1. Muchas personas sufren cuando las catástrofes les golpean incluyendo a aquellos que nunca han cometido pecados graves o han tenido malas conductas.
San Juan Pablo II, en su carta apostólica Salvifici Doloris, usa la historia bíblica de Job para enseñar que el sufrimiento no siempre es un castigo.
Explica que Job fue afligido por "innumerables sufrimientos" y que sus amigos decían que "él debía haber hecho algo realmente malo".
"El sufrimiento –decían estos- siempre es el castigo por un crimen realizado; es enviado por un Dios absolutamente justo, que lo envía por razón de la justicia".
"A sus ojos", continúa, "el sufrimiento tendría sólo el significado de castigo por un pecado realizado".
"Por tanto colocan la justicia de Dios al nivel de alguien que devuelve bien por bien y mal por mal”.
Sucede lo mismo cuando la gente dice que los desastres naturales "son obra de Dios". La historia de Job demuestra que esta afirmación es falsa. El papa polaco escribe:
"Es verdad que el sufrimiento tiene un significado de castigo cuando está conectado con un pecado, pero no es cierto que todos los sufrimientos sean consecuencia de un pecado, y que siempre sean un castigo.
La figura del justo Job es una prueba real de esto en la Revelación del Antiguo Testamento, que es la misma Palabra de Dios. Se nos presenta el problema de un hombre inocente que sufre sin tener culpa de ello".
Un ejemplo del Nuevo Testamento: Cristo habla de esta situación cuando 18 personas murieron al desplomarse una torre. Él dijo:
"¿O creéis que las dieciocho personas que murieron cuando se desplomó la torre de Siloé, eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os aseguro que no".
Aquí Jesús nos recuerda que los que sufren no son necesariamente más pecadores que los que no sufren.
2. A veces Dios nos manda el sufrimiento como castigo por nuestros pecados, pero no siempre. Con respecto a que Dios permite todo tipo de desastres naturales, la intención de Dios es siempre un misterio y deberíamos abstenernos de hablar en nombre de Dios.
Cuando Dios creó la naturaleza, todo era bueno. Pero cuando el pecado entró en el mundo también la naturaleza se vio afectada.
La corrupción de la creación perfecta por medio del pecado dio lugar a los desastres naturales.
Antes de la caída de Adán y Eva en el pecado (y por tanto de toda la humanidad), existía una armonía entre el hombre, los animales y la naturaleza, estando el hombre al cuidado de la creación. El primer capítulo de la Biblia cuenta:
"Dios miró todo lo que había hecho, y vio que era muy bueno"
Cuando Adán y Eva cometieron el pecado original, una de las primeras consecuencias fue que esta armonía se rompió:
"Y dijo al hombre: «Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. El te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo".
Dios no ordenó la corrupción de la creación en este momento, como han señalado muchos expertos, sino que se lamenta por la inevitable consecuencia de corrupción y de muerte que el mal trae consigo.
El pecado original no sólo afecta al alma de los hombres y de las mujeres, sino que también trae un desorden al mundo natural.
El Catecismo enseña que entonces la armonía con la creación se rompe; la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil.
A causa del hombre, la creación es sometida "a la servidumbre de la corrupción" (Catecismo de la Iglesia Católica, 400).
Por culpa de la Caída, la naturaleza ya no tiene un orden perfecto. A pesar de que hay mucho bien en la naturaleza, también suceden desastres como inundaciones, huracanes y tornados.
Estos sucesos no son directamente una "obra de Dios", sino que son el resultado de la imperfección del mundo natural. Esta imperfección no viene de Dios sino del mal.
Es natural y lógico que las personas se horroricen de las consecuencias de estos desastres naturales, pero no son obra de Dios sino que tienen su origen en el mal.
Si bien Dios no mandó el sufrimiento que procede de los desastres naturales, en su providencia, Él nos llama a través de nuestro sufrimiento para que nos acerquemos a Él.
El mismo Dios que no le ahorró a su único hijo los sufrimientos sino que permitió que cargase con todo el peso del mal en su crucifixión.
La naturaleza del mundo cambió con la caída pero volvió a cambiar con la muerte de Jesucristo en la cruz. Cuando Cristo murió por todos nosotros, nos dio la posibilidad de una vida eterna.
El sufrimiento físico es temporal pero la separación de Dios tiene consecuencias eternas. Juan Pablo II escribió: "El hombre ‘muere’ cuando pierde la vida eterna".
Lo contrario de la salvación no es el sufrimiento temporal sino el sufrimiento definitivo, la pérdida de la vida eterna, la separación de Dios, la condenación.
Si bien, Dios no manda los desastres naturales, el padre John Flader aporta una luz en un artículo de la versión australiana del Catholic Weekly:
El sufrimiento que se produce en este tipo de sucesos puede ser una oportunidad de recibir la gracia y, de esta manera, evitar el sufrimiento definitivo de la separación de Dios.
El padre Flader escribe:
"Dios permite los desastres naturales porque, en su infinita sabiduría sabe que puede ayudar en su propósito de atraer almas a la vida eterna. A pesar de lo malo, Dios nos da algo bueno: "Sabemos, además, que Dios dispone, todas las cosas para el bien de los que lo aman" (Rom 8, 28).
"Indudablemente", dice el padre Flader, "surge de forma ostensible el bien en el inmenso sufrimiento que se produce en un desastre natural".
"La gente se da cuenta de lo frágil que es su vida y de lo incierta que resulta su existencia en la Tierra, sienten la necesidad de arrepentirse de sus pecados y de dirigirse a Dios con una oración más confiada".
Todos hemos visto ejemplos de personas que han cambiado a mejor gracias a la forma en la que han respondido en circunstancias terribles: bomberos que arriesgan sus vidas por la de los demás, familias que dejan a un lado sus diferencias y se mantienen unidas en épocas de crisis, gente que aprende a valorar la oración por encima de las cosas materiales que han perdido en el desastre natural,...
En medio del sufrimiento del mundo, hay una gran oportunidad de acudir a Cristo y de esperar una felicidad eterna con Él.
3. Es posible acercarse más a Dios en los sufrimientos y reconocer que sólo en Él hay una felicidad definitiva.
Muchos sitios, con diferentes niveles de prosperidad, belleza y prestigio, han sido arrasados completamente por los desastres naturales a lo largo de los años.
Estos sucesos se llevan la vida de ricos y pobres y, a menudo, hacen que la gente se replantee sus prioridades sobre la fe, la familia y la amistad.
Juan Pablo II enseñó que Cristo elevó el sufrimiento humano al grado de la redención.
"Cuando sufrimos nos unimos al sufrimiento de Cristo, quien, siendo inocente, sufrió la muerte por nuestra salvación".
Dios está presente en los desastres naturales –no como alguien que manda un castigo sino como aquel al que dirigirnos cuando suceden estas cosas, y el único que puede ofrecernos una felicidad eterna.
Él sabe que nosotros sufrimos, igual que Cristo sufrió por nosotros para poder llegar a un mundo en el que, un día, todas las cosas se harán nuevas y los desastres naturales no existirán.
Un lugar como este: