Actitudes del católico frente a los que tienen otras creencias: respeto y comprensión para todos, ecumenismo con los que buscan la unidad y colaboración con todos los hombres de buena voluntad
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En nuestras relaciones con los que no comparten nuestra misma fe, es importante tener presentes dos principios, contenidos en el documento conciliar sobre la Libertad Religiosa (Dignitatis Humanae): la libertad de conciencia y la libertad religiosa.
La libertad de conciencia consiste en el derecho y el deber que tiene cada hombre de buscar la verdad y seguirla según su conciencia. Nadie tiene el derecho de imponer a otro una determinada creencia, aunque parezca como la mejor.
La libertad religiosa consiste en el derecho que tiene cada hombre de profesar públicamente su creencia, a solas o en grupo, sin que nadie se lo pueda impedir.
Teniendo presentes estos dos principios básicos, he aquí algunas actitudes frente a los que no comparten nuestra fe: la tolerancia, el diálogo, el ecumenismo, la defensa de la fe y la colaboración.
La tolerancia consiste en respetar a todos, sin distinción de credo, raza o ideología.
El diálogo consiste en hablar y escuchar. Es el método más adecuado para favorecer el conocimiento y el respeto mutuo, y tiene que estar siempre abierto para todos, creyentes y no creyentes, confiando en el “esplendor de la verdad” y tratando siempre de comprender, más que juzgar.
En tercer lugar, por movimiento ecuménico se entienden, según el Concilio Ecuménico Vaticano II, “las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (Unitatis Redintegratio, n.4).
Por lo tanto, al hablar de ecumenismo no se trata de una especie de convivencia pacífica entre los discípulos de Cristo, aceptando la división como un hecho normal. Se trata más bien de un esfuerzo consciente por sanar las divisiones, que se han ido creando a lo largo de la historia y restablecer la unidad, haciendo realidad el deseo de Cristo en vísperas de su pasión: “Que todos sean uno” (Jn 17,21).
Teniendo presente todo esto, no puede haber ecumenismo y proselitismo al mismo tiempo. Se trata de dos caminos contrarios. Afortunadamente es ya una hermosa realidad el diálogo ecuménico entre la Iglesia católica, las Iglesias Ortodoxas y las que tuvieron origen a raíz de la Reforma Protestante. Ojalá que algún día pueda darse también con aquellos grupos que actualmente tienen una actitud sectaria, una vez que tomen conciencia del grave daño que están provocando a la causa del Evangelio y opten por el camino de la reconciliación y la unidad.
La defensa de la fe (o apologética) es la actitud frente a los grupos proselitistas, que tratan por todos los medios de socavar la fe de los católicos más débiles para llevárselos a sus grupos. Frente a esta situación, es preciso fortalecer su fe, ayudándolos a conocer la identidad católica y a responder a los ataques que vienen de los grupos proselitistas, “dando razón de la propia esperanza” (1Pe 3,15).
Respecto a la actitud de colaboración, cuando se trata del amor hacia el prójimo, para el discípulo de Cristo no existen barreras. Dijo Jesús: “Si aman a los que los aman, ¿qué premio merecen? ¿No hacen lo mismo también los paganos?” (Mt 5, 46).
Por lo tanto, tenemos que esforzarnos por estar presentes en las luchas que se libran en favor del hombre y la creación entera, colaborando con todos sin distinción de credo o ideología. Este esfuerzo común tiene que dirigirse para remediar los males que afligen nuestra sociedad, como son “el hambre y las calamidades, el analfabetismo y la miseria, la escasez de viviendas y la injusta distribución de los bienes” (Unitatis Redintegratio, n. 12).
Tenemos que acostumbrarnos a vivir en una sociedad pluralista, respetando a todos, pero al mismo tiempo guardando nuestra identidad como católicos. Que la fe, en lugar de dividir, sea un estímulo más para superarnos como seres humanos y luchar en favor de las grandes causas de la humanidad.