Padre Giovanni nos recuerda que es fácil decir que caemos en pecado porque “el mundo está mal”, porque “todos lo hacen”, porque “así me educaron”... pero Jesús es claro a este respecto
En el Evangelio de hoy, tenemos la oportunidad de reflexionar sobre el mundo en el que vivimos, que a menudo nos invita a preocuparnos por lo externo: lo que vemos, lo que comemos, lo que hacemos... sin embargo, Jesús nos invita a mirar más allá de lo superficial.
El Evangelio, nos recuerda que el verdadero desafío no radica en lo que entra en nuestro cuerpo, sino en lo que sale de nuestro corazón. Mientras muchos se enfocan en las reglas externas, Él nos desafía a examinar nuestro interior.
En la reflexión que el padre Giovanni hace, nos comparte más a detalle este pasaje:
¿Qué hay dentro de tu corazón?
Jesús nos da hoy una enseñanza clave: lo que contamina al hombre no es lo que entra en su boca, sino lo que sale de su corazón.
Los fariseos estaban obsesionados con la pureza externa: qué se come, cómo se lavan las manos, qué tradiciones se siguen. Pero Jesús les deja claro que el verdadero problema no está fuera, sino dentro.
"Nada que entra de fuera puede hacer impuro al hombre, sino lo que sale de su interior."
Y luego es aún más directo: "Del corazón del hombre salen los malos pensamientos, la inmoralidad, el robo, el asesinato, el adulterio, la envidia, el orgullo, la insensatez. Todas estas cosas vienen de dentro y contaminan al hombre."
Aquí Jesús nos enfrenta con una verdad incómoda: el problema no es lo que nos rodea, sino lo que llevamos dentro.
Es fácil culpar al ambiente, a las circunstancias, a los demás. Decir que caemos en pecado porque “el mundo está mal”, porque “todos lo hacen”, porque “así me educaron”.
Pero Jesús nos dice: "Mira dentro de ti. Ahí es donde está la batalla."
Podemos aparentar ser personas correctas, seguir normas, cumplir con tradiciones, pero si nuestro corazón sigue lleno de orgullo, rencor, envidia o egoísmo, no estamos viviendo realmente la fe.
El cambio que Dios quiere hacer en ti no empieza desde afuera. No se trata solo de modificar conductas, sino de transformar el corazón.
La pregunta clave es: ¿qué hay dentro de ti? ¿Qué pensamientos y actitudes estás alimentando?
Si queremos una vida nueva, no basta con cambiar hábitos externos. Necesitamos pedirle a Dios que transforme nuestro interior.
Porque al final, lo que sale de nuestro corazón define quiénes somos realmente.
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