Lo que no se admite es un estilo de vida que, en realidad, no puede hacer felices a las personas
La doctrina de la Iglesia Católica sobre la homosexualidad está recogida, de modo resumido, en los números 2357-2359 del Catecismo de la Iglesia Católica. Un estudio más detallado se puede encontrar en el documento de la Congregación para la Doctrina de la Fe Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, fechada en 1986 y fácilmente accesible en la red (p.ej., en la página oficial de la Santa Sede www.vatican.va). Aquí nos limitaremos a hacer algunos comentarios.
En primer lugar hay que ver qué significado damos al término gay. Para muchas personas equivale a homosexual. El diccionario mismo –el de la Real Academia- avala este significado. Pero en el mundo anglosajón –donde se acuñó este significado-, en muchos otros lugares, y, lo que quizás importe más, en el mundillo homosexual mismo, el significado es distinto. Por gay suele entenderse una subcultura homosexual con un estilo de vida (el gay lifestyle) de abierta actividad sexual y, en la práctica, de extensa promiscuidad. Como es fácil de comprender, la moral católica rechaza este estilo de vida, como también lo rechaza cuando se trata de heterosexuales.
Por tanto, nos referiremos desde este momento a la homosexualidad. La Iglesia, en primer lugar, quiere ser realista, en éste como en cualquier otro asunto, y lo es, también allí donde serlo no está precisamente de moda, como es este caso. Y esto es así porque aquí hay bastantes personas que lo que consideran real es lo que quieren que sea real. Se dibuja así –en libros, películas, informativos, etc.- un mundo homosexual en el que hay un exacto paralelismo con el heterosexual: el mismo amor, el mismo matrimonio, la misma posibilidaad de desarrollo personal siguiendo la tendencia homosexual; solo cambia la inclinación sexual. La vida, cuando se ve de cerca, dice otra cosa.
Hay aproximadamente diez veces más de homosexuales varones que mujeres (auténticamente homosexuales: no se incluyen pasajeros enamoramientos entre dos chicas). El motivo es que el desarrollo de la personalidad sexual es más firme en la mujer que en el varón. Una chica “ya” es mujer a los 15 años –por inmadura que sea-; un chico se va haciendo hombre más lentamente, y este proceso es más vulnerable. Puede truncarse, sobre todo cuando coinciden algunos factores temperamentales con otros familiares y de entorno. Así surge algo que no es, digamos, una normalidad alternativa, sino una anormalidad. Y así en realidad se siente, aunque se eche la culpa de la angustia a la sociedad que los reprime, a la Iglesia que los rechaza, o a quien sea. Suele ir acompañada de una hipersensibilidad que fácilmente se convierte en una susceptibilidad hinchada –en ocasiones patológica- que será motivo de muchos sufrimientos, como los que surgen de fuertes ataques de celos. Es significativo saber una de las cosas que raramente reconocen los homosexuales varones: que a quienes se dirige su deseo no suele ser sin más a otros hombres, sino hombres heterosexuales (aunque, claro está, no corresponden). Otra manifestación de esta susceptibilidad es la acusación de homofobia a quienes no comparten sus postulados. Equivale, más o menos, a decir que quien no me da la razón es que me tiene manía –aunque fobia es peor que manía-, una postura más propia de un niño que de una persona madura.
Esto –solo es un botón de muestra – lo que perfila es una condición que no es culpable, pero que tampoco es lo normal. Conviene no confundir ambas cosas, ni trasladar una consideración de un aspecto al otro, como a veces se hace. Explica también por qué la Iglesia Católica no admite homosexuales al sacerdocio; una instrucción emanada de la Congregación para la Educación Católica en 2005 lo explica en los siguientes términos: Dicas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres. Es decir, falta el adecuado desarrollo afectivo.
En este contexto se entiende mejor el rechazo moral a los actos homosexuales. El Catecismo es escueto y claro al dar los motivos: Son contrarios a la ley natural. Cierran el acto sexual al don de la vida. No proceden de una verdadera complementariedad afectiva y sexual. No pueden recibir aprobación en ningún caso (2357). Estas razones tienen un trasfondo antropológico, que indirectamente ponen una vez más de manifiesto que la moral no tiene como referente simplemente lo que está mandado, sino el bien del hombre. Cuando se interpreta este rechazo como negar a esas personas el amor que les podría hacer felices, se está cometiendo un error. No se es feliz siguiendo una sexualidad que sufre un trastorno, ni existe un amor estable y satisfactorio en esas condiciones. La vida misma se encarga de confirmarlo una y otra vez; eso sí, a quien quiera verlo.
Todo esto no obsta en absoluto para tener a cualquier homosexual la misma consideración que se tiene con todas las personas humanas. Ni discriminación, ni menosprecio. Es lamentable el desprecio que tantas veces se ha tenido con quienes tenían esta condición, y la ignorancia sobre la verdadera naturaleza y origen de la misma. Ahora bien, tampoco hace honor a la verdad decir que se trata simplemente de una variante tan natural como la heterosexualidad.
Es evidente que tanto la Iglesia como cada uno de sus miembros debe querer a todos, comprender a todos, apoyar a todos, ayudar a todos. Esto lo entiende todo el mundo. Lo que se entiende algo menos, pero no es menos cierto, es que ese amor, esa comprensión, ese apoyo y esa ayuda solo pueden ser auténticas desde la verdad.