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Tus gestos, ¿están cargados de sentido o son meros formalismos?

Mano con anillo

© srgpicker / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/05/14

El pan partido por amor tiene un valor muy diferente que el hecho de partir un pan para hacer justicia y dar a dos personas su parte

Los gestos, los actos, tienen mucha importancia. Aunque a veces no lo tomamos en cuenta. Lo que hacemos va dejando huella, un rastro de nuestro paso.

Es verdad que un acto, mirado desde fuera, puede ser interpretado de forma diferente. Nos podemos quedar en la apariencia, en lo que parece ser. Dos actos aparentemente iguales, como decía el Padre José Kentenich, no siempre son tan iguales en su intención: «Cuando dos personas hacen lo mismo, aún falta mucho para que sea la misma cosa. Es preciso observar siempre la actitud interior a partir de la cual brota algo»[1].

La actitud interior es la que determina el valor del acto. Pero nosotros nos dejamos llevar por la primera impresión y juzgamos desde la superficie. Interpretamos la intención, valoramos lo que no vemos, lo suponemos. Y pensamos que los mismos actos significan lo mismo. O interpretamos la actitud del que los realiza, sin pensar en su historia, en su pasado, en sus circunstancias, en su momento.

Tampoco los actos buenos, loables, dignos, son todos iguales. Hay gestos que parecen indicar una cosa, pero tal vez no sea así. Un abrazo puede estar motivado por el cariño o simplemente por la obligación. Una mirada, una palabra.

Caminar juntos no significa caminar el uno en el otro, en armonía, unidos en el alma. No siempre es así. Tampoco el hecho de vivir bajo el mismo techo significa intimidad, comunión, diálogo, amor. Los actos, eso sí, nos delatan. Pero no siempre significan lo que aparentan.

A veces nos encubrimos detrás de las formas. Pretendiendo así parecer lo que no somos o tapar lo que realmente hay en el corazón. Es verdad que las formas son el cauce de la vida y por eso son importantes. Porque si no hay cauce, puede que las aguas se pierdan y no lleguen a su destino.

El Padre Kentenich fue un hombre enamorado de la vida y entendió que las formas eran importantes, pero hasta un cierto punto. Por eso a veces, igual que Jesús, temía el excesivo formalismo: «¡Fuera con el formalismo! Todo lo que observaba como joven, en aquel tiempo, me parecía ser algo sumamente formalista. En el fondo, se trataba de pequeñeces. Surgió en mí la idea del hombre nuevo, del hombre lleno de alma. Todo lo que realiza debe acontecer desde su interior. Libertad interior. El hombre libre lleno de alma»[2].

Los hombres libres expresan su libertad en formas concretas y cargadas de sentido. Pero a veces las formas pueden ahogar la vida: «Es importante que el ideal genere actitudes desde lo más hondo de la persona. Tales disposiciones interiores deben manifestarse exteriormente mediante actos y prácticas. No hay vida sana que no genere también su atmósfera, como el árbol genera su corteza»[3].

El ideal se expresa en formas, en gestos, en actos. Igual que el amor tiene sus expresiones que son tan importantes. Un beso, un abrazo, una caricia, una palabra de aliento, un «te quiero».

El pan partido por amor tiene un valor muy diferente que el hecho de partir un pan para hacer justicia y dar a dos personas su parte, lo que les corresponde. Unas palabras dichas en un momento y a ciertas personas tienen un valor distinto a las mimas palabras dichas en otro contexto.

Por eso hay veces que ciertos actos se quedan grabados en el corazón para siempre, por su significado, por su valor. Y los mismos gestos se olvidan en otro momento.

Leemos los actos, los interpretamos, los juzgamos. Nos dicen más incluso de lo que la persona quería comunicar. Una imagen vale más que mil palabras. Los actos nos ayudan a hacer realidad los ideales. Y nos permiten expresar la vida, lo que nadie ve cuando está oculto.


[1] J. Kentenich,
Terciado de Brasil, 1952

[2] J. Kentenich,
Conferencia 1963,

[3] J. Kentenich,
Kentenich Reader, Tomo III

Tags:
almalibertad
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