Las imágenes, los rosarios,… no son “amuletos”: los objetos consagrados a Dios no reemplazan la relación con Él
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¿Cómo se logra vencer sobre las fuerza del mundo? ¿Cómo salir adelante en nuestros proyectos, en las cosas que queremos y deseamos?
Para los creyentes la respuesta está clara: acudiendo a Dios.
Sin embargo, a veces no llegamos a Él tan directamente y vamos “ascendiendo” hasta Él gradualmente en un camino que pasa por su creación: personas, lugares, experiencias e incluso cosas.
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Algunos objetos pueden ayudarnos a conectar con Dios. Es parecido a la foto de un ser querido que te recuerda a él, o la ropa con olor a mamá que calma a un bebé.
El problema es cuando se llegan a “deificar” ciertos objetos, es decir, a atribuirles un poder que no tienen; cuando se llega a olvidar a Dios y uno se queda sólo con las cosas que lo representan o que se lo recuerdan.
En los templos hay figuras, imágenes. Muchos se acercan, las tocan, se hacen la señal de la cruz. Y eso puede ayudar.
Dios puede manifestar su poder a través de las cosas, pero el poder no lo tienen las imágenes en sí mismas; no hay objetos con poder por sí solos.
El poder procede de la persona de Dios, no de las cosas que le han sido consagradas.
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¿Qué dice la Biblia?
El Antiguo Testamento en 1ª Samuel 4,1-11 da luz sobre esto.
Los israelitas eran personas muy religiosas, pero tenían demasiados enemigos a su alrededor, entre ellos los filisteos.
Era un pueblo que tenía terminantemente prohibido hacer imágenes de cosa alguna del cielo o de la tierra y rendirle culto.
Sin embargo hubo un momento en que sin darse cuenta terminaron rindiendo culto y reverencia a dos cosas: el Templo de Jerusalén y el Arca de la Alianza.
Tenerlos les hacía sentir seguros y pensaban que de ninguna manera le podía pasar nada malo a su pueblo mientras estas dos reliquias fueran de su posesión.
No se percataron de que poco a poco, el Arca y el Templo se convirtieron en objetos deificados, casi hasta llegar a ser amuletos. “Es el Templo del Señor, el templo del Señor”, repetían casi como un mantra de protección.
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Las batallas en las que se vieron enfrascados iban muchas veces precedidas del Arca, un objeto descrito perfectamente por el libro del Éxodo 25,10ss, en el que ellos afirmaban hacía “presencia” Dios con toda su divinidad.
Pero extrañamente, en esta batalla contra los filisteos, cuando el Arca fue traída de Siló, no solo fueron duramente derrotados sino que además el Arca fue secuestrada.
¿No era Dios mismo en medio de su pueblo en batalla? No. Era un objeto sagrado, pero no era Dios.
¿Qué fue entonces lo que pasó? Los israelitas habían abandonado a Dios para quedarse cómodamente con las cosas que lo representaban creyendo que los objetos los podían salvar; cambiaron al Dios de las cosas por las cosas de Dios.
En medio de la batalla no era a Dios al que tenían, pues no iban reverentes y obedientes al Señor sino que fueron con un objeto que habían vuelto amuleto de salvación.
Ningún objeto religioso da la salvación ni la victoria contra el pecado y la tentación, lo que da la victoria en la batalla es la obediencia irrestricta, el culto auténtico al Dios de los cielos.
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Muchos años después también el Templo sería destruido por primera y segunda vez para nunca más volverse a reconstruir.
El Arca desaparecería en un momento de la historia y ellos llegaron a comprender que sólo Dios mismo tiene el poder de salvar y sanar.
Los sacramentos
Hoy propongo volver a las fuentes de esa salvación, recordar que cualquier reliquia, imagen o cosa sobre la que se ha pronunciado una bendición puede ayudar, así como los sacramentales, pero no reemplaza la relación con Dios.
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No hay nada en absoluto que nos pueda salvar sino solo el amor de Dios por medio de Jesucristo.
La vida sacramental -bautismo, penitencia, Eucaristía-presencia REAL de Jesús en la tierra- es la herramienta más eficaz por la que el Señor quiere llegar a cada humano, a cada uno de sus hijos.
Por medio de los sacramentos es Dios mismo quien se acerca con ternura para hacer de las personas nuevas creaturas y salvadas en su nombre.
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A esto, añádale la lectura asidua de la Palabra, la vida en comunidad y el cumplimiento fiel de sus preceptos.
Los mejores altares para la divinidad son aquellos que se han erigido en el alma y que tienen como pedestal un corazón arrepentido y humilde.
Imagen, imagen es, pero ninguna contiene a Dios, sólo le representan, ninguna es Dios.
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Sólo la Eucaristía es Dios y ante ella, toda rodilla ha de doblarse, en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua debe proclamar que Jesucristo es el Señor, para la gloria de Dios.
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