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Justicia por propia mano… ¿se vale?

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Luis Carlos Frías - publicado el 16/04/25
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La sociedad es digna del ser humano en la medida en que se integra en orden al bien común, desde la base del derecho como principio de toda actividad humana, y llevada hasta la excelencia de la caridad en las relaciones interpersonales. Pero no puede existir lo segundo –la caridad– si no se observa y atiende la base del estado de derecho. En este contexto, y ante los vacíos que deja el Estado en su función social, conviene preguntarse: ¿es lícito hacerse justicia por propia mano? La Doctrina Social de la Iglesia responde

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Una sociedad sin leyes es inconcebible. Se convertiría en una anarquía donde los valores y principios del orden social serían una quimera estéril e inútil. Desde luego que las leyes humanas son perfectibles, pero siempre es obligatoria con una sola excepción de carácter moral: cuando se oponga a la ley de Dios inscrita en la ley natural, presente en la conciencia humana y en la naturaleza.

Estado de derecho

Desde 1991, el Papa san Juan Pablo II, señaló que, en el Estado de derecho, “es soberana la ley y no la voluntad arbitraria de los hombres” (Carta encíclica Centesimus annus, n. 44).

Someternos al imperio de la ley es fundamental y base del bien común; pero es importante señalar que es un camino de ida y vuelta: de los ciudadanos frente al Estado -a fin de mantener el orden social y evitar la anarquía- y del Estado frente a los ciudadanos -para evitar el autoritarismo y totalitarismo-.

Vacíos de poder

Resulta frecuente el que los ciudadanos nos encontremos con vacíos de poder (ausencia del Estado). El indicador más sensible de este problema es el de la violencia. Un Estado sometido por el crimen manifiesta debilidad, ineficacia, complicidad o indolencia; no es digno de la sociedad a la que se supone debe servir; no merece conservar el poder. Los ciudadanos no solo tienen el derecho, sino la obligación moral de remover a sus electos en orden del bien común.

Ni siquiera los “usos y costumbres” de los pueblos originarios pueden quedar al margen del Estado de derecho. Ellos deben quedar armonizados con la constitución, que es el principio del derecho en toda república.

Fuenteovejuna

El gran dramaturgo y poeta del siglo de oro español, Lope de Vega –el fénix de los ingenios– escribió la obra teatral Fuenteovejuna en la que narra cómo el pueblo, cansado de los agravios del Comendador, decide lapidarlo. Cuando el juez indaga sobre el caso se establece un diálogo célebre con los moradores de Fuenteovejuna:

"-¿Quién mató al Comendador?

-Fuenteovejuna, Señor.

-¿Quién es Fuenteovejuna?

-Todo el pueblo, a una."

No obstante la belleza literaria de la obra y su final feliz, queda a todos claro que, moralmente, no caben en una sociedad los juicios sumarios, ni la práctica del hacer justicia por propia mano ya que no resuelve el problema, sino que lo transforma y agrava: las víctimas se tornan en victimarios; los buenos, en malos. El mal solo cambia de nombre, pero permanece. Esto es así por una sencilla razón: luchar contra el mal, usando las armas del mal, convierte la obra en mal.

La Doctrina Social de la Iglesia

La justicia tiene un camino bien ordenado. Así lo enseña la Iglesia en su Doctrina social: “En el Estado de Derecho, el poder de infligir penas queda justamente confiado a la Magistratura” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia –CDSI–, n. 402).

Y agrega, por partida doble:

"Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales. La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público" (CDSI, n. 169).

"La comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes: de hecho, la experiencia enseña que, cuando falta una acción apropiada de los poderes públicos en lo económico, lo político o lo cultural, se produce entre los ciudadanos, sobre todo en nuestra época, un mayor número de desigualdades en sectores cada vez más amplios, resultando así que los derechos y deberes de la persona humana carecen de toda eficacia práctica" (CDSI, n. 389).

Vox populi… ¿vox Dei?

Llama mucho la atención el lamentable hecho de la participación anónima de sectores sociales que aprueban los juicios sumarios y la justicia por propia mano. Esto se viene dando, principalmente, en el tumulto indiferenciado de las redes sociales. Pero queda claro: la voz de Dios nunca aprueba el uso de la violencia. Por el contrario, la Persona y Evangelio de Jesucristo parten y culminan con el testimonio y mensaje de justicia, paz y caridad. La Iglesia hace eco de ello y enseña:

"La violencia no constituye jamás una respuesta justa. La Iglesia proclama, con la convicción de su fe en Cristo y con la conciencia de su misión, que la violencia es un mal, que la violencia es inaceptable como solución de los problemas, que la violencia es indigna del hombre. La violencia es una mentira, porque va contra la verdad de nuestra fe, la verdad de nuestra humanidad. La violencia destruye lo que pretende defender: la dignidad, la vida, la libertad del ser humano" (CDSI, n. 496).

En este sentido, es necesario que los fieles cristianos empecemos por evitar toda apología de la violencia y de las acciones criminales, sea en memes, canciones, series y películas; y aprendamos a consumir y fomentar mensajes y acciones de paz como una aportación positiva a la pacificación social.

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