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La red que soñamos crear

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© Ashi Fachler / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 03/04/14

La red que nos une se compone de muchos trozos de cuerda unidos, nos unimos los unos con los otros y, a través de esos vínculos humanos, nos unimos con el mundo sobrenatural

Hoy la palabra red es una palabra muy usada. Estamos en red, relacionados los unos con los otros de forma virtual. El número de usuarios de internet es de casi 2 mil millones, lo que supone un 30% de la población mundial. Para el año 2015, habrá casi 3 mil millones de internautas, más del 40% de la población mundial proyectada.

Cada vez son más los que participan en redes sociales y están comunicados a través de ellas con cientos de personas. Publicamos noticias, subimos fotos, hacemos comentarios, desnudamos nuestra intimidad. Publicamos nuestra vida sin pudor y perdemos el sentido de la auténtica privacidad.

Entramos en relación y opinamos sobre lo que otros cuelgan escribiendo: «Me gusta» o «No me gusta». Y creemos que los vínculos se hacen más profundos. Pero se trata de una red virtual en la que todos participamos y nos relacionamos sin entrar en honduras. Es una red frágil, endeble, expuesta. Tenemos muchos amigos virtuales, pero poco profundos. ¿Es esta red una red fuerte, firme? ¿Es la red que soñamos crear?

Utilicemos la imagen de la red como un ideal. Pensamos en una red hecha con cuerda, fuerte, resistente al uso. Una red que nos mantenga unidos y pueda ser así usada por Dios a su antojo.

Es la red que echaban los apóstoles desde la barca a la orden de Jesús. Porque ellos confiaban en su Palabra. Y aquella red fuerte y tosca se llenó de peces. Y no se rompió aunque eran demasiados y la tuvieron que sacar entre muchos.

Cuando pensamos en la red pensamos entonces en la comunión, en la unidad a la que estamos llamados como cristianos. Queremos ser una familia unida. Decía el Padre José Kentenich: «Estaba previsto en los designios de Dios que ustedes y yo nos perteneciéramos con una profundidad singular. En los planes de Dios nunca debo haber existido sin ustedes, ni ustedes sin mí. Desde la eternidad Dios pensó en una Alianza de Amor. Si Dios lo pensó así, si no me vio nunca sin ustedes, ni ustedes sin mí, si Él no quiere que cumpla mi misión sin ustedes –como tampoco vio a María separada de Jesús- si Él les pensó a ustedes desde toda la eternidad, como mis colaboradores permanentes en el cumplimiento de mi misión, entonces comprenderán cuán agradecido estoy para con ustedes que han consentido con estos planes»[1].

Estamos unidos como familia, entre nosotros. Como Cristo y María en la cruz. María al pie de la cruz. Una unidad que se sustenta en el amor, en la Alianza de Amor con María. Ella es la que nos une, la que nos mantiene unidos, la que no permite que se suelten las cuerdas de la red, la que logra que nos abramos y rompamos por amor.

Formar una red no significa llegar a ser un conjunto de personas que se mantienen unidas simplemente como ovejas masificadas. No se trata de una unidad de compromiso o conveniencia. No, la red se construye a partir de una decisión libre y auténtica. Nos unimos por amor, para amar más, para darnos más. No por interés.

Decía el Padre Kentenich: «Con hombres masa no sé hacer nada. Sólo sé hacer algo con personalidades autónomas. Motivadas por sí mismas. Con hombres que tienen juicio propio y que saben mantener firme ese juicio»[2].

La decisión por formar parte de una red es una decisión madura y libre, una decisión autónoma y auténtica. Es la misma decisión que tomamos cuando optamos por seguir a Cristo en su Iglesia.

El Padre Kentenich habla del hombre vinculado, del hombre arraigado profundamente en el mundo de Dios y en el mundo de los hombres: «El hombre nuevo es la personalidad autónoma, llena de espíritu, pronta y alegre en decidirse, responsable e interiormente libre, alejada tanto de una rígida esclavitud a las formas como de una arbitrariedad desvinculada

»[3].

La red que nos une como Iglesia se compone de muchos trozos de cuerda unidos. Nos unimos los unos con los otros y, a través de esos vínculos humanos, nos unimos con el mundo sobrenatural.

Es esa comunidad de apóstoles a los que Cristo llamó para compartir la vida. Él es el verdadero sustento de la unidad. María es la que nos une como red de hermanos, como familia que aspira a la santidad.

Dios usa nuestra libertad para formar una red de vínculos. Porque, como decía Francisco de Sales: «Dios no quiere en su barca galeotes sino remeros libres». La barca de Jesús respeta la libertad de todos los que entran para navegar con Él. Y Él navega entonces con nosotros, a nuestro lado y echa la red para que pueda haber mucha vida, mucha fecundidad que no se debe a nuestra capacidad sino a su poder.

Porque sólo somos un trozo de cuerda unido a otros trozos de cuerda formando una red inmensa. Cristo anuda los trozos de cuerda sueltos. Nos restaura y nos une a los demás. Logramos nosotros reparar a otros cuando somos reparados.

La red no tiene fisuras siempre y cuando predomine el perdón. Sí, el perdón recibido y el perdón entregado. ¡Qué difícil es unir! ¡Qué fácil resulta dividir! El perdón sana y une.

Dice el Padre Kentenich: « ¿Cuál es la esencia de la comunidad? Ésta consiste en estar espiritualmente el uno en, con y para el otro»[4]. Una red de vínculos sanos y profundos. Un amor noble que libera. Si vivimos los unos en los otros, arraigados y anclados, la red será una red fiable, una red para Dios, para la misión, signo de la presencia de Cristo.

Al hablar de la red nos preguntamos cómo están nuestros vínculos. El tiempo de Cuaresma es un tiempo para preguntarnos por la calidad y calidez de nuestras relaciones.

¿Sabemos lo que le preocupa e inquieta en estos momentos a nuestro cónyuge, a nuestros hijos, a nuestros padres, a nuestros hermanos y amigos? ¿Conocemos sus miedos y anhelos, sus sueños y desafíos?

Convivimos con muchas personas y con frecuencia ignoramos lo que está vivo en sus corazones. No preguntamos porque no tenemos tiempo. Y los vínculos, cuando no se cuidan, cuando no se hacen profundos, se van secando lentamente.

Esta red que queremos formar se hace fuerte a partir del perdón, de la misericordia. El perdón de Dios nos salva, nos levanta, nos redime. Nosotros necesitamos experimentar continuamente la misericordia de Dios.


[1] J. Kentenich,
Nueva Helvecia, 20.08.1947

[2] J. Kentenich,
Terciado de Brasil, 1952

[3] J. Kentenich,
Mi filosofía de la educación
[4] J. Kentenich,
Semana de Octubre del 50

Tags:
almaamorredes sociales
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