La espiritualidad del Corazón de Jesús es un maravilloso resumen de la fe cristiana. Algunos la consideran un modo privilegiado de captar todas las riquezas y tesoros del amor divino. Pero, ¿cómo vivirla a diario? La devoción al Sagrado Corazón se caracteriza por dos corrientes: la acción de gracias por las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8) y la contemplación reparadora del Corazón traspasado (Jn 19,37).
"El culto al Sagrado Corazón de Jesús, en su íntima naturaleza, es el culto del amor con que Dios nos ha amado por medio de Jesús, al mismo tiempo que es el ejercicio del amor que nosotros mismos tenemos a Dios y a los demás hombres; consiste, en otras palabras, en honrar el amor de Dios por nosotros y a Dios como objeto nuestro para adorarlo, darle gracias, vivir en su imitación", recordaba Pío XII en su encíclica Haurietis Aquas publicada en 1956. Se trata de dar gracias por el amor infinito con el que Cristo nos envuelve y que nos impulsa, siguiendo sus huellas, a envolver a quienes nos rodean. Hasta aquí el primer pilar".
Cristo vencedor del mal
La contemplación reparadora del Corazón traspasado de Jesús puede parecer más abstracta. Sin embargo, es igualmente esencial. El Corazón traspasado de Cristo es la fuente desde la que el amor divino se difunde como el fuego por todo el universo.
Contemplarlo no encierra a los creyentes en sí mismos: al contrario, es el lugar de un encuentro personal con Cristo. La contemplación de este corazón no tiene nada de ingenuo ni de simplista. Este corazón traspasado, coronado de espinas y sangrante, es un recordatorio de que Cristo atravesó las tinieblas y las venció.
Al guardar silencio ante sus perseguidores, al rezar por sus asesinos, Jesús muestra que el amor incondicional de su corazón es la única fuerza que puede curar al mundo de su odio, su pecado y su rechazo de Dios.
He aquí dos oraciones que se recitan habitualmente en la liturgia de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, el tercer viernes después de Pentecostés, pero que cada fiel puede recitar regularmente para dejar que el Sagrado Corazón de Jesús habite en su vida.
La primera es la acción de gracias por las maravillas del amor del Padre a los hombres:
"Dios todopoderoso, al glorificar el Corazón de tu amado Hijo, recordamos los admirables beneficios de su amor por nosotros; te rogamos que nos concedas extraer de esta fuente divina / una superabundancia de gracia. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos".
El segundo evoca la reparación del amor herido:
"Señor Dios nuestro, en el Corazón de tu Hijo, herido por nuestros pecados, nos prodigas con misericordia los tesoros infinitos de tu ternura; te lo suplicamos: concédenos que, en el fervoroso homenaje de nuestra piedad, le rindamos también los deberes de una justa reparación. El que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos".