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El realismo cristiano de los personajes marginales del pintor Rouault

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Enrique Chuvieco - publicado el 19/09/14
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Amigo de Maritain, Bloy y Huysmans dignificó en sus cuadros a los desheredados de la Francia de la primera mitad del siglo XX

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“¡Que se arrepientan y pidan perdón a Dios por sus pecados!”, es lo que aconsejaba a los jóvenes artistas el pintor Georges-Henri Rouault, cuando le preguntaron qué decir a los que empezaban. Para llegar a esta postura católica, recorrió un largo camino que tuvo sus hitos principales en los encuentros con intelectuales franceses (Leon Bloy, Huysmans  y Jacques y Raissa Maritain…) que habían hallado en la Iglesia una vida más intensa y verdadera que no observaban a su alrededor.

Rouault había nacido en 1871 en un sótano de París, donde su madre se refugió para escapar de las bombas contra la Comuna. De su padre, ebanista, aprendió el amor por el trabajo hecho a conciencia, mientras que su abuelo le introduciría en la pintura con artistas como Manet. Entró de aprendiz para trabajar el vídreo y por la tarde cursaba estudios en la Escuela de Artes Decorativas.

A los 20 años marcha a París para iniciar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes, donde entre sus profesores están Matisse y Moreau, que le designa como uno de sus alumnos significados.

Comunidad de artistas cristianos

A los 25 años se convierte al catolicismo, después de una larga búsqueda personal y sus encuentros con el cura Vallée. Inicia una serie de cuadros de temática religiosa y con uno de ellos, El niño Jesús entre los doctores, obtiene un premio. Su maestro muere poco después de un cáncer de garganta, lo que ocasionó una crisis a Rouault. Mientras su familia se marcha a Argelia, él decide buscar al escritor católico Huysmans, afanado en formar una comunidad de artistas cristianos en la abadía de Ligugé.

Debido a una enfermedad, se marcha al campo para recuperarse. Allí descubre, los combativos escritos cristianos de Leon Bloy e inicia también su amistad con el filósofo Jacques Maritain. El primero no entenderá el arte del joven pintor, porque los protagonistas de las obras de Rouault son gente marginal o de aspecto indeseable, como prostitutas, artistas de circo, jueces y aristócratas de aspecto repulsivo. A este respecto dirá: “Si he hecho de los jueces figuras tan lamentables, es porque traducía sin duda la angustia que siento a la vista de un ser humano que va a juzgar a otros hombres”.

Realidad no escapismo

Rouault fue, con su estilo inclasificable que le aparta de corrientes al uso, un cronista de su tiempo a la hora de retratar a quienes todos despreciaban. Así, sus prostitutas reflejan toda la inmoralidad y la depravación a la que se veían sometidas muchas mujeres para sacar adelante a los suyos en la Francia de principios de siglo XX. Su arte-denuncia cristiano se aleja tanto del sentimentalismo complaciente de algunos creadores católicos como del escapismo surrealista o del nihilismo existencialista. Cuando una vez le preguntaron por qué pintaba cosas feas, su respuesta fue que el enfoque cristiano no es pesimista, ni optimista, si no simplemente realista.

En 1908 se casa con Marthe, una pianista, con la que tuvo cuatro hijos. Juntos solían pasar los domingos por la tarde con los Maritain (Jacques y Raissa). Este filósofo neotomista, discípulo de Bergson, mantenía amistad con el pintor Chagall y había escrito un libro sobre Arte y escolástica (1920), en el que comenta la obra de Rouault. De ella dice, que busca mostrar la vida desde una perspectiva cristiana que le lleva a impregnar de oscuridad sus lienzos que, además de tristeza, destilan una profunda piedad ante la devastadora miseria humana.

Reirse de uno mismo

En 1917 Rouault se ligó con el marchante Ambroise Vollard, representante también de Manet, Gauguin y Picasso, para la adquisición de toda su obra, más de setecientos cuadros, y la condición de que le dejara terminar todo lo que había comenzado. La muerte del marchante en accidente de coche concluyó en un litigio del pintor con los herederos, por denegarle el acceso a su estudio. El asunto se resolvió a su favor en 1947, donde recuperó buena parte de sus trabajos, aunque quemó varios cientos por no poder concluirlos.

Este desapego por las cosas lo hace extensible a su persona, para la que muestra también sentido del humor a la hora de no tomarse demasiado en serio. Un ejemplo de ello es cuando a raíz de contratarle la portada de un libro sobre su producción artística, se pinta de payaso con sombrero. Para explicarla dirá: “Ese traje rico y cubierto de lentejuelas nos lo da la vida, todos somos payasos más o menos, ya que nos escondemos detrás de nuestras propias máscaras personales”.

“Miserere”, su obra maestra

El estilo de Rouault evoluciona hacia composiciones delimitadas por gruesos contornos, consecuencia de cambiar la acuarela y el “gouche” por la densidad matérica del óleo. Simultáneamente, desarrolla una importante actividad como grabador entre 1914 y 1927, que no publicará hasta 1948 con el título de Miserere.

Compuesta por 48 planchas, esta colección está considerada como su obra maestra. Los matices de negros y grises se muestran con sutileza y armonía en obras como En el país de la sed y del miedo o El payaso herido. Reyes y damas se mezclan en sus grabados con criminales, mendigos, prostitutas, Jesús de niño con María, su bautismo, cruz y resurrección. En este trabajo, el artista subraya, “como cristiano”, que “en estos tiempos tan azarosos”, no cree “sino en Jesús crucificado”.

Reconocido dentro y fuera de su país, y con paz interior, muere a los 86 años en 1958. Al poco tiempo, su familia donaría al Estado francés más de ochocientas obras.
 

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