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La oración oficial de la Iglesia puede resultar un tanto complicada cuando no se tiene idea de cómo rezarla, sin embargo, es tan rica y profunda que vale la pena iniciar hoy
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Sinónimos como Liturgia de las Horas, Oficio Divino u oración del tiempo presente, se usan para designar la oración diaria y oficial de la Iglesia que da ritmo a los días y a los años, santifica el tiempo y lo transfigura en Cristo, por eso es fundamental conocer cuándo y cómo rezar con las Horas.
Los primeros cristianos eran «asiduos en la oración» (Hechos 2, 42). La Oración de las Horas pasó por muchos cambios, pero el fundamento sigue siendo siempre el mismo: responder al llamado de Cristo a orar en todo momento, en la Iglesia y desde la Palabra de Dios (especialmente los Salmos).
El Concilio Vaticano II reiteró esta obligación para los clérigos y las personas consagradas. Además, renovando la tradición más antigua, la recomendaba a todos los fieles, ya sea que rezaran «con el clero, con otros o a solas» (Sacrosanctum Concilium, nº 100).
La Liturgia de las Horas está así «destinada a convertirse en la oración de todo el Pueblo de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica § 1175).
Fue en respuesta a este deseo del Concilio que se inició la revisión de la publicación Magnificat con el apoyo de san Juan Pablo II. Los tesoros de la Liturgia de las Horas se ofrecen a los fieles laicos de forma adaptada a su vida familiar y profesional cotidiana.
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La Liturgia de las Horas se compone de la alabanza matutina (Laudes), donde se consagra el día a Dios, y la acción de gracias vespertina (Vísperas).
A estas se añaden las del medio día (tercia, sexta, nona) y las de antes de acostarse (Completas), así como el oficio de lecturas, sin hora fija.
Este ciclo diario se extiende a lo largo de cuatro semanas. Se combina con el ciclo anual de la liturgia: Adviento, Navidad, Tiempo Ordinario, Cuaresma, Pascua, celebrando los misterios de Cristo, la Virgen María y los santos.
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Las pausas y los silencios son parte integral de ella para promover la resonancia en los corazones de la voz del Espíritu Santo. Como la mayoría de estos elementos cambian según los días y las épocas del año, el dominio de la Liturgia de las Horas requiere un cierto aprendizaje y una cierta habilidad para pasar las páginas.
¿Por qué rezar la Liturgia de las Horas?
Es la oración oficial de toda la Iglesia, la “voz de la Novia que habla a su Esposo” (Vaticano II). Al asociarnos a ella, damos ritmo a nuestros días con la Iglesia, participamos en su misión de alabanza e intercesión, estamos en comunión más estrecha con todos aquellos cuyo oficio es esta oración.
La Liturgia de las Horas es una pedagogía del Espíritu Santo, especialmente a través de los Salmos. Los rezamos en diálogo con Dios, le respondemos con sus propias palabras, con su Palabra.
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Estos cantos pueden tener más de mil quinientos años de historia, pero tratan de nosotros y se dirigen a nosotros, tan actuales y a menudo mucho más reales que lo que leemos en los periódicos.
La felicidad, la infelicidad, las luchas de la vida, la desesperación, la súplica, la intercesión y, sobre todo, la alabanza y la acción de gracias, todo el espectro de nuestra relación con Dios, con los demás y con nosotros mismos se encuentra en ellas.
No hay ningún riesgo, con los Salmos, de vivir un cristianismo sensiblero o diluido. Gracias a ellos, la vida se transforma en oración y la oración en una escuela de vida (e incluso, a través de la alabanza, una escuela de vida eterna).
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Oración personal versus rezo colectivo
Jesús nos dice: “Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.” (Mt 6,6), pero también: “Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos” (Mt 18,20).
Estos dos modos de oración se irrigan mutuamente y son fructíferos para transfigurar nuestros días juntos a la luz de Cristo.
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¿Debe convertirse esta forma de oración recomendada por la Iglesia, incluso para las familias, en una obligación moral para todos? No. Las vocaciones y posibilidades de cada uno de sus miembros deben ser tomadas en cuenta en este caso.
El Rosario también es una oración familiar muy recomendada por la Iglesia, y otras formas de oración dan hermosos frutos, para el hogar y más allá. Dejemos que la experiencia, especialmente la de los niños, nos sirva de guía hacia la verdad.
Pero si una comunidad religiosa o una parroquia reza las Horas no muy lejos de su casa, ¿por qué no unirse a ellos cuando pueda?
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¿Cómo leer los Salmos?
Lo mejor es, por supuesto, cantar los Salmos, porque son cantos (algunos incluso tienen indicaciones de melodías e instrumentos). Lo más importante es que sea hermoso y que “el alma esté en sintonía con la voz” (San Benito).
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Sin embargo, las dificultades no deben minimizarse, incluso después de haber dominado el proceso. Al “no tengo tiempo”, al estrés de la vida moderna, cuyo ritmo caótico no va bien con el ritmo de la liturgia, a las distracciones o a los hábitos y a la rutina, se añaden la distancia cultural con los Salmos y la repugnancia ante la violencia de algunos (aunque no se canten los versos más chocantes para la mentalidad contemporánea).
Es necesario aprender la lectura cristiana y espiritual de los Salmos, y perseverar. ¡Los salmos que tan a menudo hablan de combate también pueden ser un combate! Para muchos de nosotros, incluyendo a los clérigos, el oficio divino cantado o recitado en solitario casi exige heroísmo.
Pero a cambio, qué alegría es experimentar la misericordia de Dios día tras día, saber que estamos “rodeados de una verdadera nube de testigos” (Hebreos 12:1) que se han enriquecido de ella a través de los siglos.
Y a veces, sin buscarlo, el versículo de un salmo se te agarra de repente, como si lo escucharas por primera vez, como si hubiera sido escrito sólo para ti. Te golpeará, y tal vez cambie tu vida. Sobre todo, tu intimidad con Cristo crecerá.
A él, que rezaba y cantaba estos salmos, le gustaba levantarse ante el sol para la oración de la mañana (Mc 1, 35) y a veces prolongaba la oración de la tarde toda la noche (Lc 6, 12).
Nuestro corazón en su corazón, nuestra experiencia de oración se fundió con la suya, podemos entonces decir: “Y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2, 20), y entonces seremos introducidos en su intimidad con el Padre.
Por Didier Rance