La concupiscencia es poco conocida por su nombre, sin embargo, nuestros sentidos saben que existe y que atacará al menor descuido, porque nos ronda desde que Adán y Eva cometieron el pecado original.
¿Qué es la concupiscencia?
Difícil de pronunciar, la concupiscencia tiene relación directa con el pecado original, como se ha mencionado anteriormente. Por eso, encontramos que el Catecismo de la Iglesia católica dice lo siguiente:
"Aunque propio de cada uno, el pecado original no tiene, en ningún descendiente de Adán, un carácter de falta personal. Es la privación de la santidad y de la justicia originales, pero la naturaleza humana no está totalmente corrompida: está herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la ignorancia, al sufrimiento y al imperio de la muerte e inclinada al pecado (esta inclinación al mal es llamada 'concupiscencia')".
Inclinados al pecado
Ciertamente, continúa el Catecismo, "el Bautismo, dando la vida de la gracia de Cristo, borra el pecado original y devuelve el hombre a Dios" ( CEC 405).
Sin embargo, hay que recordar que "las consecuencias para la naturaleza, debilitada e inclinada al mal, persisten en el hombre y lo llaman al combate espiritual" (CEC 405).
Por eso era necesario que nuestro Señor Jesucristo nos diera las armas espirituales que nos ayudarían en la lucha contra esa inclinación hacia el mal. Porque el ser humano no es malo, pero la debilidad de la carne lo incita a pecar.
De esta manera, cuando peca, requiere del sacramento de la Reconciliación que le devuelve la gracia perdida, dejado por el Señor Jesús, para levantarse y continuar en la batalla. Y la Eucaristía, para fortalecer su alma y resistir los embates del demonio.
Cuidar los sentidos
Y aún más, no debemos pecar de presunción, creyendo que Dios y el ángel de la guarda harán todo el trabajo para alejarnos del mal. A nosotros nos toca evitar las ocasiones de pecado y cuidar nuestros sentidos, porque, dice el dicho "sabemos de qué pie cojeamos".
Es, pues, indispensable colaborar para que la gracia de Dios actúe, alejándonos de situaciones y personas que nos puedan poner en peligro, sin importar la edad que tengamos.
Y tengamos presentes las palabras de san Pedro, que son una advertencia para quienes desean conservar su salud espiritual:
"Sean sobrios y estén siempre alerta, porque su enemigo, el demonio, ronda como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resístanlo firmes en la fe". (1 Pe 5, 8-9)