Campaña de Cuaresma 2025
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En los últimos años, Roma ha redescubierto las "estaciones" cuaresmales, que ofrecen cada día una antigua liturgia en una iglesia de la Ciudad Eterna que alberga reliquias de mártires y santos. La Basílica de San Pedro es una de estas estaciones a las que acuden los fieles durante estos 40 días, según un calendario bien establecido. En tres ocasiones, la basílica del Papa presentará reliquias de la Pasión de Jesús, que ha conservado cuidadosamente durante siglos.
El sábado anterior al segundo domingo de Cuaresma, la multitud venera la reliquia de la lanza de Longinos, con la que el centurión romano atravesó el costado de Cristo crucificado. Este episodio se relata en el Evangelio de Juan: "Cuando llegaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con su lanza, y al instante salió sangre y agua" (Jn 19, 33-34). La tradición de venerar esta reliquia se remonta a finales del siglo XV.
La tradición más antigua, que se remonta al siglo VIII, es la del "sudario de la Verónica", que los fieles pueden contemplar el quinto domingo de Cuaresma. La Verónica no se menciona en el Evangelio, pero la tradición se refiere a ella como la mujer que limpió el rostro de Jesús durante su ascensión al Calvario. Se dice que el rostro de Cristo, empapado en sudor, quedó impreso en el trozo de tela que ella le tendió. Este momento se convirtió en una de las 14 estaciones del Vía Crucis.
Durante los primeros siglos, esta reliquia del "Santo Rostro" fue el símbolo de la peregrinación a Roma, al igual que la concha de vieira lo fue del Camino de Santiago. "El velo de la Verónica era una reliquia muy venerada, y existen increíbles descripciones del antiguo ceremonial", explica a Aleteia el párroco de la basílica de San Pedro, el padre Agnello Stoia: "Se desataba una gran cadena que colgaba del techo, y dos diáconos descendían en una especie de ascensor, mostrando la reliquia a la gente. Por último, el Viernes Santo, la basílica de San Pedro expone su tercera reliquia de la Pasión: el fragmento de la cruz de Cristo, un trozo de madera de unos quince centímetros de largo, que se utiliza para bendecir a los fieles.

Velas, paños y guantes rojos
Hoy, estas tres ostensiones tienen lugar según una liturgia inmutable. Todo comienza con una procesión al son de las letanías de los santos. A continuación, los celebrantes se dirigen al pilar de la Verónica -uno de los cuatro majestuosos pilares que sostienen la cúpula-, donde se guardan todas las reliquias en una caja fuerte, cuyas llaves custodia el párroco. A continuación, los fieles miran hacia la cornisa del pilar, donde comienza el ritual de la ostensión. Tres capellanes de San Pedro, un celebrante principal y dos asistentes elegidos por turno, ascienden al balcón de la columna de la Verónica, que se cubre con un paño rojo y se ilumina con velas.
Tras una antífona cantada en gregoriano por el coro, que da el contexto de la reliquia, un capellán lee una oración en italiano. "A continuación, se pone dos guantes litúrgicos rojos, los 'chiroteche', que sirven para no dañar la reliquia y son también un signo de respeto", explica el padre Stoia. Los capellanes entran en la celda para abrir la caja fuerte. El celebrante toma la reliquia en sus manos enguantadas. El momento se solemniza con el repique de tres campanas, excepto el Viernes Santo, cuando las campanas permanecen en silencio hasta Pascua.
A continuación, la reliquia se presenta al pueblo, de frente, luego desde el extremo derecho del balcón, después desde el extremo izquierdo y, finalmente, el celebrante vuelve al centro, antes de depositarla de nuevo al son de las campanas. "Los fieles permanecen en silencio, mirando la reliquia y rezando. Hay un sentimiento de devoción muy fuerte", dice el párroco de la basílica. La liturgia continúa con la misa.
"Los fieles muestran cada vez más interés por venir a venerar estas reliquias", señala el padre Stoia, que calcula que mil 500 personas, en su mayoría romanos, acuden a estos actos. Sobre todo porque es el único momento del año en que las reliquias son visibles al público.


