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Conocerse a uno mismo, una necesidad ineludible

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 07/03/14

Imagen, profesión, familia, éxitos,… ¿Qué nos define?, o mejor… ¿Quién nos define? Somos quienes Dios ha querido que seamos

Hay preguntas que normalmente no nos hacemos. Quizás porque no tenemos tiempo para responderlas, o tal vez porque la respuesta puede ser complicada. A lo mejor si las hacemos necesitaremos tiempo para pensar, para rezar, para estar en silencio. Y el tiempo escasea.

Pero esas preguntas que a veces eludimos acaban siendo esenciales. No las podemos dejar pasar de largo. Una de estas preguntas dice: « ¿Qué cosas me definen? ¿Cómo me defino a mí mismo?».

Tal vez creemos tener la respuesta. Hemos recorrido largos caminos y pensamos que ya sabemos quiénes somos.

Con frecuencia definimos a los demás por lo que hacen, por lo que han estudiado, por aquello en lo que trabajan, por sus éxitos personales. Entonces podemos pensar que lo que nos definen son nuestras obras, nuestro físico, los éxitos y los fracasos de la vida, la percepción que los demás tienen de nosotros.

Nuestros logros en el mundo laboral, nuestra situación familiar, las personas que nos aman y a las que amamos. Todo eso forma parte de nuestra vida y tampoco nos entenderíamos prescindiendo de todo ello.

Pero, en el fondo, la pregunta sigue latiendo: « ¿Quiénes somos en lo más hondo? ¿Qué nos define?». Es la pregunta que nos libera y nos da alas. La pregunta con la que podemos empezar a vivir de verdad y a tomar el timón de nuestra vida. Desnudos, desprovistos de títulos, ¿quiénes somos?

A veces caminamos sin rumbo. Respondiendo a expectativas, esperando estar a la altura de lo que esperan de nosotros. No toleramos el fracaso ni las críticas. Queremos hacer nuestro camino y acabamos haciendo el que otros quieren que hagamos. Porque la no aceptación nos hace feos, incapaces, torpes, desechables.

Sin embargo, la verdad es que, aunque muchos opinen que no valemos, no por eso perdemos valor. Es cierto, al mismo tiempo, que tampoco los halagos nos hacen mejores personas. Somos quienes Dios ha querido que seamos. Con defectos y virtudes, con logros y fracasos.

Él ha modelado nuestro rostro y nos ha dado una belleza en la que Él cada día se alegra y se refleja: «El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo». Nos ha hecho a su imagen y semejanza. ¡Qué maravilla! Y pensamos a veces que somos feos, que no valemos, que no somos dignos. Estamos hechos a semejanza de Dios. ¿Hay algo más grande?

Pero a veces las expectativas de los demás o el no cumplimiento de nuestros propios sueños, parecen afear lo que Dios ha creado, ensuciar su belleza. El barro es sólo barro y no nos gusta. Preferimos una belleza distinta y nos frustramos. Queremos más. Lo queremos todo. No nos conformamos. Pero en el fondo no nos conocemos. No vemos toda la riqueza que Dios ha sembrado en el alma.

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