneficio o provocar una desgracia, logrando así una eficacia material.

Se trata de un conjunto de prácticas y creencias a los que individuos de una sociedad recurren, para crear un beneficio o conseguir un fin, relacionándolas a su vez con cierto orden en la naturaleza, ya sea como grupo, cuando un obstáculo natural afecta severamente en la organización social del mismo o a nivel individual, cuando se requiere, por ejemplo, deshacerse de un enemigo que amenaza la vida.

El término deriva de los «magos», tribu meda que, según Herodoto, destacaba por su conocimiento de la astrología, la adivinación y otras artes ocultas similares. Teóricamente existirían diversas clases de magia: Magia blanca, o natural. La que por medio de causas naturales obra efectos extraordinarios que parecen sobrenaturales. Magia negra. Arte supersticioso por medio del cual se cree que pueden hacerse, con ayuda del maligno, cosas admirables y extraordinarias.

Los oscuros orígenes de lo religioso

Los investigadores de la religión del siglo XIX influenciados por el evolucionismo, estuvieron interesados en el tema del origen de la religión, de sus comienzos cronológicos, presuponiendo que la religión más antigua debía ser la menos evolucionada, la más simple y rudimentaria, la más distante de las actuales formas complejas de las religiones «superiores», con el fin de poder demostrar que la religión era una pura y simple ilusión.

Para lograr este fin utilizaron el “método etnológico”. Es decir, pensaban que observando por medios etnográficos la religión de los actuales pueblos primitivos, supervivientes de lo que fueron los inicios de la humanidad, se podría conocer el origen de la religión.

Fue así como las religiones practicadas en Australia, en Polinesia, en las incontables islas de los mares del Sur, llegaron a ser consideradas ejemplares ilustrativos de lo que debió haber sido la religión de los primeros hombres. Sobre éste supuesto, se prodigaron diversas teorías sobre el origen, a la vez histórico y antropológico, de la religión.

Así J. Fracer (1854-1941)[1] pone a la magia como antecedente de la religión propiamente dicha, que sería una derivación de prácticas originariamente mágicas[2]. Consideraba que la magia era predecesora de la ciencia; el acto mágico comporta una inferencia científica deficiente por adscripción del clan a un determinado animal, el tótem, que se supone encarna y protege la vida colectiva de un grupo.

A principios del siglo prevaleció una interpretación religiosa del totemismo, considerado la forma más simple de religión. Más tarde E.B. Taylor (1832-1917)[3], antropólogo inglés también adscrito a la escuela evolucionista, elaboró una teoría que relaciona las creencias religiosas de algunos pueblos con los sueños y la muerte. Así, consideraba que el embrión primitivo desde el que se desarrolla la religión sería la creencia en entidades espirituales, que constituirían el duplicado anímico y el principio animador de los seres vivos.

A esa creencia primitiva Taylor la denominó animismo, que en su opinión surgía de ciertas experiencias de disociación entre el cuerpo y el pensamiento, como el sueño y el trance extático. H. Spencer  (1820-1903)[4], completando la hipótesis animista, sugiere que, puesto que en la muerte se supone que el doble anímico abandona al cuerpo, es en el culto a los muertos, a los antepasados, donde hemos de ver los orígenes de la religión. Los dioses serían, según eso, figuras resultantes de la transformación de las representaciones de los antepasados.  

En la actualidad se duda de que sea adecuado el método etnográfico para encontrar los orígenes de la religión. Esta cuestión se pierde en un pasado impenetrable. Las pistas más firmes para algunas hipótesis sobre la religión de nuestros más remotos antepasados las proporcionan los estudios arqueológicos que investigan algunas civilizaciones arcaicas de las que nos han llegado restos.

