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La Iglesia Católica enseña que cada persona recibe un ángel de la guarda al comienzo de su vida en la tierra:
"Desde su comienzo hasta la muerte, la vida humana está rodeada de su cuidado e intercesión: 'Junto a cada creyente hay un ángel como protector y pastor que lo conduce a la vida'. Ya aquí en la tierra, la vida cristiana participa por la fe en la compañía bienaventurada de los ángeles y de los hombres unidos en Dios".
San Francisco de Sales, en su Introducción a la vida devota, elogia mucho la práctica de conversar con tu propio ángel de la guarda, así como con los ángeles de la guarda de tu familia, amigos e incluso de tu diócesis local:
"Procura familiarizarte con los Ángeles; aprende a darte cuenta de que están continuamente presentes, aunque invisibles. Ama y venera especialmente al Ángel de la Guarda de la Diócesis en la que vives, a los de los amigos que te rodean y a los tuyos propios. Comulga con ellos frecuentemente, únete a sus cantos de alabanza y busca su protección y ayuda en todo lo que hagas, espiritual o temporal".
Explicó que san Pedro Fabro solía invocar la ayuda de un ángel de la guarda local cuando viajaba:
Peter Faber contó el gran consuelo que había encontrado al ir por lugares infestados de herejía en comunión con los Ángeles guardianes de los mismos, cuya ayuda le había preservado a menudo del peligro, y ablandado los corazones para recibir la fe.
Antiguo Testamento
Aunque esta creencia no está incluida en el Catecismo, sí encuentra alguna base en el Antiguo Testamento, como explica la Enciclopedia Católica:
"En la Biblia esta doctrina es claramente discernible y su desarrollo está bien marcado… en Daniel 10 se confía a los ángeles el cuidado de distritos particulares; a uno se le llama "príncipe del reino de los persas", y a Miguel se le denomina "uno de los principales príncipes"; cf. Deuteronomio 32, 8 (Septuaginta); y Eclesiástico 17, 17 (Septuaginta)".
El reino invisible de los ángeles no ha sido completamente revelado a nuestros sentidos, pero ciertamente podemos tener un gran consuelo en la realidad de que Dios ha designado a sus ángeles para guiarnos y protegernos en esta vida.