“Siempre me angustió la situación de los que son objeto de las diversas formas de trata de personas. Quisiera que se escuchara el grito de Dios preguntándonos a todos: «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). ¿Dónde está tu hermano esclavo? ¿Dónde está ese que estás matando cada día en el taller clandestino, en la red de prostitución, en los niños que utilizas para mendicidad, en aquel que tiene que trabajar a escondidas porque no ha sido formalizado? No nos hagamos los distraídos. Hay mucho de complicidad. ¡La pregunta es para todos! En nuestras ciudades está instalado este crimen mafioso y aberrante, y muchos tienen las manos preñadas de sangre debido a la complicidad cómoda y muda”.
Son palabras clave del Papa Francisco en su reciente exhortación pastoral Evangelii Gaudium y que, sin duda alguna hacen eco de las conclusiones del Seminario sobre Trata de Personas que se celebró este mes de noviembre en El Vaticano, un encuentro de especialistas, expertos y juristas, sociólogos y luchadores sociales, psiquiatras y personas dedicadas, desde la Iglesia y desde los grupos organizados de la sociedad, a combatir esta moderna esclavitud, la esclavitud del siglo XXI.
Poner las manecillas del reloj de la Santa Sede a tiempo
Las sugerencias que se han hecho tras este encuentro, tocan, primero que nada, a la Santa Sede. El seminario, organizado por la Pontificia Academia de Ciencias y de Ciencias Sociales, así como por la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos sugirió que la Santa Sede:
1. Suscriba y ratifique el Convenio para la represión de la trata de personas y la explotación de la prostitución ajena, aprobado por la ONU en 1949.
2. Suscriba y ratifique el Protocolo para prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, especialmente mujeres y niños (Protocolo de Palermo), firmado por la ONU en el año 2000.
3. Ratifique el Convenio del Consejo de Europa sobre la lucha contra la trata de seres humanos, elaborado en 2005.
4. Comprometa a sus Misiones Permanentes ante las organizaciones internacionales a insistir sobre la urgencia de elaborar una estrategia a nivel mundial contra la trata de seres humanos.
5. Impulse la ratificación de la Convención internacional sobre la protección de los derechos de todos los trabajadores migrantes y de sus familiares (18 de diciembre de 1990) y el Convenio de la OIT sobre el trabajo decente para las trabajadoras y los trabajadores domésticos (16 de junio de 2011), y abogue por la inclusión de los trabajadores domésticos y rurales en las leyes nacionales en materia laboral.
6. Promueva un movimiento que garantice el compromiso de la Iglesia Católica, y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, de poner fin al tráfico de personas y la prostitución, compromiso este que deberá manifestarse en los términos más claros y contundentes posibles.
7. Inste a las órdenes religiosas masculinas a que trabajen junto a las religiosas mujeres con el objeto de brindar alivio inmediato al sufrimiento de las víctimas de la trata, y de combatir en el largo plazo su posible exclusión social.
Violación grave de los derechos humanos
En cuanto al tema de las organizaciones internacionales, los convocados por el canciller de la Pontificia Academia de las Ciencias y de las Ciencias Sociales, monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, pidieron los siguientes compromisos:
1. Afirmen de manera irreductible que el tráfico de personas es ante todo una violación grave de los derechos humanos.
2. Hagan específica inclusión del objetivo de poner fin a la trata de seres humanos en los nuevos Objetivos de Desarrollo del Milenio que se adoptarán a partir de 2015.
3. Tomen todas las medidas posibles para reducir la demanda de todas las formas de explotación, que tanto daño hacen a la vida humana, en particular la explotación sexual.
4. Establezcan códigos de conducta, y en particular una política de tolerancia cero, en materia de explotación sexual y otros abusos, perjudiciales todos para la vida y el bienestar del ser humano.
Liberar por vía de la santidad
El cardenal Roger Etchegaray, al iniciar el encuentro sobre Trata de Personas dijo que un encuentro como este buscaba “iluminar las conciencias ante este naufragio colectivo” que significa el tráfico de seres humanos para fines comerciales.
El purpurado francés advirtió que los miembros de la Iglesia católica “tenemos una fe: la dignidad de la persona”, por lo que, con San Pablo, “podemos decir que ya no somos esclavos ni hombres libres, sino que somos uno con Cristo, hijos y herederos del Reino de Dios”. E insistió: “Es desde esta realidad desde donde podemos dar la ayuda más eficaz para liberar de la esclavitud a las personas; es Cristo el que salva, aún si las mentalidades han cambiado”.
Finalizó el cardenal Etchegaray citando a San Martín de Porres y recordando que este hijo natural de un caballero español y una esclava negra nos muestra que a la esclavitud se le libera con la santidad.