“Mi alma está triste hasta el punto de morir; quedaos aquí y velad conmigo”, pidió Jesús a sus apóstoles Pedro, Santiago y Juan en Getsemaní antes de su arresto y ejecución. Respóndele acompañándolo espiritualmente en esta hora oscura, rezando esta oración para compartir sus penas, que escribió san Pablo de la Cruz:
“Oh, dulce Jesús,
¡cómo estaba tu divino Corazón en esa agonía del huerto!
Oh, alma mía, ¡un Dios que suda sangre por ti! ¡Un Dios en agonía por ti!
Oh, ¡amor!
Oh, ¡caridad!
Oh, gran Padre, ¡cuánto has amado y amas mi alma!
¡Y yo te he ofendido! Oh, ¡ingrata!
Ah, dulce Jesús, ¡lávame con tu Sangre preciosa!
¡Abrásame de tu santo amor!”
Cómo acompañar a Jesús
Esta oración se la escribió san Pablo de la Cruz, en agosto del 1754 a Ana Cecilia Petti para mostrarle cómo rezar para acompañar a Jesús en su tristeza. Y le ofreció también varios consejos:
“Todo esto se lo propongo a modo de ejemplo, pero con la condición de que no debe tener prisa en estos afectos que menciono”, indica el santo italiano.
“Hágalos despacio, en el espíritu interior. Párese en ellos en silencio de fe y de amor a la divina presencia” continúa.
“Y si al hacer un afecto pasase un cuarto de hora de oración, oh, ¡con cuánto fruto habría pasado!”, añade.
“Se pare dulcemente en estos sentimientos. Se deje penetrar completamente del amor de Dios”, la orienta.
“Cuando termine uno pase a otro, tal como el Espíritu Santo le guíe y le enseñe interiormente”, prosigue.
“Se regule así también en los otros misterios de la Santísima Pasión -le pide-, porque así se habituará usted en la divina presencia y llevará siempre sobre el altar de su corazón las penas de Jesús”.
Consejero espiritual
El fundador de los pasionistas descubrió en la pasión de Jesús la gran muestra del amor de Dios.
Muchas personas le escribían en busca de respuestas. Y san Pablo de la Cruz les respondía cartas con orientaciones y consejos.
“Dios bendito quiere hacerle santa, pero de la santidad escondida de la santa cruz. Corresponda a Dios. Sea muy humilde y sumamente caritativa”, le escribe a Ana Cecilia.
Y en otra carta, unos años después, le desea “que el Señor le dé fuerza, paciencia y constancia en el padecer y conformidad a su divino querer”.
Añade: “El mérito y la perfección consisten en llevar la cruz que Dios quiere y no la que quisiéramos nosotros”.
“La Pasión de Jesús esté siempre en su corazón”, es el saludo con el que encabeza otra misiva.
Agrega: “¡Bienaventurados los que están voluntariamente crucificados con Cristo! ¿Qué quiero decir? Oh, ¡bienaventurados los que son fieles en sufrir toda pena por amor de Jesús!”
En otra ocasión, ofrece un particular consuelo: “anímese mucho y abrace voluntariamente la cruz. Bese esa mano que, aunque le flagela, es amorosa y no pretende otra cosa que su mayor bien espiritual”.
Eran consejos dirigidos especialmente a la persona a la que escribía, que llevaban su sello, su carisma, y que todavía hoy siguen ayudando a muchos que los leen.
Oración al Espíritu Santo
Otra de las cartas anima así a invitar al Espíritu Santo al propio interior para llenarlo de amor:
“Oh, ¡Espíritu de infinita luz, de infinita dulzura, ven a mi corazón!
¡Ven, oh, bien infinito! ¡Ven, oh, amor inmenso!
¡Ven, oh, verdadero y único Dios con el Padre y con el Hijo!
¡Ven, oh, caridad inmensa, a alojarte en este pobre corazón arrepentido!
¡Ven, oh, amor mío! ¡Ven, oh, mi dulzura, oh, mi luz, oh, mi vida,
oh, mi consuelo, oh, mi tesoro, oh, mi riqueza, oh, mi verdadero bien,
oh, mi única esperanza, oh, mi Dios, oh, mi Todo!
Ven, que languidezco de amor.
Ven, que ya no puedo soportar más no amarte.
Ven y abrásame hasta la médula de los huesos”.