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Comencemos por decir que la adoración está reservada sólo a Dios. Sólo Él es digno y no cualquiera de sus siervos (Ap 19, 10). No debemos adorar a los santos, ángeles, creaturas, etc.
La palabra adorar proviene del término adoris del latín formado por el prefijo ad (hacia) más el verbo orare (hablar). Adorar es pues, en su etimología, hablar hacia Dios o a Dios.
Adorar, según un diccionario, significa rendir culto a alguien o a algo que se considera como divinidad o que está relacionado con ella; según otro diccionario adorar es reverenciar y honrar a Dios con un culto religioso. Por tanto adorar es un acto de culto espiritual a Dios.
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Para adentrarnos más en lo que es adorar, contemplemos el episodio bíblico en que Jesús dialoga con una samaritana.
Ella en cierto punto le pregunta a Jesús sobre los lugares de adoración a Dios: si en Jerusalén según los judíos o en el Monte Garizim según los samaritanos. Jesús le dice:
“Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren” (Jn 4, 23-24).
Se ve que la inquietud de la samaritana por saber adorar correctamente a Dios es sincera, aunque ella estaba más preocupada por un lugar que por su relación personal con Él.
Aunque la samaritana tenía la inquietud de saber si el lugar donde adoraba era el correcto, ella es consciente de que sus prácticas de adoración no habían tenido ningún efecto en su vida espiritual, pues seguía practicando una vida inmoral.
Y Jesús conociendo su sinceridad le dice cómo y dónde adorar a Dios Padre: en el Espíritu y en la Verdad.
Adorar al Padre es para los cristianos adorar a Dios Trinidad. “Y así, al confesaros Dios verdadero y eterno, hemos de adorar al mismo tiempo vuestra esencia, única, las personas, distintas, y su idéntica majestad” (Prefacio de la Santísima Trinidad).
Se trata de adorar a Dios Padre en el Hijo por el Espíritu Santo; o, lo que es lo mismo, por el Espíritu Santo (en el Espíritu) y en Jesús (en la Verdad); por esto Jesús dice: “Llega la hora (ya estamos en ella)”.
El Espíritu Santo, la promesa de Cristo para con sus discípulos (Jn 14, 26), debe morar en el verdadero adorador para guiarlo por el camino correcto y adorar a Dios Trinidad de manera genuina en Jesucristo (la verdad); pues el Espíritu de la verdad (Jn 16,13) es enviado por Jesús (Jn 16, 7).
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Jesús por tanto nos ha dicho a quién y cómo adorar. Adorar a Dios equivale a rendirle un culto espiritual. Lo dice san Pablo:
“Os exhorto, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, a que ofrezcáis vuestros cuerpos como una víctima viva, santa, agradable a Dios: tal SERÁ VUESTRO CULTO ESPIRITUAL. Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir lo que es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12, 1-2).
De aquí se desprenden los siguientes elementos de la verdadera adoración:
1. Motivación
La misericordia de Dios es la que mueve a adorarlo. La adoración surge de saber que Dios nos ha creado, y lo ha hecho por amor; Él es nuestro Dueño. Adorar a Dios es darnos cuenta que dependemos totalmente de Él.
Tener conciencia de la misericordia divina y tratar de comprenderla nos motiva a la alabanza y/o a la acción de gracias, en otras palabras, a la adoración.
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2. Forma
Al saberse amada por Dios, la persona le quiere amar también, le quiere adorar. ¿Pero en qué forma? Ofreciendo el propio cuerpo “como una víctima viva, santa, agradable a Dios”.