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La vida de comedia de Robin Williams termina en tragedia

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Caitlin Bootsma - publicado el 12/08/14
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El suicidio del actor nos recuerda el infinito valor de cada vida humana

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Cuando una noticia te golpea, se convierte en el único tema de conversación: Robin Williams presuntamente se suicidó a la edad de 63 años. Todo el mundo coincide en que es una tragedia.
 
Parece que todos tenemos nuestra película favorita de Robin Williams. ¿Quién podría olvidar a Williams en el papel del genio de la lámpara de Disney, o la más arriesgada pero adorable Señora Doubtfire? Muchos de nosotros crecimos con sus películas: No podría decir cuántas veces mi hermana pequeña ha visto y revisto "Jumanji". Nunca nos cansábamos de su genio comediante.
 
Junto a la brillante luz de su carrera como actor, se libraba abiertamente una batalla con el alcoholismo y la depresión, particularmente dura antes de su suicidio. Según las informaciones publicadas, había estado recientemente en un centro de rehabilitación, una de las muchas veces que tuvo que ingresar a lo largo de su vida.
 
Su vida y talentos serán recordados muchos años después de su repentina muerte. No podemos saber sus pensamientos o qué fue lo que le empujó al abismo, pero ciertamente tenemos razón en reaccionar con tristeza ante su muerte. ¿Cómo podríamos alegrarnos de que este hombre se quitara la vida?
 
No puedo evitar pensar que como sociedad, somos incoherentes respecto a nuestra actitud hacia la vida. La gran mayoría del país lamentará el suicidio de Williams, a pesar del cada vez mayor número de personas que apoyan la eutanasia y el suicidio asistido. ¿Por qué en un momento estamos convencidos de que la muerte de Williams es una tragedia, y en el siguiente apoyamos el “derecho” de las personas o de sus familias de elegir cuándo morir?
 
El Papa san Juan Pablo II dio en la clave cuando dijo en la Evangelium Vitae, existe “una especie de actitud prometeica del hombre que, de este modo, se cree señor de la vida y de la muerte porque decide sobre ellas, cuando en realidad es derrotado y aplastado por una muerte cerrada irremediablemente a toda perspectiva de sentido y esperanza”.
 
Como nuestro santo señala, hay una apariencia de vida y de muerte que, como cultura, estamos deseando aceptar. Queremos creer que siempre tenemos el control, que tenemos el poder sobre todo, incluso sobre la vida y sobre la muerte. La consecuencia natural de esta creencia es el apoyo a la eutanasia – si una persona quiere morir, ¿por qué no permitírselo?
 
Y sin embargo, nuestra reacción instintiva ante la pérdida de Robin Williams muestra la realidad del suicidio: es una suprema pérdida de la esperanza. A pesar de lo que dicen los que apoyan el suicidio asistido, el suicidio no es “morir con dignidad”. La batalla de  Williams con la depresión y las adicciones muestra que el suicidio no es una ocasión de júbilo, sino un momento de extrema desesperación.    
 
Esperamos y rezamos para que Robin Williams, y todos los que se quitan la vida, se encuentren con el amor sin límites de Dios. Aunque reconocemos que quitar la vida a alguien – incluso a uno mismo – es un mal, no podemos saber en qué estado se encontraba ese alma, ni debemos subestimar la misericordia de Dios.
 
Robin Williams una vez bromeaba, “La muerte es la forma en que la naturaleza dice: ‘la mesa está lista’”. El humor negro muestra a la muerte como el enemigo de todo lo que hace de la vida una fiesta – un gran y suntuoso placer. Invitar a la muerte significa perder todo apetito por la vida; perder en un horror negro el simple placer de estar vivo. Trágicamente, la depresión le quitó a Robin Williams la alegría que él dio a millones de personas.
 
Caitlin Bootsma es editora en Human Life International’s Truth and Charity Forum (truthandcharityforum.com), así como Directora de Comunicación de Fuzati, Inc., una empresa católica de marketing.
 

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