Eso implica algo asombroso sobre el ser humano
1. Todos los apóstoles incluyendo san Pablo son judíos que en ningún momento pretenden renegar de la revelación hecha a Israel: Dios es único. Pero ellos fueron llevados a ver a Dios en Jesús, sin confundir a Jesús con aquel a quien él llamaba su Padre.
En la afirmación “Jesús es hombre y Dios a la vez”, hay que verificar ambos términos: verdaderamente hombre y verdaderamente Dios.
Actualmente, la humanidad de Jesús prácticamente no se discute. Es más bien la divinidad de Jesús la que se pone en duda.
Para quienes no creen en Dios, está claro. Pero también para quienes dicen “creo en un solo Dios”, como los judíos y los musulmanes.
Jesús mismo fue un judío piadoso y fundó su Iglesia sobre doce apóstoles, todos judíos. Él nunca contradijo lo que está en el centro de la fe judía.
Pero hizo progresivamente descubrir a sus discípulos que él era uno con aquel a quien llamaba Padre. Padre, Hijo y Espíritu Santo eran uno, por la perfección de un amor infinito y eterno.
Para designar esta realidad que no es de este mundo, un teólogo latino del siglo II, Tertuliano, inventó una palabra que no existía: la “Trinidad”. Pero no fue él quien inventó la Trinidad. Es Jesús quien la hizo descubrir.
2. En los evangelios, Jesús habla y actúa como Dios. En los milagros, actúa por sí mismo. Habla con autoridad. Proclama el perdón de los pecados. Habla al Padre con total intimidad. Pide creer en el. Finalmente, dirá: “El Padre y yo somos uno”.
El siglo XX ha sido una gran época de renovación bíblica. Fue también, hacia mediados de siglo, un tiempo en que la Iglesia redescubrió sus raíces judías. Es importante conocer el Antiguo Testamento para no hacer un contrasentido de la lectura del Nuevo.
Pero, al mismo tiempo, Jesús supera a los personajes del Antiguo Testamento, incluso los más grandes.
Abraham era el más perfecto de los creyentes, pero no pudo salvar a los habitantes de Sodoma, ¡esos grandes pecadores! Moisés tuvo que descalzarse cuando Dios se manifestó mediante el signo de la zarza ardiente. David fue el rey al que Israel mirará siempre con nostalgia, pero fue también un hombre de engaños, de lujuria y de sangre.
Jesús habla y actúa con la autoridad de Dios. Realiza los milagros por su propia fuerza, sin tener que invocar la ayuda de otro. Se atreve a enseñar yendo más allá de la Ley dada por Dios a Moisés: “Pues yo os digo”.
Mientras que cualquier hombre piadoso es consciente de la distancia que le separa de Dios, Jesús se pone a la misma altura que Él y le llama su Padre, “abba”, término insólito en el judaísmo, terriblemente familiar.
Se proclama sin pecado y, al contrario, proclama el perdón de los pecados. Pide que se le siga, que se crea en él pues “el Padre y yo somos uno”.
A la pregunta que planteó a sus discípulos: “¿Quién decís que soy yo?” no hay muchas respuestas posibles. ¿Un blasfemo? Esta es la razón por la que le condenaron. ¿Un iluminado? Pero dio pruebas de un realismo muy grande. “El Enmanuel”, Dios con nosotros, el Hijo Único que era uno con el Padre y que se ha hecho uno de nosotros: esta es la respuesta de un cristiano.
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3. La Iglesia, desde sus orígenes, ha debido batirse en dos frentes. Jesús es uno con el Padre y el Espíritu Santo y, a la vez, Jesús es plenamente uno de nosotros.
La afirmación de la fe cristiana es tan paradójica, que la tentación ha sido siempre la de “encuadrarla” dentro de límites más razonables.
Tres de los cuatro primeros concilios ecuménicos protegieron la fe cristiana contra estas tentativas de reduccionismo.
En Nicea (año 325), se dijo: Jesús no es ni un superhombre ni un semidiós; no es más que uno con el Padre; es “consustancial”.
En Éfeso (año 431), se dijo: Jesús es indisolublemente Dios y hombre; por eso su Madre, la Virgen María, puede ser llamada “Madre de Dios”.
En Calcedonia (año 451), se dijo: en Jesús, la realidad humana y la realidad divina son, una y otra, plenas y enteras; no es mitad dios, mitad hombre. ¿Cómo es posible eso?
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4. La fe en Jesús, Dios hecho hombre, ya no es una contradicción o algo absurdo, pues el hombre fue creado a imagen y semejanza de Dios. Toda la historia bíblica es la de una alianza, hasta el anuncio del Enmanuel, “Dios con nosotros”: ¡el profeta no era consciente de que lo que decía era verdad!
Jesús dijo que él no había venido a abolir, sino a cumplir, a llevar a la perfección. Jesús no está en contradicción con el Antiguo Testamento. Al contrario, cumple los dones y las promesas.
El libro del Génesis habla del hombre, en el vasto universo, creado a imagen y semejanza de Dios.
Ciertamente la distancia entre Dios y el hombre es infinita. Pero existe, al mismo tiempo, una complicidad entre Dios y el hombre. Por ello, ya desde el jardín del Génesis, pueden dialogar. El hombre es para Dios un interlocutor.
La historia bíblica, la historia sagrada, después de Abraham, es la de una alianza renovada sin cesar, a pesar de las infidelidades del pueblo de Israel.
Pero el pecado de los hombres no impide la inventiva divina, si se puede decir así, pero se puede, pues la Biblia adora el lenguaje de las imágenes.
Los profetas anunciaron que Dios iba a intervenir personalmente, de una forma o de otra. Esta forma, es la Encarnación, Jesús, Dios hecho hombre, el Verbo hecho carne, el perfecto “Enmanuel”, Dios con nosotros.
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5. La vocación del hombre es la de entrar en la vida divina, convertirse en hijo de Dios. Esto es posible porque Dios se ha hecho hombre: hijo de María, descendiente de David, nuevo Adán.
No hay que buscarle al amor otras razones que el amor. Por ello hay que desconfiar de los razonamientos que quieren explicarlo: Dios no podía hacer de otro modo.
Pero, a partir de lo que Dios ha hecho por nosotros, nosotros podemos descubrir qué es lo que estamos llamados a ser.
De esto se trata: Dios es Amor. “Dios ha amado tanto al mundo que le entregó a su Hijo único”. “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (otra manera de traducir una expresión que a la vez significa ‘hasta el final’ y ‘hasta la perfección’).
Esto es lo que nosotros estamos llamados a ser: los Padres de la Iglesia dijeron con audacia: “Dios se hizo hombre para que los hombres se hicieran Dios”.
La primera epístola de san Juan dice: “Nosotros somos llamados hijos de Dios, ¡pues lo somos!” (1 Juan 3, 1). Otro texto del Nuevo Testamento dice que nosotros “participamos de la naturaleza divina”.
En Dios, nosotros somos asimilados al Hijo, el cual recibe y da la gracia. No somos el Padre, pues el Padre es el origen. Estamos en el Hijo, porque él se ha hecho uno de los nuestros y nos ha enviado su Espíritu.