El futuro depende de las decisiones que tomemos en el presente
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El futuro depende de las opciones que se toman en la actualidad, y según cuáles sean estas se está esbozando un futuro más claro o más oscuro.
En esta ética, el futuro cuenta hasta tal punto, que la libertad de acción de los presentes debe tener en cuenta los hipotéticos beneficios o perjuicios que se puedan causar a las generaciones del futuro.
Esta reflexión tiene, obviamente, consecuencias en el terreno de la vida social, de la práctica política, de la educación y, naturalmente, también en el campo de las biotecnologías y el medio ambiente. La paz futura depende de las decisiones que tomemos en el presente.
En la propuesta ética que defiendo, la preocupación por el prójimo es central; tiene prioridad por aquellos hombres y mujeres del presente que no disfrutan de las condiciones mínimas de vida digna
Pero eso no niega el valor y la consideración que hay que tener hacia los del futuro. La reflexión sobre la herencia que dejaremos a nuestros hijos y nietos y a los nietos de nuestros nietos no es irrelevante.
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Partimos de la tesis de que el mundo es un don recibido inmerecidamente, una realidad bella y plural que no nos pertenece como especie, sino que debemos velar y proteger, utilizar con la debida medida y, evidentemente, cederlo en herencia a los que, en el futuro, nacerán y vivirán en él.
La concepción del mundo como un don, como un bien dado que hay que preservar y proteger, es determinante a la hora de relacionarse con él correctamente.
Desde una concepción genuinamente cristiana, el mundo natural es creación de Dios, una realidad que procede de Él y que expresa, de una manera plural, su majestuosidad.
La manera como se ha originado el mundo y la evolución que ha tenido a lo largo de los distintos periodos de la historia natural no corresponde discernirlo ni a la ética ni a la teología.
Demasiado frecuentemente se han generado malos entendidos en la historia, a causa de una indefinición de los campos disciplinarios y de las metodologías.
Más allá de las hipótesis plausibles, no hay ninguna que pueda negar la tesis de que el mundo tiene un origen en una realidad fundamental que lo ha causado.
No es, por tanto, insensato comprender el mundo como un don maravilloso, como un espacio entregado generosamente para realizar en él la aventura humana.
La experiencia de este don suscita en el ser humano admiración y, a la vez, gratitud. Esta gratitud se traduce en una actitud de respeto, de veneración, de agradecimiento a quien lo ha hecho posible.
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