Dios pone una cerca para evitar que nos alejemos. Nos mantiene a buen recaudo, pero permite que nos vayamos, que saltemos la cerca. No nos encarcela. Respeta nuestra libertad.
Dios necesita a alguien que se haga cargo de la viña mientras Él está ausente. Y manda un guarda y le construye su casa. Él cuida la viña. Pero hacen falta trabajadores y se la arrienda a ellos. Sólo después se marcha de viaje tranquilo. El dueño de la viña planta, protege, cava, construye, arrienda y se marcha.
Me gusta pensar en un hombre que deja el corazón protegido. Nos manda a nosotros. Somos los arrendatarios, los trabajadores. El dueño tiene un sueño, un tesoro y lo cuida. Pone a cargo de la viña a personas en las que confía. Ata todos los cabos y espera que salga todo bien.
La viña es su bien más preciado. Está el futuro asegurado con el vino. Toda una vida. El que tiene un tesoro nada teme. Confía en la labor de los suyos.
También nosotros cuidamos a otros, otras viñas. Cuando amamos la vida de los otros, cuando nos apasionamos por el hombre, cuando tocamos los corazones de los otros y los cuidamos, cuando disfrutamos de las cosas pequeñas cada día, estamos cantando un canto de amor a su viña.
A veces pensamos que todo lo que nos aleja del mundo es lo correcto, lo que nos lleva a Dios sin necesidad de intermediarios.
Nosotros cuidamos también otras viñas. Ponemos cercas, no vallas que impidan los movimientos. Respetamos que sigan otros caminos. Soñamos con protegerles de todos los peligros y nos obsesiona lo que pueda pasarles. Pero respetamos sus pasos como lo más sagrado.
¡Qué difícil es proteger sin limitar la libertad! ¡Qué difícil cuidar y dejar que se expongan a los peligros! Pero el respeto es algo sagrado. Así lo hace Dios con nosotros. Nunca nos encadena. Sólo protege nuestra vida. La cuida con amor. Se arrodilla ante nuestra libertad.
Ojalá con frecuencia cantásemos un canto de amor a la viña de Dios oculta en el alma de los que están a nuestro lado. Esa viña única, especial, diferente a todas, que Dios ha creado.
Esa viña para la que cuenta conmigo. Me pide que la ame y la cuide, para poder sacar lo mejor, para ayudar a sacar las malas hierbas, con paciencia, con cariño, con esperanza.
Habrá tiempo de sembrar y de recoger, tiempo de esperar y de plantar, de regar y de cavar; tiempo de sacar las malas hierbas y de disfrutar. Así es Dios con cada uno, con el hombre. Somos su viña. Su viña amada. Y nos pide que amemos otras viñas.