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La paz en la Doctrina Social: fruto de justicia y caridad

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Luis Carlos Frías - publicado el 04/03/25
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La moral social cristiana vela por el respeto a la dignidad humana; por ello, instruye un bien común global que se resume en un principio que amerita ser considerado en profundidad: “La paz es fruto de la justicia y la caridad”

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Ante la disputa, transmitida en vivo, entre los presidentes de los Estados Unidos y Ucrania que acabó en manifiesto grito durante un acto público celebrado el viernes 28 de febrero, es relevante conocer qué dice la Doctrina Social de la Iglesia en torno a la paz y moral en las relaciones entre países, particularmente en la coyuntura de la guerra motivada por la invasión de Rusia a Ucrania.

La moral social cristiana eleva su mirada más allá del alto al fuego para defender la dignidad humana; por ello instruye un bien común global que se resume en un principio que amerita ser considerado en profundidad: “La paz es fruto de la justicia y la caridad”.

“La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32,17), entendida en sentido amplio, como el respeto del equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. Para construir una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos, pueblos y Naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos. La paz también es fruto del amor: la verdadera paz tiene más de caridad que de justicia, porque a la justicia corresponde solo quitar los impedimentos de la paz: la ofensa y el daño; pero la paz misma es un acto propio y específico de caridad”. (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia –CDSI–, n. 494).

En este sentido, es fundamental  que la comunidad internacional colabore en la gestión de la paz, promoviendo el restablecimiento de la justicia perdida con la invasión rusa a Ucrania, y con la caridad hacia este último pueblo que viene sufriendo los estragos de semejante agresión.

Cualquier otro interés, incluido el mercantil –como lo es la explotación mineral que pretende Estados Unidos; y la de los energéticos, particularmente el gas natural, que son esenciales para Europa– deben pasar a segundo término. Estos son lícitos en la medida que favorecen la integración y mutuo desarrollo entre los pueblos, pero nunca como condición o moneda de cambio para intercambiar tales fines con un ‘alto al fuego’ al margen de la justicia y la caridad. 

La gravedad del conflicto exige ir más a fondo: “Es, pues, esencial la búsqueda de las causas que originan un conflicto bélico, ante todo las relacionadas con situaciones estructurales de injusticia, de miseria y de explotación, sobre las que hay que intervenir con el objeto de eliminarlas” (CDSI, n. 498).

No es lo mismo agredir que ser agredido

La historia objetiva apunta a un hecho contundente: el 24 de febrero del 2022, Rusia inició la invasión a Ucrania. A tres años de permanente agresión, la sombra de la muerte y la destrucción han oscurecido la vida familiar y social de Ucrania; su economía está seriamente comprometida; toda su infraestructura de servicios públicos ha sido afectada y una parte de ella, destruída; una parte muy importante de la iniciativa privada ha desaparecido; más de ocho millones de ucranianos han sido desplazados y casi la mitad de ellos se han refugiado en países que les han brindado asilo, principalmente Polonia, Rumanía, y varios países de Europa occidental.

Hay millones de familias desintegradas; otras, incompletas por la muerte de uno o varios de sus miembros. Su cultura, tradiciones, propiedades y bienes, su religión, sus fiestas y celebraciones, su economía han sido trastocadas, empezando por la dramática incertidumbre cotidiana acerca de su futuro.

Ante ello, surge la gran pregunta: ¿es suficiente un alto al fuego? Y de no ser así, ¿hay que desechar esta propuesta? La ecuación es simple: un alto al fuego es el primer paso; pero no puede aislarse de una siguiente acción: la desocupación rusa de los territorios ocupados; y luego, de un tercer paso: la reconstrucción material a cargo de la parte agresora, con el apoyo justo y caritativo de la comunidad internacional.

¿Qué dice la Doctrina Social de la Iglesia ante la guerra y la agresión?

Ante el tema de la guerra, la Doctrina Social de la Iglesia es contundente al señalar que no es, ni será, opción deseable para resolver conflictos entre naciones:

“La guerra es un flagelo y no representa jamás un medio idóneo para resolver los problemas que surgen entre las Naciones (...) genera nuevos y más complejos conflictos (...) amenaza el presente y pone en peligro el futuro de la humanidad. Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra. Los daños causados por un conflicto armado no son solamente materiales, sino también morales. La guerra es, en definitiva, el fracaso de todo auténtico humanismo, siempre es una derrota de la humanidad.” (CDSI n. 497).

Ahora bien, ante una agresión, la Iglesia enseña que el Estado agredido no solo tiene el derecho a defenderse, sino la obligación de hacerlo, incluso con la fuerza de las armas, guardando, "los tradicionales límites de la necesidad y de la proporcionalidad” (CDSI, n. 501). En conclusión, el uso de la fuerza es el último e irremediable recurso para retornar al orden quebrantado por el agresor.

El Papa Francisco ante este conflicto

El Santo Padre Francisco ha sido contundente y tenaz en su palabra y gestiones en favor de la paz en Ucrania. Recordemos que al día siguiente del inicio de la invasión rusa, acudió personalmente ante el embajador de ese país acreditado ante la Santa Sede para manifestar su preocupación y solicitar que callen las armas.

En varias ocasiones ha enviado embajadas para gestionar la paz y proveer asistencia a los damnificados. Ha ofrecido la mediación de la Iglesia católica. En estos tres años ha mantenido en la opinión pública este lamentable caso con sus constantes llamados en favor “de la martirizada Ucrania”, en sus mensajes después del Ángelus y en sus audiencias públicas. Ha trabajado incansablemente por la paz, con la ayuda de la diplomacia vaticana y su representante ante las Naciones Unidas. Ha promovido que las Iglesias católicas sean centros de acogida humana y de ayuda material y espiritual a todos los que se acerquen, independientemente de su credo (la mayoría, ortodoxos). Ha gestionado la liberación de rehenes y la protección de inocentes, especialmente niños. Y ha puesto a toda la Iglesia a orar por la paz entre estos estados en conflicto. 

Para algunos esto parecerá intrascendente e inútil, pero la semilla sembrada, regada con el sacrificio y oración de cada día, dará frutos de santidad y paz para el mundo entero.

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