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Jesús comienza en Cafarnaúm su vida pública. Marcos, en este capítulo, nos cuenta un día de Jesús. El evangelio de hoy sólo relata un trozo de la mañana de ese sábado. Merece la pena seguir leyendo su día. Un día más. Uno cualquiera:
"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos entraron en Cafarnaúm, y cuando el sábado siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina, porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad".
Un día en la vida de Jesús
Hoy es sábado. Nos cuenta que después sale de la sinagoga y va a casa de Pedro y cura a su suegra, levantándola.
Al atardecer le llevaron enfermos y él los curó. Y de madrugada salió a orar solo, para vivir su día con su Padre, hasta que le vinieron a buscar sus discípulos.
Un día muy lleno. Jesús enseña, cura, come con los suyos, ora, ama. Todo es una unidad.
Me gusta ver la vida de Jesús. En un día tiene momentos de soledad, otros de intimidad con los suyos, en casa de Pedro, otros con todos.
Los evangelios de estos domingos nos hablan de sus inicios. Jesús llama a los suyos al borde del lago.
Todo lo que durante treinta años había guardado en su alma de niño y de joven se despierta lentamente.
Comienza a vivir para los hombres. Sus palabras. Su forma de curar. La invitación a los discípulos a seguir sus pasos.
Cafarnaúm, lugar de milagros
Jesús se fue a vivir a Cafarnaúm. Allí es donde hizo más milagros en su vida. Es un lugar lleno de vida al borde de un lago que parece un mar, donde el horizonte se vuelve inmenso. Un pueblo rodeado de montes verdes.
Cuando uno va hasta allí se emociona al ver lo que Jesús miraba y amaba. Hoy, es verdad, sólo quedan ruinas.
Aquel lugar que vio tantos milagros hoy sólo son ruinas. Pero el valle es precioso, lleno de vida.
Prodigios de Jesús
Seguramente, cuando Jesús se fue a Jerusalén tendría nostalgia de ese primer tiempo, de ese lugar donde echó raíces.
Allí vivía en casa de Pedro. Durante un tiempo, iba y venía de un sitio para otro, pero su hogar humano estaba en ese lugar. Con sus amigos. Con los que acaba de llamar a vivir con Él y como Él.
Pienso que mirar su día es confirmar eso de lo que asombran en la sinagoga. Jesús vive. Deja que su Padre le vaya mostrando. Cada día es distinto. Sin programa previo. Habla menos, pero su forma de vivir es lo que en realidad llena de asombro.
Jesús entra en la sinagoga. Es sábado. Mira al hombre. No la ley:
"Estaba precisamente en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: - ¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: el Santo de Dios. Jesús lo increpó: - Cállate y sal de él. El espíritu inmundo lo retorció y, dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: - ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen".
Es sábado y no puede curar. Algunos le criticarán por eso. Otros se asombraron de su poder y de su fuerza, de su amor y de su compasión frente a alguien que era agresivo y poco abierto a Él.
Porque aquel hombre endemoniado lo ataca, es violento, es agresivo.
Ante la agresividad
A veces en la vida nos alejamos de las personas tóxicas, de aquellas que nos hacen daño con su violencia, con su dolor, con su agresividad y falta de paz. Y buscamos la paz lejos de ellos. Nos cuesta detenernos y abrazarlos en su dolor.
Cualquiera de nosotros hubiese huido ante el endemoniado. Me cuestan la agresividad y los ataques.
Pero Jesús sabe que este hombre está atado. No es él el que habla. Todos se asombran de su poder. Por echar espíritus.
Yo me asombro de su amor. De su capacidad para compadecerse y no juzgar. Algunos se sorprenden de la misericordia de Dios y salen de la sinagoga transformados y conmovidos.
Sin embargo, otros lo condenan porque lo hizo en sábado. No ven más allá. Están cerrados. Lo condenan porque no cumple la ley. Porque se quedan en un precepto sin mirar con compasión. No les importa el dolor del endemoniado. Prefieren cumplir una norma.
A veces nosotros condenamos a los demás por la norma. No miramos a la persona. Miramos sólo la ley. Jesús mira el corazón.
En otras ocasiones Jesús cura tocando, cuidando, mirando al otro.
Con autoridad
Hoy Jesús usa la palabra. Nadie le pide que lo cure. Pero Él se compadece y lo sana. Se conmueve ante un hombre que no logra ser quien es.
Jesús habla y actúa con autoridad. Jesús es el profeta anunciado y muchos no le escucharon. Muchos tampoco lo escuchan hoy.
A lo mejor tampoco yo hoy lo escucho y lo sigo. ¿Veo la autoridad que tiene Jesús? Seguimos a las personas que tienen autoridad, nos fiamos de ellas.
Pero hoy hay tantas personas que hablan sin autoridad que nos cuesta encontrar a alguien que lo haga con autoridad.
Hay muchos que hablan, que dicen, que escriben. Pero detrás vemos muchas veces mentiras, falta de honestidad, falta de justicia, corrupción. Y entonces lo que dicen pierde fuerza, deja de tener valor.
Jesús habla con autoridad. ¿Hablo yo con autoridad? A veces hablamos mucho y hacemos poco. Para mí, hablar con autoridad significa que lo que hablas sea vida.
Jesús hace lo que habla y habla lo que hace. Por eso tiene autoridad. En Él no hay diferencia. No hay doblez.
Dios misericordioso
Habla de un Dios que sana, que es misericordioso, y Él toca con amor las heridas de los enfermos y se conmueve. Ora y vive con su Padre, pero se deja invadir por los que le buscan. Por eso, cuando nos habla de un Dios que sale a buscarnos, son creíbles sus palabras.
A veces hablamos mucho de Jesús y nuestra vida no lo muestra tanto con sus hechos. Nos falta amor y luz en lo que hacemos. Cuesta que nos crean. Surge la duda y la sospecha.
Es verdad que el evangelio de hoy acaba diciendo que su fama se extendía por toda Galilea: "Su fama se extendió en seguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea". Y muchos se entusiasmaron con sus palabras y lo buscaban.
Pero nosotros sabemos el final de la historia. Y sabemos que en la cruz se quedará solo. Jesús tenía un corazón libre. Amaba y se entregaba. Ahí radicaba su autoridad.
Era amado por su Padre. Y sólo en Él su vida tenía sentido. En Él estaba su autoridad.
Hoy le pido a Dios que me enseñe a vivir como Él, de forma coherente. Aceptando lo que me toca vivir con alegría.
Mirando mi realidad con paz, sintiendo que es lo que Dios me regala para ser más santo.
Y con una certeza en el corazón: Él siempre estará conmigo. Y su presencia es la que me da autoridad. Sus palabras en mi voz. Su amor en mis gestos. Su luz en mi mirada. Y su misericordia en mi compasión. Quiero vivir como Él.