Presencia de la magia en la historia de las religiones

Es un hecho constatable la presencia de la magia en la historia de las religiones. Unas veces aparece paralela a la religión, otras oculta o tolerada y, finalmente, otras prohibida. En Babilonia parece que adquirió su magia del chamanismo siberiano y mongólico. Formaba parte del culto oficial, usaba el círculo mágico de protección e invocaba la intervención de los espíritus. Los propios dioses, como Ea y Marduk, eran magos. También en Egipto la magia formó parte del culto. No había espíritus auxiliares: su magia se basaba en los nombres (palabras de poder, que dominaban las cosas por su nombre esencial) y los gestos.

Para los griegos, «magia» designaba simplemente la religión de los mágoi del Irán. Pero la astrología y la alquimia han ido ampliando los contenidos de los términos  hasta abarcar hoy, en total confusión, brujería, hechicería, necromancia, mantica, augurio, ocultismo, los fenómenos del chamanismo e incluso muchos ritos religiosos de algunas tribus. En las religiones monoteístas, como el Judaísmo, Cristianismo y el Islam,  la magia es un pecado de idolatría que merma el poder y la sabiduría de Dios.

Clases de magia       

La magia puede ser tanto pública como privada. La pública afecta a los asuntos de la comunidad, como la presencia mágica de los soberanos, augurios griegos, etruscos y romanos, conjuros prebélicos, etc. Por lo contrario, los filtros amorosos o letales, la curación, la adivinación, etc., serían magia privada, que suele oponerse a la religión oficial. La actuación mágica puede ser benévola, la llamada magia blanca, a pesar de invocar poderes infernales o malévola, magia negra.

Hoy asistimos a una proliferación de formas de magia. Existen también magos de todos los colores y tendencias que pretenden continuar las diversas tradiciones y ejercicios mágicos. A diferencia de la brujería, cuya facultad se supone es innata en aquellos que la poseen, la magia puede ser realizada por cualquiera que haya aprendido esta capacidad técnica. Difiere también de la brujería en que, si bien ésta es siempre nociva, gracias al poder maléfico y está destinada a causar daños o otros, la magia en cambio puede ser aplicable tanto al bien como al mal.

Otro aspecto importante a destacar es el carácter arreligioso y asocial de la magia frente al antirreligioso y antisocial de la brujería; así, mientras el mago pretende captar las fuerzas visibles e invisibles, para provecho suyo y el de su clientela, la acción del brujo tiende a la desintegración del grupo.

Cabe distinguir asimismo la magia blanca considerada como benéfica, que ejercita al ser humano a fin de que aproveche las fuerzas síquicas que posee en beneficio propio y en el de los demás, y la magia negra, que comprende el conjunto de rituales, fórmulas y conjuros que se realizan para someter las fuerzas ocultas y maléfica y causar daños a los demás, ya sea por venganza o por el simple placer de hacer mal.

La magia ha sido practicada por todas las sociedades y culturas, desde la prehistoria hasta la actualidad, por pueblos de cultura tradicional y por civilizaciones de gran avance tecnológico, si bien, en ocasiones, ha estado perseguida por razones religiosas o por un racionalismo pretendidamente científico.

El Catecismo de la Iglesia Católica, al referirse a las prácticas de magia o de hechicería mediante las que se pretende domesticar potencias ocultas para ponerlas a su servicio y obtener un poder sobrenatural sobre el prójimo, aunque sea para procurar la salud, afirma:”son gravemente contrarias a la virtud de la religión. Estas prácticas son más condenables aún cuando van acompañadas de una intención de dañar a otro, recurran o no a la intervención de los demonios. Llevar amuletos es también reprensible. El espiritismo implica con frecuencia prácticas adivinatorias o mágicas. Por eso la Iglesia advierte a los fieles que se guarden de él. El recurso a las medicinas llamadas tradicionales no legitima ni la invocación de las potencias malignas, ni la explotación de la credulidad del prójimo” ( nº 2117).


[1] J. FRAZER,
The Golden Bough (
La rama dorada), publicada en dos volúmenes en 1890 y que se incrementó hasta alcanzar doce volúmenes, que su propio autor redujo a uno, como síntesis, en 1922.
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