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Confesiones de un masón

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Il est vivant - publicado el 17/03/14
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Atraído por el ocultismo, Maurice Caillet se hizo masón; profundamente ateo, vivió un cambio inesperado y decisivo
Ser masón facilitó mi ascenso profesional. Sin embargo, en 1983, me encontré en grandes dificultades profesionales. Al mismo tiempo, la salud de mi esposa Claude me preocupaba cada vez más. Presentaba problemas digestivos graves y muy dolorosos. Casi no comía. Ningún tratamiento, ni científico ni oculto, lograba resolver sus males.
 
Propuse a Claude salir de Bretaña unos días e ir a Font Romeu, teniendo en cuenta los beneficios de un cambio de clima. A principios de febrero de 1984, la llevé, estirada, en nuestro coche. Por desgracia, tuvo que permanecer en la cama toda la estancia.
 
Un choque cosmo-telúrico
 
Entonces se me ocurrió una idea muy extraña para un ateo. Le propuse que, en el viaje de vuelta, hiciéramos etapa en Lourdes. Esperaba que esto provocara en ella un choque psicológico salvador o un choque cosmo-telúrico. Según mis investigaciones en radiestesia y en geobiología, este lugar se encontraba situado en un cruce de corrientes telúricas.
 
El choque fue inmenso. Su marido, médico científico, masón y anticlerical, ¡le sugería ir a Lourdes! Cristiana en secreto en su corazón, Claude empezó a temer que un fracaso de este paso aumentara mi escepticismo y ateísmo.
 
En Lourdes, fuimos a la Gruta en la que los cristianos creen que la Virgen María se apareció a una joven pastora, Bernadette; después a las piscinas en las que los enfermos llegados en peregrinación se sumergen en una agua que consideran milagrosa.
 
Confiando a Claude a manos expertas, busqué refugio en una cripta. Se estaba celebrado una misa. Escuché con atención. En un momento dado, el sacerdote se levantó y leyó estas palabras: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá… Palabra de Dios”.
 
Esta frase que había oído a menudo en ritos iniciáticos masones ¡era una palabra de este Jesús que yo consideraba un sabio y un gran iniciado, pero no el Señor! Siguió un largo momento de silencio y escuché claramente una voz dulce que me decía: “Está bien, tú pides la curación de Claude, pero ¿qué tienes que ofrecer?”.
 
Fascinado por estas palabras interiores, no volví a mis sentidos hasta el momento en el que el sacerdote elevó la hostia y en el que, por primera vez, reconocí a Cristo en este humilde pedazo de pan: era la Luz que había buscado, en vano, en múltiples iniciaciones.
 
En un instante y como respuesta, sólo me vi a mí mismo como ofrenda. Yo, el ateo “comecuras” durante más de cuarenta años…
 
Al final de la misa, seguí al cura hasta la sacristía y le pedí que me bautizara sin sospechar que era necesaria toda una preparación para recibir este sacramento. Él me lo explicó y me envió al arzobispo de Rennes.
 
Mi nueva vida
 
Animado por la experiencia que acababa de vivir, me reuní con Claude. Ella pudo constatar la alegría nueva que emanaba de mí. En el viaje de vuelta, mi curiosidad insaciable por la fe y la vida cristiana, la manera de rezar y mi deseo de ser bautizado la convencieron de la veracidad de mi cambio.
 
Eran mis primeros pasos en mi vida nueva. Cada vez más atraído hacia esta Luz que había entrevisto en Lourdes, retiré poco a poco y no sin dificultad toda vinculación oculta y masona.
 
Empezaba para mí una existencia orientada al amor a Dios y a los demás. Respecto a Claude, recuperó la salud inesperadamente.
 
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