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La fe de Julián Marías en la resurrección le sostuvo tras morir su mujer

Julián Marías – es

http://commons.wikimedia.org/

Enrique Chuvieco - publicado el 22/07/14

Se cumplen 100 años del nacimiento de uno los intelectuales españoles más preclaros del siglo XX.

“Sólo me sostenía la profunda fe en la resurrección", recordaba el filósofo y ensayista Julián Marías varios años después de la muerte de su mujer,  Dolores Franco, ‘Lolita’, fallecida en 1977, tras una vida “una” con ella como la calificaba el más adelantado discípulo de Ortega y Gasset. Católico practicante, Marías estaba cierto de que “volvería a verla y a estar con ella” ya que "la evidencia –mantenía- de que la persona que era Lolita no podía haberse destruido por un proceso corporal”.

En su libro La felicidad humana, abunda en el carácter eterno del amor cuando dice: "En la medida en que se ama, se necesita seguir viviendo o volver a vivir después de la muerte, para seguir amando".

Julián Marías Aguilera, quien dijo que sus maestros fueron Alejandro Dumas (leyó en francés Los tres mosqueteros con 13 años) y Ortega, nació en Valladolid el 17 de junio de 1914. La familia se traslada a Madrid cuando él tenía cinco años, donde cursa el Bachillerato y posteriormente concluye Filosofía en la Universidad de Madrid en junio de 1936, un mes antes de iniciarse la Guerra civil española. En aquellas clases universitarias, asistirá a las lecciones de Ortega, Zubiri, Gaos, Besteiro, García Morente. De esta facultad diría en sus memorias que era "la mejor institución universitaria de la historia española, por lo menos después del Siglo de Oro”.

Ya militar de la República, trascurre la guerra en Madrid, escribiendo para ABC y Blanco y Negro. Tras concluir la contienda civil, es acusado de colaborar durante la guerra con el periódico oficial soviético, Pradva, por lo que le encarcelan durante varios meses. Aparece en 1941 su Historia de la Filosofía y un año más tarde suspende su tesis doctoral, dirigida por Zubiri, por el voto contrario de García Morente.

Ostracismo académico

Al suceso anterior, que supuso un escándalo en círculos ajenos al franquismo, se había sumado el cierre del ejercicio de la carrera docente en España por ser discípulo de Ortega, su posición favorable a la República y colaborar con su antiguo profesor el socialista Julián Besteiro durante la guerra, del que dijo que era una “persona íntegra”. Estos acontecimientos no le hicieron perder su equilibrio personal para enjuiciar con equidad los sucesos de la España de la postguerra. Se implicó en la escritura, de la cual han visto la luz muchos de los análisis más certeros que se han hecho de la historia y sociedad actuales.

Contrae matrimonio en 1941 con la profesora y escritora Dolores Franco Manero, con la que tuvo cinco varones, entre ellos el también escritor Javier Marías.

En 1948, vuelto Ortega a España, fundan el Instituto de Humanidades, del que se hará cargo a la muerte de Ortega siete años más tarde. Previamente, había participado en París en la Semana de Intelectuales Católicos y obtuvo el doctorado que le habían rechazado injustamente unos años atrás.

Pareja a su dedicación ensayística, vuelca su saber llamado por universidades americanas y europeas, en las que llega a contar con discípulos. En esa época, contacta con figuras del pensamiento o la literatura, como los filósofos Heidegger, Etienne Gilson, Gadamer, o Gabriel Marcel; el historiador Paul Hazard, los novelistas Graham Greene y Thorton Wilder.
Desde 1964 hasta su muerte,  formará parte de la Real Academia Española de Lengua. En la Transición, fue elegido senador por designación real entre 1977 y 1979. En 1982, se incorpora al Consejo Internacional Pontificia para la Cultura, creado por Juan Pablo II y en 1996 compartió el premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades con el periodista italiano Indro Montanelli

Fecunda obra literaria

Sobre la labor creadora, Marías subrayaría “que el Estado tiene muy poco que hacer en relación con el arte y las demás actividades creadoras. Principalmente, dejarlas ser”. Se adscribió al liberalismo en cuanto a la organización social “porque es la condición de que la vida humana adquiera calidad y dignidad en nuestro tiempo. Claro está que no se puede identificar el liberalismo con sus formas deficientes o falsas, precisamente las que causaron su desaparición de buena parte del planeta”. En este sistema político veía mayores posibilidades para el ejercicio de la libertad, pero remarcaba que, si no era así en algunos momentos históricos, “lo decisivo es que los creadores estén dispuestos a tomarse cuanta libertad sea posible”.

En su basta producción literaria, hubo espacio para la filosofía, la búsqueda de la felicidad, la antropología, el papel de la mujer, la idiosincrasia de los pueblos y el cine. En este último apartado, dedicó una columna periodística a analizar la sensibilidad personal y social a través de más de 1.500 películas.

Entre sus obras, ya hemos citado su Historia de la Filosofía, de la que ya se han realizado varias ediciones, destacan también, entre otras, Filosofía actual y existencialismo en España, Ortega y la idea de la razón vital, El método histórico de las generaciones, Aquí y ahora, Ensayos de teoría, Ensayos de convivencia, Los Estados Unidos en escorzo, Ortega y tres antípodas, La Escolástica en su mundo y en el nuestro, La estructura social. Teoría y método, Ataraxía y Alcionismo, La imagen de la vida humana; Ortega, circunstancia y vocación; El intelectual y su mundo, El oficio del pensamiento, Imagen de la India, Los españoles, La mujer en el siglo XX.

Ya en la democracia, fue muy crítico con los gobiernos socialistas de Felipe González, entre otras razones, por la ley despenalizadora del aborto. Tras su fugaz paso por la política, se enfrascó nuevamente en su actividad intelectual en las vertientes descritas.

La muerte de su mujer, Lolita, en 1977 de un cáncer de estómago supuso un inmenso dolor para la que había sido su compañera, secretaria personal y madre de sus cinco hijos, de la que dijo que hubiera tenido una carrera brillante como intelectual si no hubiese dedicado sus desvelos al hogar y a sus hijos. "Yo hacía libros (…), ella hacía personas".

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